Edición Cero

Pedro Oróstica C.-   Considerando las permanentes conductas de indisposición y disputas entre  las personas, organizaciones, países, continentes, hemisferios, etc.,  el título de esta nota,... Armonía para la vida  humana.

Pedro Oróstica C.-  

Considerando las permanentes conductas de indisposición y disputas entre  las personas, organizaciones, países, continentes, hemisferios, etc.,  el título de esta nota,  pareciese una cuestión difícil de conquistar. O  al menos,  de  comprender  sin un previo entrenamiento   en  las mentes de hombres y mujeres, agobiados por las incertezas de una dinámica social muchas veces violenta e insegura y por el descontrol de la propia mente.

De ahí la pregunta que surge en relación a que si las manifestaciones de violencia pueden ser neutralizadas por la mente humana o no.  Esto, dado que cultural y  socialmente,   han sido  establecidas  creencias que   no podrían  ser controladas.   Hay planteamientos  asegurando que son  arraigos irrenunciables a la raza  humana. Igualmente pasa con el miedo, que junto  a  esta violencia,    finalmente se encuentran   cumpliendo el  objetivo final  de facilitar el dominio de algunos sobre los otros, como lo ha sido desde el inicio de la civilización hasta el día de hoy.

En este contexto, tenemos el caso de las guerras, las revoluciones, y todo lo implicado en el derramar sangre, cuestiones que tienden a ser  consideradas como leyes naturales, sin  posibilidad de eludirlas. Pero las mil caras de la violencia,  no constituyen leyes naturales, arrancan de la psiquis humana,  correspondiendo a    construcciones mentales provenientes de  hombres y mujeres actuando; es decir  creadas por nosotros mismos

Pero  no hay educación para intentar  la posibilidad  de  trascender el estigma de Caín y Abel.  La raza de los hombres, desde el inicio, nunca ha conocido la paz permanente, a pesar que cuenta en su propio ser interior,  con los elementos esenciales para alcanzar estados superiores de existencia y de conciencia, donde puede encontrar libertad,   paz,  armonía.

Se ha escrito  la historia y la cultura sin que faltaran jamás las guerras, revoluciones, entuertos, razias y genocidios  y siempre con sufrimiento para quienes ocupan el rol de dominados.  Se  ha cumplido  “la ley de la selva” en  versión bípeda. Esto es,  depredar, aniquilar,  acumular, destruir, para  excluir.   Pero también por la otra parte, se vivifica el quehacer humano,   se coopera, se construye, se distribuye, se solidariza, para incluir.  Y es así  como la ley de la  polaridad  está presente en nuestro actuar social.

Entonces y dado que  las inseguridades,  indisposiciones, rencillas, odiosidades,     tienen su base en nuestras propias estructuras mentales, es perfectamente posible discernirlas y neutralizarlas o eliminar del quehacer individual y social. Es decir,  son posibles de enmendar o rectificar.  Para ello,  solo se requiere del discernimiento,  para procesar  cambios en ese modo excluyente  de pensar, sentir y   actuar.    Pero la  educación ciudadana no se da en este sentido.

El ser social ha sido educado en el sentido excluyente. No se le socializa en el perfeccionamiento moral ni  mental,  por cuanto queda como tarea personal,  alcanzar  armonía, paz y libertad  para la vida  humana.

 

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