Iván Vera-Pinto Soto. Cientistas social, pedagogo y escritor.-
Las crónicas históricas nos cuentan que el 1 de mayo de 1886 miles de trabajadores de las fábricas de Chicago se declararon en huelga. Al final del conflicto, un grupo de dirigentes anarquistas fueron ejecutados por su participación en las jornadas de movilización que pretendían mejores condiciones de trabajo. Entre otras demandas, se encontraba la consecución de la faena laboral de ocho horas. Fue así que a partir de ese hecho la mayoría de los países occidentales otorgaron a la fecha el carácter de feriado nacional.
Ahora bien, podemos reconocer que, desde aquella época, diversos artistas se ha hecho eco del mundo de los trabajadores y trabajadoras, de sus vicisitudes y sueños, y, consecuentemente, de las utopías y luchas, en especial, de quienes viven en contextos desfavorables e injustos, tanto en el plano de sus necesidades básicas como espirituales.
Cabe hacer notar que esta preocupación por escudriñar y reflejar las condiciones de vida de los trabajadores no es algo nuevo, pues, se repite desde el mundo antiguo egipcio, griego y romano hasta nuestros días. Así, por ejemplo, lo advertimos en los cuadros de grandes pintores: Vincent Van Gogh, Diego Rivera y Constantin Meunier o en el cuadro emblemático “El Cuarto Estado” (1901), de Giuseppe Pellizza da Volpedo, por citar algunos. En la literatura universal podemos mencionar a: “Luces de bohemia”, de Valle-Inclán (1924), “Germinal”, de Émile Zola (1885), “Las uvas de la ira”, de John Steinbeck (1951), “La lucha por la vida”, de Pío Baroja (1904), “La tragedia de Haymarket (1984), de Paul Avrich, “El crimen de Chicago” (1889), de Ricardo Mella, entre otros.
No está de más decir que esta actitud solidaria de los artistas con las mayorías oprimidas es el resultado de una toma de conciencia, en cuanto se comprende que el arte y la cultura son herramientas transformadoras del mundo. Por otra parte, dentro del discurso contemporáneo, se ha llegado a definir el quehacer artístico como un trabajo, en tanto dicho concepto representa un signo de dignidad para el mundo del arte y sus hacedores, y, como tal, se debe defender, pese a la falta de valoración social y el estigma que sufre el arte de ser considerada una actividad vocacional e incluso de tener poca claridad su campo de acción.
Sin pretender ahondar en la elucubración anterior, debemos reconocer que los artistas de todas las latitudes y tiempos, habitualmente, se han alineado con las grandes causas y problemáticas sociales. En ese contexto, recurro a mi imaginario cinematográfico, así recuerdo: “Las Actas de Marusia” (México, 1975) de Miguel Littin, basada en la novela homónima de Patricio Manns. Esta película aborda la historia de la represión que una compañía extranjera ejerce contra los mineros de un pueblo salitrero en Chile, cuyos trabajadores deciden reivindicar sus derechos más esenciales.
A mí parecer, esta producción tiene un doble valor: histórico y social. Otro film del que guardo gratos recuerdos es “Tiempos modernos” (1936), del gran bufón Charles Chaplin. Esta película revela las nefastas condiciones de trabajo de los operarios pertenecientes a una de esas grandes empresas de los Estados Unidos. La intriga está inmersa en la crisis surgida tras la Gran Depresión, con todo, perfectamente, se puede trasladar a cualquier otro lugar del planeta en los días actuales. En la cinta se traza la idea paradójica que el desarrollo tecnológico, supuestamente, podría aliviar las faenas rutinarias; sin embargo, en la práctica se percibe que esto también implica un mayor esfuerzo de los empleados para aumentar las cuotas de producción. En suma, el trabajo productivo es el motivo principal de sus existencias dentro del paradigma capitalista.
Del mismo modo, muchos otros artífices se han interesado para colocar en sus creaciones el acento en las carencias y demandas colectivas, exigiendo mejores condiciones laborales para los asalariados. En ese marco, no olvidemos la labor relevante que tuvo el Teatro Social Nacional en las primeras décadas del siglo pasado. Precisamente, fue este movimiento, con sus vertientes socialistas y anarquistas, quien se hizo cargo de denunciar las condiciones de explotación que existían en las factorías salitreras.
En esta corriente escénica quedó reflejada la historia y la memoria del colectivo pampino, cruzado por hitos determinantes, tales como: la explotación del salitre, el surgimiento de la clase proletaria, la irrupción del movimiento obrero, la generación de una cultura particular en el universo pampino, la debacle de la industria salitrera, las migraciones extranjeras, las represiones a las organizaciones de los trabajadores, la aparición de otros soportes de apreciación auditiva y audiovisual (radio, cine, televisión e Internet), la imposición de nuevos medios de comunicación de masa, los vaivenes de la economía, las crisis institucionales, la periferia geográfica, el centralismo cultural y los efectos de la dominación del capital, todo lo cual ha tensionado las prácticas culturales cotidianas a nivel regional y nacional.
En fin, la presencia de las expresiones artísticas y el teatro en particular en el programa del 1º de mayo de las oficinas salitreras está ligado a un nuevo pensamiento progresista que se basa en la crítica a un sistema político que entra en crisis, y que ve en “la cuestión social” uno de los dilemas cardinales al que hay que dar solución. Así, intelectuales, movimiento obrero y dirigentes políticos deciden aprovechar la circunstancia del 1º de mayo para presentar sus clamores y aspiraciones.
No es un despropósito sostener que, si somos capaces de examinar los artefactos literarios (lírica, dramática y narrativa) de aquellos obreros, podemos comprender las tensiones y los nudos sociales y políticos que ocurrieron en antaño. Por cierto, en la relectura de las creaciones podemos constatar el hecho que siempre ha existido un vínculo estrecho entre arte y el mundo laboral, puesto que este último ha sido una de las principales fuentes de preocupación de los artistas.
En este caso, debemos admitir que la intención de no pocos artistas, como exponentes del sentir emocional e ideológico de una clase social determinada, ha sido coadyuvar el cambio de las condiciones objetivas. Igualmente, se ha intentado reivindicar las voces de los vencidos y entregar un mensaje esperanzador; motivado por ese interés sincero de mejorar las condiciones de vida de las personas desamparadas. Las relaciones dialécticas entre una etapa histórica y las obras de arte, son pues las que determinan el significado del movimiento artístico y en este sentido la sintonía entre contenido y forma.
A última hora, de una manera o de otra, los poetas, los músicos, los artistas visuales y los escritores, mediante la construcción de argumentos e imágenes plasmadas en sus objetos, se han propuesto recordar la historia, repensar el presente y proyectar el futuro. Bajo esa mirada, sustentamos que este día debería ser, más que un festejo, un espacio de reflexión sobre las injusticias sociales y laborales, las que aún persisten en nuestra sociedad, y que requieren alternativas y soluciones profundas y efectivas.