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Josefa Herrera Zuleta, Periodista iquiqueña, tejedora y mamá de Rebeca.- Estaba media moribunda aún en esa camilla de la UCI cuando empecé a sentir la... Una puérpera y su teta: Historia de lactancia

Josefa Herrera Zuleta, Periodista iquiqueña, tejedora y mamá de Rebeca.-

Estaba media moribunda aún en esa camilla de la UCI cuando empecé a sentir la necesidad de sacarme leche. Mi guagua recién nacida estaba en otro piso de la clínica, lejos de mí, tomando una mamadera con sucedáneo artificial.

Del personal médico nadie me preguntó si eso me parecía bien. Tampoco si tenía yo un extractor de leche. O si ya me había empezado a salir calostro.

Así que no me quedó más que, entre la bolsas de sangre, los sueros y una sensación física de debilidad que nunca pensé sentir, decirle a mí mamá, al Diego o a una enfermera (ya no me acuerdo) que me llevarán el extractor que tenía en mí maleta en la habitación de maternidad.

Aunque le había tenido pánico a la lactancia durante todo el embarazo, llegué incluso a decir que no daría el pecho, en ese momento sentí que era lo único que me haría sentir que había sido mamá de una hermosa bebé a la que aún no conocía.

No sé cómo, ni quién o cuándo lo llevó, pero mí siguiente recuerdo es que el extractor estaba en mis manos y, entre masajes que yo misma me hice, empezó a salir el calostro que con tanto anhelo quería enviar a mí Rebeca.

A los pocos minutos llegó una enfermera a la habitación, tomó el frasco con calostro que recién había extraído y, sin mayor explicación, lo botó.

Eso me quebró.

Sola en esa habitación, sin saber qué hacer o decir, guardé silencio y pensé que nadie me defendía a mí, a mí hija, a nuestra lactancia y su legítimo derecho de alimentarse con el líquido que mí cuerpo estaba produciendo especialmente para ella.

Una vez en maternidad, sin haber yo dado teta nunca antes, ni visto a una mujer cercana hacerlo, ni practicado en curso de lactancia alguno, llegó una matrona con la Rebeca en una cuna de acrílico.

Me vomitó información sobre las mudas, los pañales, el uso del algodón, el cuidado de su ombligo y las horas en que debía alimentarla: Que eran tres, ni más ni menos y solo 10 minutos por pecho. «Después ya es pura maña», esbozó.

«Yo nunca he dado teta, no sé cómo se hace, ¿Me puede ayudar?», le dije.

«No, estoy sola en el turno y tengo un paciente Neo más en la sala. Quizás vuelva a las 3 am -eran las 23 pm- pero no te aseguro nada «.

Nunca más la vi.

Como pude tomé a la Rebeca, la puse sobre mí pecho y sin más, encontró mis tetas y ahí se quedó horas.

Ella ya sabía todo.

«Ay, eran 10 minutos por lado», le dije a Amanda, una mamá joven que había tenido recién a su segundo bebé, León, y estaba en la camilla al lado mío.

«Tú dale no más», me dijo. «No han estado juntas, no se conocen, déjale ahí la teta».

Así se terminó la agonía.
Así se terminó la espera.

Nunca me había sentido más libre, empoderada y segura de mí misma que dando el pecho. Incluso cuando eso significa caminar por pleno centro, teta al aire y con la Rebe en brazos mamando.

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