Edición Cero

Daniel Ramírez.-  El día 4 me vi nuevamente arrastrado por la sorpresa y amargura que sentí el 11 de septiembre del 73. Fue un... De todo un poco

Daniel Ramírez.- 

El día 4 me vi nuevamente arrastrado por la sorpresa y amargura que sentí el 11 de septiembre del 73. Fue un golpe violento que me retrotrajo a la sensación de un fracaso inexplicable, pero a medida que pasan los días comienzo a entender esto como un paso más en un proceso de avance social, donde ahora tenemos mayor información de la realidad social que estamos tratando de hacer progresar y una mayor participación (aunque sea forzada) de quienes la componen y lo más importante, aunque la nueva constitución haya sido rechazada, hay principios valóricos y tareas políticas que han sido tácitamente aprobadas y que ya forman parte de nuestras expectativas como un capital logrado.

Una masa de 5 millones de votantes que había permanecido oculta, porque no le gusta la política ni los políticos, porque no le interese quién gobierne ni cómo gobierne, porque no tiene idea de educación cívica, porque no creen que las cosas pueden cambiar ni se imaginan como hacer esos cambios y por último, porque piensa que sea lo que sea que suceda, ellos van a tener que trabajar igual para subsistir. Esa masa de 5 millones de ciudadanos que habitan en la disconformidad, fue obligada a votar bajo amenaza de una multa dolorosa y además, arruinándoles el domingo familiar. Y lo hizo sintiendo más que nunca su desprecio por los partidos políticos, los políticos y la institucionalidad, porque eso era para ellos la nueva constitución. Desde luego que no iban a votar apruebo.

Hay muchas causas por las cuales se perdió el apruebo, pero para mí esta es la más notoria y la explicación más clara de por qué todo el mundo estaba sorprendido de la magnitud del resultado. Ninguna encuesta ni ningún analista pudo verlo venir.

Hay otras causas mencionables, como la inmensa y mentirosa campaña publicitaria liderada como es costumbre en estos casos por El Mercurio, la masiva utilización de las redes sociales en la difusión de noticias falsas, la inteligente y persistente actuación obstruccionista de los partidos de derecha, la negligente y casi nula actuación pública de los políticos de centro izquierda, salvo de aquellos que estaban abiertamente por el rechazo. Hubo también sectores que creyeron que la constitución debía reflejar el éxito de una revolución que no se había hecho. Ellos sufrieron una profunda desilusión en la medida en que al proceso constitucional avanzaba.

El trabajo de destrucción y promoción de los objetivos constituyentes comenzó en tiempos distintos, la derecha inició su sabotaje junto o antes del plebiscito de entrada, la llamada centro izquierda no se notó cuando. El mal trabajo voluntario de la centro izquierda y el buen trabajo de la derecha, fue penado y premiado respectivamente con poco más de 1 millón de votos en la elección final.

¿Cómo? Veamos.

Cuando se votó la necesidad de una nueva constitución y después la elección de los convencionales, se hizo con el sistema de voto voluntario y el universo de votantes fluctuó entre 6.190.448 y 7.573.914, de los cuales 5.899.683, con un 78,31 %, aprobó elaborar una nueva constitución. Este es el universo de votantes voluntarios interesados en la conducción y orientación de nuestra sociedad y que en las últimas elecciones ha definido nuestro espectro político tradicional.

En el plebiscito de salida votaron 13.021.063 de ciudadanos, es decir, se agregó una masa de 5.447.149 ciudadanos que fueron a votar necesariamente molestos, obligados bajo amenaza de multa si no lo hacían.

El apruebo que inicialmente obtuvo el 78,31 % de la votación (5.899.683 votos), bajó en el plebiscito de salida a 4.860.093 votos, es decir, perdió 1.039.590 votos. Estos son los votos de quienes votaron apruebo en el primer plebiscito y que se arrepintieron como consecuencia de la propaganda y la información fallida. Si se hubiera mantenido el sistema de votación voluntario en el plebiscito de salida, el apruebo, perdiendo 1.039.590 votos y con el total alcanzado de 4.860.093 votos, habría ganado la elección con un 64 %, suponiendo que se repetía el máximo de participación logrado en las elecciones de voto voluntario anteriores (7.573.914). Este era el resultado más lógico y que no habría sorprendido a nadie.

Alguien debe de estar felicitando al que agregó el voto obligatorio al plebiscito de salida. Fue un llamado a las oscuras reservas electorales que existen porque los partidos políticos no han sabido permear con sus ideologías a la sociedad en que viven.

¿Qué hicimos mal? ¿Cuál fue el problema que hizo que un millón de personas retiraran su apoyo al proceso constituyente que habían iniciado y que 5 millones que nunca se habían interesado en votar y que desprecian la política tradicional y a sus profesionales, ahora votaran por ellos? ¿Cuál puede ser la razón para que 5 millones de ciudadanos, obligados a votar, rechacen elevar a la categoría de derecho social la paridad de género, la salud, la educación, la vivienda, la dignidad, la igualdad, las pensiones dignas, el respeto a la naturaleza, la protección a la niñez, el ejercicio de la soberanía popular en forma directa a través del ejercicio de una democracia participativa? ¿El centralismo no los ha hecho sentir la necesidad de autonomía y poder para las regiones? ¿Por qué negar el reconocimiento a nuestros pueblos originarios y la necesidad de reparar el daño que se les ha causado? Todos estos principios serían una base extraordinariamente sólida y digna para edificar nuestra convivencia futura. La única razón que se me ocurre es la ignorancia. Es como para pensar: Ganaron … y no saben que perdieron la oportunidad de vivir mejor.

Lo importante ahora y que debemos consignar como cierto, es que a pesar de todo hemos avanzado. Mucho menos de lo que queríamos y menos de lo que debíamos, pero hay conquistas que, aunque haya ganado el rechazo no podrán revertir. La irrupción del feminismo y la paridad de género es lo más importante y seguramente será la llave de futuros avances. El despertar de la sociedad sigue y lo impostergable es cumplir con el mandato soberano de escribir una nueva constitución, para lo cual la continuación del proceso constitucional y el mecanismo que se dará para ello, no puede ser otro que una nueva convención elegida con candidatos independientes. El camino será difícil porque si hay algo a lo que todo político teme es a la democracia ejercida por un pueblo organizado. La nueva constitución establecía en su Capítulo IV varias herramientas de participación democrática que seguramente serán cuestionadas, como lo serán también el estatuto de los minerales y el de los bienes comunes naturales, principalmente la propiedad del agua.

La derecha querrá reponer en su lugar a los Senadores cesantes que son los nexos de las grandes empresas nacionales y de las otras con el Estado. Para evaluar su desvergonzado trabajo basta ver como han frenado la derogación de la ley de pesca.

El nuevo escenario que genera el voto obligatorio es una incógnita mayúscula en cuanto a la representación popular que generará. Los emprendedores de la política han visto en esto un nicho de oportunidades y ya están planificando la creación de nuevos partidos, donde el centro político parece ser el destino más prometedor.

Hoy más que nunca creo en la importancia de algo que he repetido ya muchas veces, la necesidad de que los alcaldes y Gobernadores intervengan directamente en el proceso constitucional. Ellos son los más cercanos a la ciudadanía y por lo tanto “sienten” mejor la democracia, además fueron los que dieron la mayor fuerza de apoyo social para el inicio constituyente.

Si la elección se da bajo un sistema de voto obligatorio nadie puede tener idea de cuál será la distribución de fuerzas, puesto que el reordenamiento político que viene con el rechazo consiste en la distribución de 5 millones de votos que generalmente repudian el sistema político.

Así como los oportunistas políticos buscarán la creación de nuevos partidos nacionales, que son los que perpetúan el centralismo, las regiones debieran pelear porque se modifique la ley de partidos y se permitan los partidos en una sola región. Una federación de partidos regionales puede transformarse en un partido nacional, pero el beneficio mayor que tendrá es que los candidatos serán elegidos por las comunas o regiones, sin intervención de la metrópoli. Lo otro importante es que a los 5 millones de votos se accederá con mayor facilidad en cada región y en base a debates e información cercana a todos.

Todas las autoridades actuales tienen claro que ninguno de ellos fue elegido en un universo de 13 millones de votos y por lo tanto su futuro es desconocido.

Es cierto que la mal llamada clase política logró frenar el proceso y concentrar en sus manos la continuidad, en tiempo, forma y esencia, de las respuestas a los planteamientos populares del 18 de oct. Pero lo que tienen en sus manos es una bomba de tiempo.

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