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Dra. Marcela Tapia Ladino, profesora titular Universidad Arturo Prat.-  “Que la vergüenza cambie de bando” declaró Gisèle Pelicot en septiembre de este año al... Un nuevo 25 de noviembre para avanzar hacia una sociedad libre de violencias

Dra. Marcela Tapia Ladino, profesora titular Universidad Arturo Prat.- 

“Que la vergüenza cambie de bando” declaró Gisèle Pelicot en septiembre de este año al tomar la valiente decisión de hacer público el juicio en contra de ex marido por abuso y violación durante casi una década. Es probablemente el caso más monstruoso que hemos conocido en la historia reciente en materia de violencia y abuso en contra de una mujer. El hecho nos recuerda a otros de similares y que resultan emblemáticos, como el de la manada en España que evidenció las fallas de un sistema judicial incapaz de proteger a las mujeres de las agresiones sexuales.

Este caso no solo indignó por la atrocidad de los hechos, sino también por la revictimización sufrida por la víctima en el proceso judicial. En Chile, el caso homónimo de “la manada” en Santiago sigue resonando como un eco escalofriante, demostrando que las dinámicas de abuso grupal no son excepcionales, sino una manifestación de masculinidades tóxicas que operan en conjunto.

Sin embargo, hablar de violencia contra las mujeres y las diversidades no solo implica referirse a los casos extremos de feminicidios o violaciones, sino también a las micro-violencias cotidianas que, a menudo, pasan desapercibidas y que sustentan la desigualdad. Desde los comentarios sexistas cotidianos hasta el control económico y emocional, estas prácticas refuerzan una jerarquía de poder que mantiene a las mujeres en desventaja porque son formas de opresión invisibles, pero profundamente eficaces. Cuando ignoramos un comentario degradante, de tono autoritario en contra de nosotras o justificamos actitudes posesivas como el llamado “amor romántico”, estamos sembrando el terreno para que las violencias se sigan reproduciendo.

Romper este ciclo exige educar a las infancias, las adolescencias, pero especialmente a las masculinidades tóxicas que las originan. La socialización masculina en torno a la dominación, la competitividad y la represión emocional perpetúan comportamientos violentos. Hombres que sienten que su virilidad depende de ejercer control sobre las mujeres son los mismos que recurren a la violencia cuando perciben que ese control se pierde.

De modo que promover modelos alternativos de masculinidad es una tarea urgente que tenemos que construir entre todos. Debemos abrir espacios para que los hombres cuestionen las narrativas tradicionales de poder y adopten una postura activa contra el patriarcado. Hoy no es suficiente que los hombres sean “aliados” de las causas feministas, que declaren que las entienden o las comparten; sino que deben ser agentes de cambio dispuestos a deconstruir sus privilegios.

Entonces, este 25 de noviembre no basta con conmemorar a las víctimas; debemos comprometernos a construir una sociedad donde todas las mujeres y las diversidades puedan vivir libres de violencia, en la casa, en el trabajo y en la calle. Por siglos hemos cargado el peso del silencio, la culpa y la vergüenza, pero ese peso debe cambiar de lugar. “Que la vergüenza cambie de bando” y recaiga sobre quienes las perpetúan, justificando, ignorando o mirando para el lado cuando son testigos de estas injusticias.

Romper el ciclo comienza cuando ya no callamos y exigimos justicia, pero sólo avanza con una transformación colectiva en la que podamos imaginar un futuro donde estas columnas ya no sean necesarias.

 

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