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Iván Valdés G., Periodista. Máster en Relaciones Internacionales y en Estudios Latinoamericanos.- Hace pocos días, nuestro país conmemoraba un nuevo aniversario del levantamiento popular... El porqué sólo la unidad más amplia puede construir un Chile mejor

Iván Valdés G., Periodista. Máster en Relaciones Internacionales y en Estudios Latinoamericanos.-

Hace pocos días, nuestro país conmemoraba un nuevo aniversario del levantamiento popular del 18-0, con su noble sello de movilización y protesta. Pero la prosaica realidad, es que hoy la mera movilización callejera no basta; el proceso transformador, por el cual lucharon y sufrieron tantos, exige para su concreción también la acumulación política de mayorías, cuya contabilidad al final, tiene que ser también electoral. En este desafío, ni el conglomerado de Izquierda, ni el de Centro-Izquierda, tienen por sí solos la base electoral suficiente para viabilizar transformaciones estructurales. En otras palabras, o el proceso de cambios tiene amplia vocación mayoritaria, o no será.

Que duda cabe, que la verdadera rebelión popular del octubre chileno, abrió las puertas a la construcción de ese Chile más justo, democrático y desarrollado, que los pueblos de la patria demandan. Y que duda cabe también, que una de las claves de su éxito en la ruptura del statu quo impuesto por las élites, fue lo multifacéticas de sus expresiones de lucha, las que incluyeron la violencia legítima de los oprimidos. Sin esa cuota de protesta y acción directa, unido a la masividad y la claridad del discurso de los movilizados, el proceso hubiera sido trunco. Sin embargo, también es cierto que ese sendero empezó a dar muestras de agotamiento, en particular por la paulatina pérdida de masividad; como asimismo por la acción represiva en ascenso, lo que sólo dejaba el camino de la confrontación, en el que sólo podían ganar las fuerzas del Estado.

Es en esta encrucijada estratégica, que surge, a fuerza de un parto, el “Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución”, suscrito por la inmensa mayoría de las fuerzas políticas del país. Ese pacto, cambió el tablero de la confrontación violenta; por el de la acumulación democrática de mayorías, que era el espacio donde las fuerzas progresistas, populares y democráticas podían ganar y de hecho lo hicieron, como demostró el plebiscito y la composición de la Convención Constitucional. Sin embargo, esa “carrera corrida” en camino a ese Chile mejor que todos anhelamos, empezó a mostrar crecientes fragilidades, expresadas en la fragmentación precisamente de ese campo transformador. Miradas mesiánicas, principismos, y sectarismos varios, fueron el caldo de cultivo para la división; siendo que, desde el punto de vista objetivo, los programas y diagnósticos de las diversas fuerzas opositoras eran estructuralmente convergentes. En otras palabras, había necesidad de unidad, había espacio político-programático para la unidad, pero no había voluntad para ello.

La rebelión, con toda su carga de sacrificio y heroísmo, abrió la puerta, pero no pudo concluir el camino, el que aún está en proceso de construcción, y, por tanto, aún en peligro. Los sectores más reaccionarios se agrupan y acumulan fuerzas, siendo el ascenso de la candidatura presidencial de Kast -que hasta hace poco parecía marginal- una de las expresiones más elocuentes. Asimismo, la envergadura de las transformaciones a implementar exige sin duda supramayorías parlamentarias, pero también una presidencia lo suficientemente legitimada desde el punto de vista político, para asumir un mandato destinado a hacer historia y no sólo a administrar. Por último, el esfuerzo también exige el concurso de las mejores capacidades político-técnicas, repartidas entre las distintas expresiones opositoras al actual gobierno.

Por todo lo anterior, la unidad más amplia no sólo se presenta como una necesidad política objetiva, sino también como un imperativo moral. No resulta comprensible que, en este momento crucial para la patria, las posibilidades de construir un mejor futuro terminaran frustrándose por la miopía de la división.  Si ello ocurriese, el mensaje sería doblemente desolador: el primero es el reconocimiento de no poder ofrecer un mejor futuro a nuestros hijos y nuestro prójimo; y el segundo, que los muertos, los mutilados, los torturados y los presos de la rebelión, ofrecieron su sacrificio en vano.

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