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Haroldo Quinteros Bugueño/ Profesor universitario. Doctor en Educación El inmenso murallón volcánico que nos separa del mundo, la Cordillera de Los Andes, si bien nos... La tragedia del Norte Chico y sus efectos, ¿sólo un fenómeno natural?

haroldo quinterosHaroldo Quinteros Bugueño/ Profesor universitario. Doctor en Educación

El inmenso murallón volcánico que nos separa del mundo, la Cordillera de Los Andes, si bien nos libra de terribles plagas, como las de la langosta y muchas más, también nos expone a espantosos desastres, como los terremotos y el tipo de tormenta que la meteorología denomina “baja segregada,” justo la que acaba de sumir a nuestros compatriotas del Norte Chico en la desgracia. Sin embargo, si bien esto es cierto, el evidente descuido del Estado por la mejor preservación de nuestro medio ambiente agrava sustantivamente estos fenómenos.

En efecto, Chile es un buen ejemplo de cómo el ser humano está destruyendo su medio ambiente; por cierto, entre los países en desarrollo es uno de los que lideran su participación el fatídico “calentamiento global.” Por ejemplo, la indiscriminada explotación minera está acabando con el agua que bebemos, la que, además, cada día es menos potable. Tres glaciares en la misma región de los actuales desastres, están siendo destruidos para la extracción de oro, metal que, además de no poder beberse, ni siquiera ya es nuestro.

La sobre-explotación industrial, con sus descontroladas emisiones de gases hacia la atmósfera erosionan cada vez más la capa de ozono (el mayor daño en el mundo está precisamente sobre Chile) y han tornado cada vez más ácidas las lluvias en el sur. A la par, las plantas termoeléctricas siguen envenenando nuestro mar y nuestras costas (como las de Chanavayita y Patillos, aledañas a Iquique), y por supuesto, también tierras cultivables.

El régimen económico que se nos ha impuesto, tan pragmático como inhumano, exige la ganancia inmediata de unos pocos por sobre toda otra consideración. Este orden, el “capitalismo salvaje” como lo llamó el Papa Juan Pablo II, ya desatado en Chile, sigue impidiendo, aquí, a unos kilómetros de nuestros lares y en todo el norte chileno,  que se racionalice la explotación minera, de modo que ésta no acabe con el agua ni contamine más la atmósfera. Tampoco se investiga con seriedad sobre energías renovables, eólica y solar, por ejemplo, que frene el envenenamiento de la población por gas CO2. Es éste el cuadro de descuido ecológico que ha intensificado de tal modo las lluvias en el Norte Chico que sobrevino la baja segregada que lo ha arrasado. En Chile, con cada día que pasa, mientras sigue concentrándose la riqueza en un grupo ínfimo de familias chilenas y de empresas transnacionales, más sufren la flora y fauna de nuestros mares, y nuestras tierras cultivables y forestales.

Por cada diez árboles que se cortan, sólo se planta uno, mientras que los incendios forestales siguen acabando con los pulmones naturales del país. Esta situación tiene otro agravante: las leyes que consagran el sistema también consagran la “libertad de precios” y el omnímodo  poder del mercado, lo que explica por qué en medio de estas desgracias surgen los especuladores que acaparan agua y productos alimenticios, para poco después subir sus precios, sin que nadie les haga nada, ni tampoco bajen de precio los alimentos en las zonas afectadas.

Hoy, como siempre ha sido, el pueblo entero se ha movilizado por socorrer a nuestros compatriotas del Norte Chico. Es así porque en su fuero íntimo, los chilenos sabemos que el Estado, a pesar de ser el de un país expuesto naturalmente a estos estragos, no se ha preparado nunca bien para enfrentarlos en la debida forma. No hay aviones contra-incendios forestales suficientes; tampoco la cantidad de helicópteros-ambulancias ni de transporte que acudan ipso facto en auxilio de los pobladores damnificados, sobre todo los más pobres, que son los más expuestos al furor de los terremotos, inundaciones e incendios.

Tampoco hay instalaciones y medios preparados con antelación que aseguren la rápida reconstrucción de las áreas afectadas. Ya es hora que el Estado no sea sustituido por la caridad, y asuma nuestra realidad de país expuesto a las furias de la naturaleza. ¿Medios financieros? Por supuesto, los hay, y los habría aun más si la riqueza se distribuyera más racionalmente.

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