Medio Oriente y redes sociales: La complejidad geopolítica más allá de un post
Opinión y Comentarios 16 junio, 2025 Edición Cero 1

Ricardo Balladares Castilla, Sociólogo.-
El conflicto entre Irán e Israel trasciende las narrativas simplistas que dominan las redes sociales. Mientras plataformas como TikTok, X o Instagram presentan una visión binaria del enfrentamiento, la realidad geopolítica de Medio Oriente es infinitamente más compleja. Se trata de un tablero multidimensional donde cada movimiento estratégico tiene múltiples consecuencias y donde las alianzas se construyen sobre intereses históricos y contemporáneos.
El ataque israelí a instalaciones nucleares y militares iraníes en junio de 2025 no fue un simple acto de retaliación, sino una reconfiguración calculada del equilibrio regional. Más allá de los objetivos tácticos alcanzados —como la destrucción de infraestructura crítica y la eliminación de altos mandos militares—, esta acción desencadenó una serie de efectos estratégicos que benefician a diversos actores regionales. Países como Jordania, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Egipto, que públicamente condenaron los ataques, ven en el debilitamiento iraní una oportunidad para reducir la influencia chiita en la región. Incluso Hamás, aliado tradicional de Irán, ha mostrado señales de preocupación ante la disminución del apoyo teheraní.
Una de las claves para entender esta dinámica es la profunda división entre sunitas y chiitas. Con el 85% de los musulmanes adscritos al sunismo, Irán representa una minoría teológica que ha logrado proyectar poder mediante redes de milicias transnacionales. Para Arabia Saudita, guardián de los lugares santos del Islam, el régimen iraní constituye una amenaza tanto religiosa como estratégica. Esta rivalidad explica por qué los países árabes no movilizaron ayuda militar a Irán tras los ataques, ni siquiera cerraron su espacio aéreo a los aviones israelíes, los cuales hasta el día de hoy siguen abiertos.
La relación entre Rusia e Irán añade otra capa de complejidad. Moscú depende del suministro de drones, misiles, kits de ensamblaje y códigos fuentes iraníes para su guerra en Ucrania, pero esta alianza tiene un costo elevado. Las deudas acumuladas por Rusia con Irán plantean un dilema estratégico: un eventual colapso del régimen iraní podría significar un alivio financiero para Moscú, pero al precio de perder un proveedor militar clave. Además, un Irán débil reduce la dependencia rusa, permitiéndole acercarse a Turquía o India sin ataduras. Rusia gana si Irán sobrevive pero sangra, pero gana mucho más si muere y le libra de deudas.
En el ámbito interno, Irán enfrenta desafíos significativos. Las protestas de 2022-2024 demostraron el descontento de amplios sectores de la población con el régimen teocrático. Para muchos iraníes, los ataques israelíes representan un golpe al establishment político-militar que ha gobernado el país durante décadas. Esta paradoja —donde una acción militar externa podría favorecer las aspiraciones democráticas internas— revela las contradicciones inherentes al conflicto.
En Líbano y Jordania, las reacciones han sido igualmente pragmáticas. Mientras el gobierno libanés ve en un Irán debilitado la posibilidad de reducir la influencia de Hezbolá, Jordania percibe esta situación como una oportunidad para contener la radicalización en sus fronteras y mantener la monarquía hachemita sin sobresaltos. Ambos países han optado por una neutralidad estratégica que habla más de sus intereses nacionales que de principios ideológicos.
Estados Unidos, por su parte, ha mantenido una posición calculada. Al permitir que Israel asuma el liderazgo operativo, Washington logra debilitar a Irán sin involucrarse directamente. Esta estrategia busca múltiples objetivos: desde asegurar el flujo de energía hacia Europa hasta aislar a grupos como Hamás al cortar sus fuentes de financiamiento externo. La administración estadounidense logra así su objetivo sin mancharse las manos: la doctrina Nixon de «asiáticos muriendo por asiáticos» recargada.
Este conflicto demuestra que Medio Oriente se rige por una lógica de realpolitik donde las identidades religiosas y étnicas interactúan con cálculos geopolíticos. Reducir esta complejidad a un enfrentamiento entre «buenos y malos» no solo es analíticamente pobre, sino que contribuye a perpetuar narrativas simplistas que poco ayudan a comprender la región.
Las redes sociales, con su tendencia al reduccionismo, convierten la geopolítica en un espectáculo maniqueo. Sin embargo, el verdadero juego de poder ocurre en esferas donde los intereses nacionales priman sobre las ideologías. Comprender esta multidimensionalidad es esencial para evitar caer en simplificaciones que, lejos de iluminar el conflicto, oscurecen sus dinámicas fundamentales. Medio Oriente no cabe en un tuit. Quienes reducen el conflicto a «Israel malo, Irán víctima» o viceversa, ignoran que aquí no hay buenos ni malos, solo intereses encadenados por historia, petróleo y teología. Las redes sociales convierten la geopolítica en un ring de boxeo moral, pero el juego real ocurre en mesas donde sunitas festejan en secreto, rusos calculan default, y opositores iraníes rezan por un misil certero.
En última instancia, quienes consumen y comparten contenido sobre estos temas deberían preguntarse: ¿están viendo el tablero completo o solo una pieza aislada? La diferencia entre ambas perspectivas determina si se está ante un análisis serio o ante una caricatura geopolítica. En un mundo cada vez más interconectado, esta distinción resulta crucial. En este juego de sucias triangulaciones, al compartir un meme o post simplista, usted no está «tomando partido», está siendo utilizado como eco de una agenda ajena. Porque en la guerra si usted no ve el tablero, no es jugador: es ficha.
…y al final las que mueren son las fichas.
Buena columna.