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Una interesante imagen de la Población Caupolicán, nos recrea el vecino Miguel Bacho Cabezas, quien escribió un relato sobre la vida de su barrio,... Vecino de la Caupolicán escribe relato sobre «Una Historia con Historia», rescatando episodios diversos de esa población

Una interesante imagen de la Población Caupolicán, nos recrea el vecino Miguel Bacho Cabezas, quien escribió un relato sobre la vida de su barrio, pasando por distintos momentos históricos y la forma de vida en comunidad, desde que naciera esa población.

Su escrito forma parte de los seis relatos que participaron en el concurso al que convocó el Centro Caminos, con motivo del 64 aniversario de esa histórica población. Al final dejamos los links para que revises los anteriores , que hemos publicado en este portal, como una forma de apoyar la vida que ocurre en los barrios y a los talentos que allí viven.

Y enseguida, compartimos este relato orientado en el concepto de Una historia con historia, de autoría del vecino Miguel Bacho Cabezas.

UNA HISTORIA DE LA HISTORIA

Cada barrio es un canto distinto a la misma vida que navegamos todos. Cada calle del mío — ese que me crio y que hice mío— es un pregón donde se reúne el espíritu y el porvenir de su gente; su movimiento, una procesión en la punta de los labios.

Si tuviera que resumir el carácter de La Caupolicán — así, de nombre completo, como merece un barrio maduro y lleno de brío— no podría evitar la palabra fiesta, aunque sería pecar de tacaño. Sus casas, variopinto multicolor de formas, es casi la huella digital de cada familia, y tanto sus fundadores como sus inquilinos — esos que van y vienen y quedan marcados a fuego— bailan su propia canción camino a la fila del pan.

Porque el pan es la moneda de cambio de la sonrisa, el descanso, en torno a él se reúnen todos mientras se beben la tarde disuelta en té y arrebol, con la franca sonrisa de un chiste, la otra canción general que comparten sus cuadras. De almacén en almacén como de isla en isla, el rebote de una talla bien puesta deja adivinar las siluetas de cada vecino, la puerta abierta y la carcajada, la felicidad de cada vecina.

En La Caupolicán no existe el tiempo. Todo se hace a medida que se vive, y no importa si la familia recién llegó o anduvo haciendo el alcantarillado con el Loco Soria, porque el mismo movimiento va fundiendo y fundando, va figurando aquello que somos todos, que será después de nosotros y estuvo esperándonos antes del tiempo: la dulce alegría del que avanza.

Porque se avanza, en la historia siempre se avanza, y de escribirla sabemos todos un poco, aunque no nos importe tanto, a veces, escribimos, con un segundo después de otro, la constelación que nos permite trazar la vida. Porque la misma Caupolicán es una efeméride en la faz de la ciudad, de feriado en feriado vamos arreglando los días.

Si no estamos instalando el nacimiento para los Pastorcitos, retratamos al odiado de turno en el Mono de Año Nuevo, y entre uno y otro el Carnaval, los ensayos para La Tirana, el Campeonato de Fútbol… y ese cerrar de cuadras que reformulan la familia. Y ese es otro resplandor del barrio: las familias se formaron cruzando la calle, comprando pan o saludando en la fiesta de fin de año, jugando al trompo y andando en bicicleta, yendo a explorar al Aeropuerto y nadando en La Poza de La Reina.

Por eso mismo, decir que La Caupolicán es una fiesta, es poco, y tampoco es carnaval, sino algo más: un cierto júbilo al borde del tiempo que pule sus años con orgullo. La Caupolicán, después de todo, es la casa que he llevado a todas partes

Miguel Bacho Cabezas

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