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Haroldo Quinteros Bugueño, profesor El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. En la prensa oral, visual y escrita abundarán las los y... Día Internacional de la Mujer.

Haroldo Quinteros Bugueño, profesor

El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. En la prensa oral, visual y escrita abundarán las los y panegíricos a las mujeres, a los que se sumarán opinólogos del más diverso tipo y, obviamente, nuestros políticos, sobre todo en este período de elecciones. Sin embargo, las mujeres no necesitan piropos en este día ni en ningún otro, sino simplemente que sean tratadas siempre como personas; es decir, que permanentemente tengan todas y las mismas posibilidades de desarrollo personal de los hombres, cuestión que por siglos se les ha negado.

¿Qué sucedió un 8 de marzo hace 113 años?

Hay una gran ignorancia sobre el origen del Día Internacional de la Mujer.  Alguna gente sabe que algún 8 de marzo de algún año en algún lugar algunas mujeres protagonizaron una protesta. Fue mucho más que eso; así que refirámonos a ello con la mayor acuciosidad posible:

El 8 de marzo de 1908, en Nueva York, Estados Unidos, las obreras de una fábrica textil, de nombre Cotton, protagonizaron una jornada de protesta que tuvo un horrendo fin. Era una fábrica de vestuario, y ellas eran costureras, lavanderas y aplanchadoras. Habían planteado reiteradas veces sus demandas a sus patrones, sin ningún éxito. Sus sueldos eran más bajos que los de los obreros estadounidenses; trabajaban más de 8 horas diarias sin compensación adicional aunque la jornada de las 8 horas ya era una conquista laboral conseguida por los trabajadores de EE UU y Europa décadas antes. Tampoco se practicaba en esta fábrica la debida mantención de las máquinas, lo que era causa de continuos accidentes.

Había también otra demanda: La mayoría de esas obreras eran madres, y ellas pedían la habilitación de una sala cuna y un jardín infantil para sus hijos. Ante las negativas patronales salieron a las calles en protesta, y días después declararon la huelga. Los patrones, inquietos por lo que estaba ocurriendo ante la posibilidad que la huelga fuese larga; y las autoridades, temerosas que el estallido se propagara hacia otras fábricas y en el país, decidieron concertadamente aplastar el movimiento. Los dueños de la fábrica dijeron a las trabajadoras que estaban dispuestos a negociar, y las invitaron a una reunión que se realizaría al día siguiente, 8 de marzo, en el interior del taller mayor de la fábrica. Sospechosamente, no aparecieron los patrones, sino sólo unos representantes suyos, los que, inexplicablemente, venían acompañados de un numeroso piquete policial.

Las mujeres, confiadas, fueron las primeras en entrar. Lo hicieron en fila y se ubicaron en asientos dispuestos en el interior. Al ingresar al recinto la última trabajadora, las puertas se cerraron abruptamente y a los minutos sobrevino un feroz incendio. 129 trabajadoras murieron quemadas vivas o asfixiadas al no poder escapar. Muy sugestivamente, ningún policía ni delegado patronal quedó encerrado en la fábrica. Sobrevino el juicio de rigor, y desde un comienzo las declaraciones de los sospechosos de haber causado el incendio fueron contradictorias. Como el cine, las radios y la televisión no existían, y la prensa obrera era casi inexistente, la masacre fue ocultada, seguida por un montaje mediático en el que se coludieron patrones, la policía, la prensa, los tribunales de Justicia y el poder político.

A pesar de todo, no pudieron conseguir totalmente su objetivo porque desde los días siguientes a la matanza se filtraron declaraciones de algunos policías que contaron los hechos. Mientras oficialmente se decía que todo había sido un “lamentable“ accidente, aquellos policías declararon a la prensa, meses después, que fueron obligados a encerrar a las mujeres “cumpliendo órdenes superiores,“ y que otros tantos recibieron la orden de un oficial superior de iniciar el fuego. El crimen, finalmente, quedó impune.

El conflicto era social y político, puesto que al igual que tantas masacres de trabajadores a lo largo y ancho del mundo, como la de Chicago del 1 de mayo de 1856, que dio origen al Día Internacional de los Trabajadores y la masacre de las mujeres de la fábrica Cotton no fueron otra cosa que la confrontación entre capital y trabajo. Como bien sabemos los chilenos, y muy especialmente los nortinos, cuando los trabajadores se levantan,  la clase dominante, que controla el Estado, ordena a su brazo armado usar las armas contra los trabajadores sin ninguna conmiseración.

Desnudada toda la verdad sobre aquellas obreras neoyorquinas, el horror que causó en el mundo tan luctuoso suceso, obligó a los patrones a ceder a muchas de las demandas de las trabajadoras, que comenzaron a alzarse organizadamente en todo el país y fuera de EE UU. El propio gobierno central norteamericano, algunos años después, decretó, incluso, el sufragio universal. Muchos años después, en 1975, las Naciones Unidas (ONU) declararon este día 8 de marzo como el  Día Internacional de la Mujer y la Paz Internacional.

  1. La situación de la Mujer en el plano internacional:

Actualmente, la situación de las mujeres es ostensiblemente humillante en los países en desarrollo y subdesarrollados, especialmente en los más atrasados y al interior de las clases sociales empobrecidas. En otros, como en algunos  países de mayoría religiosa musulmana – en la mayoría de los casos de Estado confesional – la mujer es considerada un ser inferior, cuestión que según las autoridades no es asunto de los hombres sino de Dios. En estos países, la mayor parte de las mujeres ni siquiera tienen cédula de identidad, si salen brevemente del hogar deben cubrirse el rostro y el cuerpo entero con una enorme bata negra. Si lo hacen con su marido, no pueden caminar a la misma altura de él y no deben levantar la vista.

Dicho brevemente, la mujer debe aceptar que es una sierva del hombre porque así lo ordena la religión y el Estado. En estos países, sin embargo ha habido rebeliones internas contra estas barbaridades. En Turquía, por ejemplo, país que no es de Estado confesional,  justo en estos momentos la Agrupación por los Derechos de las Mujeres, constituida por mujeres kurdo-turcas, ha lanzado una campaña contra la creciente ola de abusos y feminicidios en el país, de los que señalan como directo responsable al presidente turco Recep Tayyip Erdogan, a quien se proponen llevar a tribunales internacionales próximamente.

En otros, como la confesional Arabia Saudita, el más fundamentalista de todos los países musulmanes, han surgido movimientos en favor de los derechos de la mujer que, obviamente, son ilegales.  Muchas de sus lideresas han sido encarceladas, azotadas, mutiladas o decapitadas acusadas de herejía. No obstante, a las Naciones Unidas, que alberga a  este país en su seno, poco inquietan estas atrocidades, y no sanciona de modo categórico al Estado árabe saudí ni a ningún otro, salvo algunas efímeras amonestaciones y la dación de ciertas directrices,  universalmente aceptadas como obvias por el mundo civilizado sobre el trato a la mujer.

Tampoco a la  Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos Michelle Bachelet se le conocen declaraciones oficiales importantes sobre la lamentable situación de las mujeres en esos países, como tampoco se registra al respecto alguna intervención suya mientras fue directora de ONU-Mujeres, entre 2010 y 2013. Se recordará que ONU-Mujeres es un ente que, según su propia auto-definición, es una organización destinada a fomentar el empoderamiento de la mujer y la igualdad de género. Tras este show, está la hipocresía y sesgo político de la ONU en favor de Estados Unidos (EE UU).

Turquía es un importante miembro de la OTAN, organización militar que EE UU controla sin ningún contrapeso, y Arabia Saudita es su aliada y mayor socio comercial en el Medio Oriente, en virtud de la explotación petrolera por empresas norteamericanas en ese país. Es de suyo decidor que los países y agrupaciones de mayoría musulmana, como Libia y Siria, que han experimentado importantes progresos en cuanto los derechos de las mujeres, son atacados militarmente –por la OTAN en el caso de Libia, hasta el aniquilamiento-  y directamente por EE UU en el caso de Siria. Hay más: en relación al pueblo palestino, cabe señalar que es  la etnia de mayoría musulmana  que ha experimentado el mayor progreso en cuanto los derechos de la mujer.

Sin embargo, refugiado en Cisjordania y la franja de Gaza, este pueblo sigue día a día siendo bombardeado y masacrado por Israel, a lo que se agrega ahora, en estos instantes, el bloqueo terrestre y costero de la franja de Gaza, para impedir la llegada a los palestinos de medicinas y la vacuna contra el Covid 19, de manera de acelerar su total exterminio. También en estos instantes, Arabia Saudita, un país de régimen literalmente medieval y fascista, está cometiendo un espantoso genocidio contra el pueblo de Yemen, sin que EE UU ni la ONU hagan nada por impedirlo.  Dicho brevemente, basta que los pueblos se alcen contra el imperio norteamericano  y sus aliados, para que deban ser destruidos sin importar cuál es su situación en materia social.

 3. Plano nacional:

En nuestro país, las mujeres siguen recibiendo un trato discriminatorio.  De partida, en los hogares chilenos, los desvelos, esfuerzo y trabajo físico de la mujer en casa no es considerado trabajo. Como criar hijos, cuidar del hogar, alimentar al marido y toda la familia no es un trabajo, no tiene ninguna remuneración. En la cultura vigente, se considera “trabajo” sólo aquel que se realiza fuera del hogar, a los cuales  la mayoría de las mujeres, como es lógico, no puede llegar, aunque ellas quisieran, puesto que alguien debe realizar las labores domésticas. Tal es así que muchas veces las mujeres que han accedido a un trabajo estable fuera de casa, deben abandonarlo para ocuparse de otro, el del hogar, perdiendo así la remuneración que tenían. Tras esto, se esconde una violación de un derecho humano elemental, el negar pago a una función laboral.  Holgará señalar que este trabajo es uno de los más arduos que existen porque se realiza todos los días sin feriados ni vacaciones y en mucho más de las 8 horas diarias legales.

El truco de no remunerar el trabajo de la mujer en el hogar tiene un doble significado: Primero, es una jugosa forma de ahorro y capitalización que tiene el sistema económico de Estado; y segundo, así se crea en la conciencia colectiva la figura cultural que la mujer sobrevive en esta tierra sólo gracias al hombre; es decir, a la buena voluntad del marido, del padre, o del conviviente. En los hogares de nula o escasa formación educacional, esta humillación convierte a la mujer en un ser que no merece respeto, lo que explica las agresiones físicas que muchas veces ella sufre en el hogar. Más aun, esta expresión cultural va más allá del lar familiar: Si una mujer tiene la posibilidad de acceder a un puesto de trabajo, en cualquier nivel, es siempre la segunda prioridad aunque le sobren antecedentes; y si accede, no siempre recibirá el mismo sueldo que los hombres. Y para rematar, ni hablar de las trabas y dificultades que una mujer debe vencer si intenta acceder a cargos políticos.

A pesar de algunos importantes progresos legales en materia de derechos de las mujeres, en la práctica ellas siguen siendo discriminadas y ofendidas en muchas formas. Son objeto de acoso sexual en el trabajo y en la calle y son las primeras víctimas de la violencia intra-familiar sin que la gran mayoría de los acosadores, golpeadores y abusadores sexuales sean castigados con severidad.

Recordemos los chilenos que demasiado tiempo después, sólo en 1949, nuestras compatriotas conquistaron el derecho a voto, de lo que se infiere que antes de ese año las mujeres no tenían categoría ciudadana, aunque por 1949 este derecho ya lo tenían las mujeres en gran parte del mundo.  Se vino a alcanzar en Chile sólo en esa fecha gracias a la incansable lucha que venían desplegando desde comienzos del siglo XX algunas agrupaciones de mujeres y los pequeños pero valientes partidos políticos de la izquierda chilena. Rendimos aquí el más sentido homenaje a Luis Emilio Recabarren, el primer organizador de la clase obrera de nuestro país, quien, como un auténtico revolucionario –y, por ende, feminista- se jugó entero por los derechos de la mujer a través de la prensa que él creara.

En 1913, Recabarren vivía en nuestra ciudad. Ese año  invitó a la insigne activista feminista española Belén de Sárraga a Iquique, Pisagua y a algunas oficinas salitreras a dictar conferencias sobre el tema de la emancipación de la mujer, iniciándose así en el norte de Chile las primeras manifestaciones organizadas de lucha por sus derechos. También vaya nuestro homenaje a las valientes sufragistas chilenas que a lo largo de toda la primera mitad del siglo pasado destacaron en esa dura batalla, como nuestra  iquiqueña Elena Caffarena, Olga Poblete, Amanda Labarca, Irma Salas, María de la Cruz y tantas otras.

La tarea por la liberación total y definitiva de nuestras madres, hermanas, esposas, hijas y amigas no ha terminado. Por cierto, la discriminación sexual y el machismo han perdido terreno, como asimismo las posturas conservadoras de derecha que se negaron en el pasado al voto femenino, y hasta hace poco al divorcio, el control responsable de la maternidad y el aborto por tres causales, conquistas que hoy son comunes en todos los países civilizados y democráticos del mundo.  Sin embargo, aún en la mayoría de las fábricas, oficinas, lugares de trabajo y establecimientos educacionales no hay salas-cuna; la violencia intrafamiliar contra la mujer y los feminicidios no cesan; el acoso sexual laboral y en la calle es noticia a diario; y, como promedio nacional, las mujeres trabajadoras chilenas ganan un 33% menos que los hombres.

Finalmente, un llamado a las propias mujeres. Por desgracia, hay mujeres que participan consensualmente en el daño a la dignidad de su género. Ello tiene su expresión, por ejemplo, en aceptar ser un objeto comercial de farándula, como los concursos de belleza, las exageradas e inútiles manifestaciones de la moda y la pornografía, suave o explícita, que avientan a diario la televisión, la prensa gráfica y las redes sociales. Es esto lo que conduce a muchas mujeres, desde la infancia, a la convicción que, al fin de cuentas, son inferiores a los hombres y que sólo su apariencia física les puede permitir abrirse paso en la vida.

 

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