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Serie: Relatos, reflexiones y otros aportes para rescatar la Memoria, a 50 años del golpe de Estado en Chile. Luis Caucoto Ortega, exprisionero político... Un Pegaso camino al Infierno 

Serie: Relatos, reflexiones y otros aportes para rescatar la Memoria, a 50 años del golpe de Estado en Chile.

Luis Caucoto Ortega, exprisionero político en Pisagua.-

Extrañamente, esa mañana de octubre en el campamento salitrero Alianza, había un clima frio que contrastaba con el de otros años en esa fecha, en que el sol suele brillar en plenitud, a veces abrazante, lo que obliga a grandes y chicos a guarecerse en los escaños de la frondosa chilca, una enredadera que llenaba de sombra y verdor nuestra plaza, que resaltaba en medio de la pampa.

Ha transcurrido poco más de un mes desde el cruento golpe de estado que derribo, a sangre y fuego, el gobierno de Salvador Allende, y el país vive una brutal escalada represiva, con detenciones masivas, con cientos de hombres y mujeres encarcelados en improvisados recintos, y con decenas de personas asesinadas  a sangre fría, y sin miramiento legal alguno, y otras decenas fusilados por sentencias emanadas de consejos de guerra, tribunales carentes también de toda legalidad jurídica.

A pocos días del golpe fui detenido por primera vez, y confinado en un regimiento de la ciudad de Iquique, denominado Telecomunicaciones. Mi permanencia en dicho recinto militar fue de pocos días, y recuerdo que antes de ser liberado uno de los detenidos me había encargado que comunicara a su familia que pronto estaría de regreso en su casa, que todo se aclararía, que su situación era una cuestión puntual, de rutina. Se trataba del abogado Julio Cabezas. Fue un impacto tremendo para mi enterarme días después, que su nombre también engrosaba el listado de personas ejecutadas por sentencia de consejo de guerra, lo que daba cuenta de la magnitud y crueldad de quienes se habían apoderado de los destinos del país.

Captura de video alemán. Se identifica a Luis Caucoto,, ex detenido en Pisagua, en segundo plano, imagen central.

Todos los sucesos vividos en poco más de un mes, incluida mi detención, habían calado hondo en mi ánimo, y percibía por doquier un clima opresivo, de abatimiento, donde reinaba el miedo y el terror, clima que también se podía palpar en el campamento salitrero Alianza, lugar donde había nacido y donde aún vivía mi familia y hermanos.

Por eso esa mañana de octubre, recibí con justificado sobresalto, la visita de Flores, cabo de carabineros, quien me señala escuetamente que necesitan de mi presencia en el retén. El cabo Flores, muy conocido en el campamento, me insiste con un tono de voz donde se advierte la incomodidad de la tarea asignada, y lo sigo en dirección al retén. En el camino intuyó que quiere hablarme, pero no se decide. De seguro deben pasar por su mente recuerdos de vivencias que compartimos con su familia, en la escuela 58, y en el equipo de futbol que activábamos en periodo de vacaciones, o quizá el hecho cotidiano de ver a mi familia todos los días.

Me conduce por una calle poco transitada, evitando ser observado por la población que a esas horas convergían en el centro, entre la plaza y el comercio local. Cabizbajo el cabo no habla, sólo me indica con su mano la ruta, está nervioso, como yo; sin duda presentía lo que me esperaba.

Del retén a la tenencia de Victoria y desde allí se ordena mi traslado a Iquique en una camioneta, junto a mi guardián, el ya mencionado cabo Flores.  Antes de bajar a la ciudad, el vehículo se detiene en el control de carabineros de Alto Hospicio. En ese lugar Flores pregunta sobre la situación en Iquique, alguien le responde  desde la garita de control que la “cosa está fea”, agregando que se habían fugado dos detenidos del regimiento Telecomunicaciones, y que habían matado a un “pelao” de dicho recinto militar.

La versión oficial publicada por el mando militar sobre este suceso, relata que Jorge Marín y Williams Millar, ambos militantes del Partido Socialista, encontrándose en calidad de detenidos en dicho regimiento, se habrían fugado en horas de la noche, asesinando en esa acción a un conscripto.

Tal versión resulta insostenible y carente de toda veracidad, por cuanto testimonios irrefutables de testigos indican que tanto Marín y Millar estaban en condiciones físicas muy deterioradas producto de las brutales torturas aplicadas por funcionarios militares.  A la Fecha, ambos permanecen en situación de detenidos desaparecidos.

Por segunda vez ingreso al Telecomunicaciones en calidad de detenido y, al igual que la vez anterior, sin que se me formulen cargos o razones de tal medida. Durante mi estadía circulan entre los detenidos preocupantes y dolorosas noticias provenientes de Pisagua.  En dicho puerto, habilitado en otros episodios de la historia de las luchas sociales en Chile como campo de prisioneros políticos, las acciones represivas hacia los confinados alcanzan ribetes de brutalidad inimaginables.

A través de la aplicación de la “ley de fuga”, cínico y bestial recurso, han sido asesinados muchos detenidos. Tal procedimiento, altamente efectivo, se siguió aplicando abiertamente en diversos recintos de detención a lo largo y ancho del territorio chileno.

Sobre uno de estos episodios, es conocida la versión de testigos que refieren que el comandante Larraín, jefe militar de Pisagua, vociferaba indignado en el patio de la cárcel haber sido traicionado, porque después de otorgarles facilidades a quienes permanecían encerrados para que disfrutaran momentos al aire libre, le pagaran de manera tan desagradecida, urdiendo una fuga. Un vulgar montaje para justificar sus crímenes.

Al día siguiente, un comunicado oficial tituló así los hechos: “Evasión y muerte de 6 detenidos en Pisagua”.  El mentiroso relato continúo así:

 “Mientras se hacían trabajos de acondicionamiento en instalaciones de Pisagua, se evadieron en dirección norte, un grupo de detenidos que estaban en el Campo de Confinamiento de Pisagua. La patrulla militar de seguridad les ordenó alto en varias oportunidades disparando primero al aire, pero, como continuaron en su fuga, fueron abatidos, pereciendo en la acción los siguientes individuos: Juan calderón Villalón; Michael Nash Sáez; Marcelo Guzmán Fuentes; Luis Lizardi Linares; Jesús Nolberto Cañas; Juan Jiménez Vidal”. (Publicado en el diario El Tarapacá, 1° de Octubre, 1973).

– “El siguiente personal se va con destino a Pisagua”, dictaminaba enfático el oficial encargado mientras revisaba con cierto nerviosismo un listado. Finalmente ocurría el destino final que muchos ya suponíamos.

Los detenidos comienzan a subir a los camiones de marca Pegaso. Uno de los grandes vehículos se llena con gente que estaba en un galpón del Telecomunicaciones, y de otros que venían desde la cárcel de Iquique.

A medida que van subiendo a los camiones, vamos quedando rezagados con Juan Pacheco, un joven liceano militante del FER, (Federación de Estudiantes Revolucionarios)

– ¿Dónde meto a estos huevones? – Pregunta el oficial.

 – ¡Ahí, en ese camión! – Le responde otro.

En el camión ya completo nos dan un espacio y nos acomodamos en la entrada.

A mi lado va German Palominos, le sigue Jorge Soria, alcalde de Iquique en la época, al fondo diviso a Freddy Taberna; a su lado Rodolfo Fuenzalida, Juan  Antonio Ruz, Haroldo Quinteros y Espinoza, lamentablemente no recuerdo su nombre.

Saliendo del Telecomunicaciones Juan Pacheco levanta una especie de lona que cubre al camión.

De inmediato alguien le increpa diciéndole que la baje, que nos van a matar a todos, Juan Pacheco la deja caer, mientras Palominos le dice que la levante, “porque de repente es la última vez que veremos a nuestras familias”, un comentario que llenó nuestras cabezas de oscuros presagios mientras el Pegaso enfilaba rumbo a la salida de Iquique en dirección a Pisagua.

Camino a Pisagua, la chusca, un polvo liviano típico del desierto nortino que se adhiere a la piel y a la ropa, invade el interior del camión. El ambiente se torna a ratos irrespirable, mientras el vehículo avanza por un camino, que ofrece tramos irregulares y a veces zigzagueantes.

Hace algunas semanas, de regreso a Pisagua.

A esas alturas, poco importan las incomodidades del viaje. La principal preocupación que todos en silencio comparten es el destino incierto que nos aguarda en Pisagua. Observo a mis compañeros de viaje. Intuyo a través de sus miradas la tensión que a algunos parece embargarles, otros parecen concentrados, ajenos al entorno y a la ruta, quizá sus pensamientos vuelan hacia Iquique, junto al hogar, a sus familias, padres, esposas e hijos que quedan atrás, con la absoluta incertidumbre de si habrá un regreso para volver a abrazarles.

La mayoría sabíamos que íbamos camino de lo impredecible, con plena     conciencia que nuestra seguridad y vidas ya no dependían de cada uno de nosotros.

Estábamos asistiendo a un nuevo y fatídico período político y social que nos demandaría mucha fortaleza psicológica y anímica, y que si lográbamos sobrevivir, requeriríamos mucho esfuerzo para poder reconstruirnos y revertir con mayor experiencia el contexto de odio y discriminación política que nos acecharía por muchos años.

Años después, vienen a mi memoria estos pasajes que fueron matizando el diario vivir, en mi mundo, como el de los que me acompañaban en el Pegaso, camino a lo que nos parecía un túnel, ignorantes de si veríamos la luz al final de él.

Ese mundo lleno de ilusiones, de otras épocas, de proyectos de vida y otros afanes,

inspirados en trabajar y aportar a una vida mejor, y que cantábamos siempre en nuestras convivencias sociales, todo ese mundo, se veía derrumbado, ensordecido por el retumbar de las bandas militares y el constante bombardeo que emergían de los medios de comunicación, alineados en sus pautas, cuyo miserable objetivo no era otro que infundir miedo y sometimiento a los designios de la maldad uniformada.

Las noticias de los que estaba sucediendo en Pisagua, acrecentaba la desazón de todos los que íbamos en el camión, conducidos a un lugar que percibíamos como el infierno.

Desde 11 de septiembre a la fecha de nuestro traslado, ya teníamos conocimiento de la muerte de decenas de hombres y mujeres, a nivel local como nacional, en diferentes localidades o campos de concentración y, donde Pisagua, adquiría nuevamente connotación nacional, por la fama trágica alcanzada como lugar de confinamiento durante los gobiernos de Gabriel González Videla y de Carlos Ibáñez del Campo.

 Al fondo del camión está Freddy Taberna, sin la intensa barba que lo caracterizó siempre como un gran líder desde sus años de dirigente del pedagógico, esbozando en su rostro una suerte de sonrisa que fundía con sus ojos irradiando tranquilidad, y esperanza, recorría los rostros de cada uno de los que habitábamos ese temporal espacio que sería el último indicio de vida en común.

Matizó, quizás sus años de lucha social en la universidad, con su primer trabajo que, como geógrafo, le encomendó el gobierno de Frei Montalva para integrar el equipo de geógrafos que debía trazar los límites de Chile y Argentina en la disputa por Palena, una zona del sur de Chile.

Muchos años después Haroldo Quinteros recordaría de él:

“Freddy vadeo ventisqueros, atravesó glaciares y finalmente hizo esos mapas, y por esa sola razón es hoy parte de Chile” y, sin embargo, afirma Quinteros, “Taberna, igual que Sampson, Ruz y Fuenzalida, fue acusado de traición a la patria y por ese cargo fusilado”.

A su lado, Rodolfo Fuenzalida dirige su mirada hacia los que estaban frente a él y la circula hacia el resto de los compañeros que compartían también la angustia y desesperanza frente al final del viaje. Recordaba quizás, sus años de piloto civil cuando en uno de sus viajes fue parte de grupos de investigadores sobre patrimonios arqueológicos en el árido desierto de nuestro norte; o cuando en sus años de estudiante decidió renunciar a la carrera de periodismo y optar por el de piloto, condición que   le significó conocer lugares y observar el mundo desde la mirada engrandecedora del aire.

También recuerdo a Juan Antonio Ruz, regidor y funcionario de Aduanas y del Departamento de Investigaciones de Aduanas, DIA; instancia creada para combatir el narcotráfico, donde contribuyó en su capacitación el DEA, organismo norteamericano, que en su momento se difundió en la prensa como un aporte al combate del narcotráfico en el territorio nacional.

El cumplimiento abnegado y responsable de estas tareas, en beneficio de los intereses del país, se transformaron paradójicamente en las razones que asistieron a los asesinos de uniforme para la eliminación física de varios. En el caso de Ruz, armaron un montaje simulando intenciones por parte de funcionarios de aduanas    de formar parte de una estrategia para enfrentamientos con las fuerzas armadas en caso de una guerra civil.

A Juan Antonio Ruz lo conocí días antes de que me dejaran en libertad la primera vez de mi detención, cuando llegó con Haroldo Quinteros, con evidentes señales de tortura, con quemaduras de cigarrillo en sus cuerpos y dificultades para respirar. Imagen que nunca he podido borrar ya que fue el primer indicio de la brutalidad que inauguraba la dictadura y que sumaría a muchos más en el listado de ejecutados y torturados en Pisagua.

José Sampson Ocaranza, Relacionador Público del municipio de Iquique, el día del golpe se encontraba en comisión de servicio en Santiago.  Enterado que estaba en un listado donde se le conminaba a entregarse, finalmente optó, retornar a Iquique, sin saber que vendría a encontrarse con la bestialidad militar que imperaba en su ciudad natal.

LARRAÍN: EL HOMBRE DE LENTES OSCUROS

Esa mañana del 28 de octubre, el Pegaso estacionó frente a la cárcel, y fuimos desembarcando en fila separándonos por camiones.

Bajamos y un militar nos indicaba en que fila ubicarnos, mientras al fondo del pasaje un personaje militar en ropa de combate y con grandes lentes oscuros, manos cruzadas por detrás, observaba la operación.

“Los malos acá y los otros allá”. Grita el hombre de los lentes oscuros.

Los primeros en desembarcar fuimos Pacheco y yo, nos dirigimos a la fila que indicaba el hombre en ropa de combate y lentes oscuros. Tras de nosotros bajaron los compañeros que traían desde la cárcel de Iquique y les ordenan que formen la fila del lado izquierdo.

Nos ingresan a la cárcel separándonos en las catacumbas que dan hacia el callejón, frente a vetustas viviendas enclavadas en el cerro y los que estaban con nosotros en el camión, en las catacumbas del lado oeste, que dan hacia el muelle.

Esa noche, hacinados en los cubículos se va configurando lo que sería el día siguiente. Escuchamos a centinelas que custodian alrededor de las celdas, decir “mañana hay pelotón”.

A medianoche, el golpe de los eslabones de la cadena que refuerza la reja de ingreso donde estamos los nuevos inquilinos, nos va introduciendo a la dura realidad que pasaríamos a vivir a partir de las horas y días siguientes.

El oficial, cargando seguramente un legajo de papeles, con el típico vozarrón que evoca la marcialidad de la imaginaria guerra, va nombrando a los prisioneros de la imaginaria guerra, que pasarán a Consejo de Guerra.

La mañana del día siguiente nos segregan, nuevamente, en las celdas del segundo y tercer piso. Los convocados son incomunicados entre las catacumbas del primer piso, donde también se distribuyen los que serán condenados a las penas más duras, como fusilamientos y años de reclusiones.

CONSEJO DE GUERRA AL PARTIDO SOCIALISTA

La noche de ese día, suenan los eslabones de la cadena de la reja y un oficial lee un comunicado dando a conocer el listado de las personas que pasan a Consejo de Guerra y parte de las acusaciones, que ameritarían, según ellos, las condenas.

Temprano, después de esa noche infernal, nos sacan al patio y nos destinan a las distintas celdas que están en el segundo piso, yo con destino a la Dos Cuatro.

Durante ese día dan a conocer las acusaciones y posteriormente las condenas, las que van desde penas de muerte hasta años de cárcel. Entre los primeros está Freddy Taberna, Juan Antonio Ruz, Germán Palominos, Rodolfo Fuenzalida, José Sampson y Haroldo Quinteros; entre los condenados a penas de cárcel están Espinoza, Briones, Burgos, entre otros.

Los condenados a pena de muerte son ubicados separados por celdas en las catacumbas que dan hacia el cerro.

En este proceso destacan dos situaciones que, en el momento de la dictación de condenas, varían algunas de ellas como  la pena asignada a German Palomino, la que originalmente y de acuerdo a la sentencia original, fue condenado a muerte y la de Quinteros de igual manera; sin embargo, el comandante  Ramón Larraín,  conmuta la pena de muerte a Quinteros por cárcel perpetua y respecto a Palomino es retirada la condena a muerte por un error en los antecedentes presentados ante el Consejo de Guerra. Semanas más tarde, en otro Consejo de Guerra, es sentenciado a fusilamiento y es injustamente ejecutado.

El día 30 de octubre a las 6:00 de la mañana fueron fusilados Freddy Taberna, Juan Antonio Ruz, Rodolfo Fuenzalida, José Sampson. Sus cuerpos aún engrosan la lista de ejecutados desaparecidos. Así, de manera violenta y despiadada fueron tronchadas valiosas vidas de jóvenes profesionales comprometidos en aportar al progreso del país.

Cumpliendo de esa forma con lo que años después el abogado de DD.HH. Adil Brkovic describiría como “La Pauta Pisagua para Matar”, aludiendo que dicho pequeño puerto fue un pequeño laboratorio de todo lo que ocurrió en Chile en esa época. Agregando las coincidencias que en las mismas fechas también fueron ejecutados en otras regiones por Consejos de Guerra, por fugas y otras justificaciones imaginarias de los cancerberos en los diferentes centros de detención. Se cumplían, a su vez, las implacables instrucciones de Pinochet a los delegados jurisdiccionales.

Una respuesta a “Un Pegaso camino al Infierno ”