Edición Cero

Waldo Aguilar Figueroa.-  (O cómo le explico a esos amores de pobla que ya no estás,  Lemebel) Ya pasaron más de diez años de... Pedro querido, te extrañamos tanto

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Waldo Aguilar Figueroa.- 

(O cómo le explico a esos amores de pobla que ya no estás,  Lemebel)

Ya pasaron más de diez años de tu partida. Y los últimos versos de tu lápiz, resplandecen como los ojos de un niño jugando con tierra al costado de la quebradilla en Alto Hospicio, o en el patio de una de esas casas que se llueven para los inviernos y los amigos de las empresas constructoras ayudan a impermeabilizar con plásticos desde sus privadas instituciones públicas.

No sé por qué hoy, como todos los días, volví a nacer pensando en ti y esas palabras repletas de amor, dolor, y rabia; mucha rabia, que en su conjunto literario-sinfónico formaban una roñosa obra maestra, que, a diferencia de las clásicas, todos los de la pobla podíamos entender sin poder hacer nada, aparte de llorar y reír al mismo tiempo. Quién era este maricón que seducía a ignorantes heterosexuales como yo, sin ninguna posibilidad de comprender ni mucho menos empatizar con esta orientación sexual tan enferma y contranatura que se merecía el odio de moros y cristianos; de izquierdistas y derechistas; conservadores y revolucionarios.

No había espacio en el comunismo para homosexuales, lugar para ellos en el ejército. Como en los hechos no hay espacio para la equidad y la justicia en el capitalismo, como no hay espacio para la pobreza en el lenguaje y por eso la niegan y llaman, y se llaman a sí mismos los pobres clase media o emprendimiento al auto empleo, a la indigencia situación de calle

Hoy te leo y te escucho recitando tus versos marginales con un cigarro trasnochado y un vaso de vino donde las moscas no se posan, porque algunas prefieren observarte sobrevolando tu corona de espinas invisibles y otras preferimos sentarnos a tu lado y compartir contigo el humo que nos va matando, y escucharte en lugar de succionar tu comida o tu bebida a la manera que te chupan el bolsillo y la vida otros monstruos.

Tan insignificantes somos Pedro. Contigo lo aprendí. Que hasta quienes nos defienden nos pisotean, solidarios con esa “glotonería de tanto tener”, para acaparar las migajas que caen de los manteles y las mesas repletas de joyas y manjares, ilusionados con la posibilidad incierta que juntando miguita a miguita les va a alcanzar para completar un pan.

Tego miedo Pedro, no se si alguna vez lo tuviste tu. Supongo, tal vez, el miedo diario de no saber si hay para comer o vivir va haciéndose más familiar día a día, y termina convirtiéndose en un aderezo de todas las emociones.

¿Cómo le explico a ella que la quiero? ¿Cómo le explico a ella que la he dejado de querer? Cómo le explico que quiero abrazarla y reírme con ella en la cama o en la plaza, después de una película, después de la resaca. Cómo le explico que mi pequeño y desangrado corazón no atesora ya emoción alguna que inspire quedarme. Colgado aquí en un árbol, mis sueños han hibernado crisálidos y metamorfósicos y ya quieren volar lepidópteros.

Su sonrisa, Pedro. Su boca Lemebel. Ambas son de pobla. Sus palabras Pedro. Su lengua Lemebel. Ambas sensuales y sonoras. No le asustan las vulgaridades, ni la seducen demasiado las formalidades. Ella es una casualidad hermosa. Una espontánea y auténtica Fiona, Princesa verde y loca.

¿Cómo le explico a ella que veo tu poesía en su rostro Pedro? ¿Lemebel, cómo le hacemos para capturar la espontánea ternura que veo en sus pupilas cuando ríe a carcajadas sin pudor ni prudencia?

¿Cómo puedo salir de mi prisión para ir a abrazarla un domingo por la mañana? Ni siquiera estoy seguro que me reciba, Pedro. Tú sabes mejor que yo de sueños y bobadas Lemebel.

También aprendí contigo, que mientras uno sueña y se eleva autofabricándose fantasías, mientras más se autocomplace uno con idealizaciones románticas para evadir esta realidad sin brillo, más profundo es el abismo, más destructivo y autoflagelante el impacto con la verdad, más depresivo el retorno de la conciencia, más duro e irremediable el concepto de la propia insignificancia, cuando nos sabemos ciegos y disociados a la intemperie, en este mundo tan cruel y pragmático.

Hace 10 años te fuiste Pedro, y dejaste tu cruda prosa grabada en los marginales espacios que son invisibles aun hoy a pesar de estar ahí a la vista. Cómo saco poesía de ahí Pedro, cómo puedo escribir sin sufrir, o cómo todos, sufrir sin escribir Lemebel. Cómo le explico a la pobla que debe caminar y exhibir orgullosa sus amores y dolores y no disimularlos o esconderlos para integrarse a una estética y una economía que la desprecia.

Cómo le hago Pedro para explicarle a ella, Lemebel, que estuviste, y ya no estás, y que la poesía ha quedado huérfana.

 

 

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