La historia de una librería anarquista que se esconde dentro de un banco
Opinión y Comentarios 27 enero, 2025 Edición Cero 1

Ivanna Margarucci, Investigadora postdoctoral de la Universidad de Tarapacá.-
Si buscamos el número 430 de la calle Tarapacá de Iquique no lo vamos a encontrar. Existía hace más de 100 años, pero ya no existe más. En su lugar fue emplazado el Banco BCI, que ocupa desde el 404 hasta el 438.
Pero antes, hace más de 100 años, hubiéramos encontrado en esa dirección una librería anarquista, “la mejor librería de la ciudad” según el abogado Carlos Vicuña Fuentes.
Fundada por el español Manuel Peña y su hermano, la bautizaron “Librería Ibérica” en honor a la región desde donde habían migrado.
Sobre Manuel, contamos con pocos datos. Era joven, tenía unos veinte y tantos años. Huérfano, había recalado en Chile a los 12. En septiembre de 1914, ya está en Iquique. En esta fecha, los hermanos Peña reciben siete encomiendas postales internacionales desde Argentina. Muy posiblemente se tratara de literatura revolucionaria para la librería, la cual comprobamos que está en funcionamiento en 1917 en la calle Tarapacá 728.
Es decir, la inauguración de la Ibérica se produjo en simultáneo al contexto de ebullición política que había causado la aparición del periódico El Despertar de los Trabajadores y la fundación del Partido Obrero Socialista, como parte de la obra de don Luis Emilio Recabarren en el norte chileno, los primeros meses de 1912.
La librería, un verdadero club social y biblioteca popular, se convirtió en “el centro de los intelectuales” de Iquique.
Visitaban sus instalaciones desde literatos y periodistas, hasta abogados y activistas. En las tertulias políticas que podían durar pasadas las diez de la noche, mezclaban autores, corrientes ideológicas y disciplinas: hablaban de los padres del anarquismo como Mijail Bakunin y Piotr Kropotkin, pero también de Karl Marx o Henrik Ibsen, el dramaturgo y poeta noruego.
Atendida por Peña, más que participar de los debates, este los escuchaba atentamente. “Poco letrado él mismo a causa de los primeros años difíciles […] leía mucho y oía con gran placer la conversación de la gente bien hablada y culta” agrega Vicuña Fuentes. De forma autodidacta, como tantos otros hombres y mujeres, así se hizo anarquista. “Lentamente adhirió, por contagio mental, a un anarquismo idealista y fraternal, animado de un soplo de amor generoso por el pueblo explotado”.

Las inmediaciones de la librería Ibérica hacia 1920. Fuente: Grupo de Facebook Memoria Visual de Iquique y la Pampa.
Para octubre de 1919, la librería estaba practicando la misma tarea de educación de los trabajadores que residían en Iquique o pululaban en ese año de crisis salitrera desde la pampa. “Para instruirse”. Así se titula un pequeño aviso publicado en varios números de El Surco, el semanario anarquista editado por el tipógrafo Celedonio Enrique Arenas Rojas. A continuación, el anuncio decía:
“A todos los obreros en general se les recomienda la lectura de los siguientes libros que se encuentran en la Librería Ibérica de Manuel Peña calle Tarapacá No. 430”.
Compuesto de 26 obras, el listado incluye pensadores sociales y escritores populares, literatos y poetas, europeos y sudamericanos de todos los tiempos: Kropotkin, Alejandro Sux, Enrique V. Erserguer, Santos García Mallarini, Paolo Mantegazza, Antonio Astort, León Tolstoy, Dmitry Merezhkovsky, Jacques Novicow, Esperanza Gas, Auguste Dide, Jacinto Barriel, Evariste Parny, Pompeyo Gener, Donato Luben, Atilio Figuier, Émile Littré, Élisée Reclus y Francesco Saverio Merlino, etcétera, etcétera.
De poco letrado, Peña pasó a ser así un lector y librero erudito, que vendía, prestaba y regalaba libros y folletos en ediciones baratas procedentes de España muchas de ellas, a metros de las plazas Arturo Prat y Condell. Lo mismo haría con la prensa ácrata que traía el correo desde Santiago.
Su compromiso con el anarquismo era, pues, ante todo intelectual. Si el folleto “¿Por qué somos anarquistas?” del italiano Merlino lo vendía a 20 centavos –10 más de lo que costaba El Surco–, en la misma edición donde sale publicado por primera vez el aviso, aparece colaborando con el periódico con la suma de 10 pesos.
Todo esto fue suficiente para que, en un contexto nacional de persecución del anarquismo, la Intendencia de Tarapacá aplicara sobre el español Peña la Ley de Residencia, que impedía desde diciembre de 1918 la entrada o residencia en el país de “extranjeros que practican o enseñan la alteración del orden social o político por medio de la violencia”. ¿Cuál era el crimen por el que se lo condenaba en el decreto de expulsión fechado el 29 de marzo de 1920? Vender “a precios voluntarios” y repartir gratis esos impresos “a los obreros y soldados” y, todavía peor, que “se haya negado a retirar las susodichas obras de sus vidrieras, requerido por la policía”.
La opinión pública y la prensa, de Iquique y, también, de Santiago, se conmovieron. La justicia no. El abogado Vicuña Fuentes, víctima del destierro durante la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo, recuerda que “por cable me pidieron ayuda y me insinuaron que solicitara a la Corte Suprema que abriese una investigación para acreditar los buenos antecedentes de Peña, su moralidad, su dedicación al trabajo, sus buenos sentimientos, su ninguna intervención en actividades subversivas”, pero fue en vano.
En mayo saldría expulsado de Chile, se suponía, a Bolivia como primer destino, aunque finalmente lo hizo vía Tacna. El Centro Anárquico La Brecha dirigido por el editor de El Surco y los sindicatos de resistencia llamaron a una huelga de 24 horas. Sin embargo, el tiro salió por la culata: las ligas patrióticas repudiaron el paro, empastelando la imprenta del centro.
Poco antes, desde la cárcel, Manuel Peña tuvo que malvender su librería: recibió 8.000 pesos cuando estaba valuada en 30.000. Hoy, el lugar donde hace más de 100 años estaba ubicada La Ibérica es un banco, uno de los símbolos más poderosos del capitalismo. Similar destino tendría la vida de Peña. Regresó a España solo, sin su hermano, de quien se desconoce su paradero. El anarquista –vaya paradoja– fue reclutado como soldado. Murió manipulando un cañón. Su explosión le partió el cráneo.
Fuentes:
-“Para instruirse”, El Surco, Iquique, 4 de octubre de 1919.
-Camilo Plaza Armijo y Víctor Muñoz Cortés, “La Ley de Residencia y la expulsión a los extranjeros subversivos”, Revista de Derechos Fundamentales, (10) (2013), pp. 107-136. Disponible en: https://hdl.handle.net/20.500.12536/689
-Carlos Vicuña Fuentes, La tiranía en Chile: libro escrito en el destierro en 1928, Santiago, LOM Ediciones, 2002.
-Manuel Lagos Mieres, Los subversivos: las maquinaciones del poder.“República” de Chile 1920, Santiago, Editorial Quimantú, 2012.
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La autora agradece al Dr. Damián Lo y a Mario Zolezzi por los datos históricos aportados para la escritura del artículo.
Donde hay trabajadores, hay sueños de liberación.
Y siempre habrá libreros que alimenten esos sueños.
Por más pesados que sean los golpes del capitalismo, siempre habrá un Espartaco que se enfrente con valor al mismo