Edición Cero

Haroldo Quinteros Bugueño, Profesor La masacre de la Escuela Santa María de Iquique fue un acontecimiento estremecedor, horrendo; por cierto, la mayor matanza de... “Tal vez mañana o pasado o bien en un tiempo más…”

Haroldo Quinteros Bugueño, Profesor

La masacre de la Escuela Santa María de Iquique fue un acontecimiento estremecedor, horrendo; por cierto, la mayor matanza de trabajadores que se registra, de una vez, no sólo en nuestra historia, sino en la de América. Sobre ella se ha investigado y discutido mucho, tanto en sus causas como las circunstancias y contingencias que la rodearon eo tempore et in situ; sin embargo, no lo suficiente; por lo menos, en un punto crucial, a saber, que conocido bien el hecho, lo más importante hoy es cómo evitar que una tragedia así vuelva a repetirse. Cabe aquí, obviamente, partir por el análisis comparativo entre las circunstancias históricas y sociales en cuyos márgenes tuvo lugar esa masacre, y las de hoy. Veamos:


1.Lo primero es el reconocimiento de los antecedentes sociológicos e históricos de tan luctuoso suceso, de los cuales el más evidente y clave es el nivel a que había llegado la organización de los trabajadores, movilizados consciente y disciplinadamente en procura de mejoras sustanciales en sus condiciones laborales y de vida e, incluso, con propuestas en torno a cambios institucionales en el país (leyes laborales, estatuto obrero, etc). La radicalización ideológica a que había llegado la huelga general pampina que había cubierto todo el desierto salitrero a sólo 11 días de la masacre, fue la situación que agudizó a tal punto las contradicciones de clase entre obreros y patrones, que llevó a éstos al expediente final con que siempre han contado, i. e., utilizar el Estado, cuyo control poseía, a través del Ejército, en la resolución del conflicto. Ergo, la cuestión de fondo para la burguesía empresarial era frenar el desarrollo del movimiento obrero en la pampa salitrera y, por su efecto psicológico, en todo el país. Esta es la razón mayor por la cual, recordando a Carl von Clausewitz, las contradicciones de clase a que se había llegado en el país, un fenómeno de carácter político, terminaría inexorablemente en el uso de la fuerza militar. 


2.Las Fuerzas Armadas del país (FF AA) son el único ente posesor de las armas, y la clase dominante, la burguesía empresarial, las domina sin contrapeso en el plano ideológico. Si bien constitucionalmente su única misión es defender las fronteras del país, ellas han actuado profesionalmente como organización armada cada vez en que han sido requeridas para ahogar en mares de sangre los movimientos más importantes y masivos de los trabajadores, como en la Escuela Santa María, en Ranquil, en Lonquimay, en San Gregorio, etc., etc., sin olvidar, obviamente, el golpe de estado de 1973, que trajo al país una revolución neo-liberal programada y ejecutada en 17 años por los representantes políticos y cuadros profesionales de la clase empresarial. En suma, nada serio puede garantizar que ante el advenimiento de un clima importante de confrontación política entre trabajadores y patrones, no puedan repetirse aquellos hechos; obviamente en que el bando ganador, una vez más, será el que tenga las armas.


3.Las condiciones laborales y de vida de los trabajadores del salitre masacrados en 1907, por supuesto, eran más duras que las de hoy. Sin embargo, estructuralmente poco o nada ha variado desde entonces. Por ejemplo, los obreros pampinos pedían un sistema de seguro de vida en el trabajo y en la salud. La seguridad laboral legal no existía (asistencia médica y pensiones), puesto que el Seguro Obrero sólo vino a crearse en 1924 con la ley 4054 promulgada en el gobierno de Arturo Alessandri Palma. También los trabajadores reclamaban del Gobierno de Santiago intervenir en las salitreras, de modo de dar solución a los problemas que tenían con sus patrones, producto de las misérrimas condiciones de vida y laborales en que se desenvolvían. También pedían que el Administrador ni ningún empleado de la Oficina pudiera despedir a los obreros sin un buen desahucio según el tipo de trabajo y el número de miembros de las familias de los despedidos. La similitud entre aquellas luchas reivindicativas y la de, por ejemplo, la de nuestros trabajadores portuarios de hoy no puede ser más directa.


4.Muchos dicen que los tiempos en más de 100 años han cambiado, pero, repito, no es así en lo estructural. La sociedad chilena que estaba cambiando antes del golpe de estado de 1973, ha vuelto dramáticamente atrás. Para empezar, al igual que en 1907, los trabajadores portuarios luchan hoy por acabar con la institucionalidad laboral existente. Las leyes laborales que regían en 1907, habían sido impuestas por los gobiernos conservadores del siglo XIX, sin ninguna participación obrera. Lo mismo ocurrió en 1981 con la dictadura cívico-militar. Como en 1907, la dictadura, sin ningún tipo de participación de los trabajadores, impuso un sistema legal laboral destinado a sólo preservar el status quo vigente, lo que, precisamente, tiene una clara expresión en el ámbito portuario, específicamente en las labores de estiba y desestiba. Esta política anti-obrera se profundizó en 1997 con el segundo gobierno post-dictadura de la Concertación, con la Ley de Modernización del Sector Portuario Estatal, que inició un proceso de concesiones que acabó con el rol del Estado en los frentes de atraque. En otras palabras, en virtud de ello, más que el Estado, son los patrones quienes mandan en los puertos. Como en la pampa en 1907, muchos obreros trabajan hoy sin contrato, sin remuneraciones fijas y decentes, sin turnos estables, sin indemnización por años de servicio, sin vacaciones, sin pago por capacitaciones, ni pre ni post natal.

Además, como en el pasado, sus turnos e ingresos sufren severos descensos como consecuencia de las fluctuaciones estacionales de las exportaciones. Esto es lo mismo que sucedía en 1907, cuando ante las variaciones de los niveles producción y precios del salitre, se cerraban oficinas salitreras. Muchas veces, además, las oficinas mayores en volumen y modernidad en maquinaria, producían tanto más que las menores, que, en virtud de las leyes de competencia propias del capitalismo, éstas se cerraban, con la consiguiente cesantía de miles de trabajadores y el hambre para sus familias. Hoy, al igual que en 1907, los trabajadores portuarios piden regulación en las contrataciones y una racional repartición del trabajo, así como también las empresas buscan deshacerse de sus dirigentes y los más activos en el movimiento. Como en el pasado, ya es rutina premiar a krumiros y rompehuelgas. Sólo por dar un ejemplo, la empresa Ultraport – la del inefable empresario von Appen – habla de pérdidas y ofrece mejor paga por turno a los trabajadores rompehuelgas. Esta empresa, al igual que las antiguas salitreras, actuó de igual modo en Arica en 2008 y en Mejillones en 2015, cuando muchos sindicatos casi desaparecieron y los dirigentes de los trabajadores fueron confinados a listas negras. 


5.Otra semejanza con el pasado, tal como en 1907, es el hecho que el gobierno no interviene directamente en el actual conflicto portuario, argumentando que se trata de un “asunto entre privados.” Estas mismas palabras ya las había pronunciado Carlos Eastman, el intendente de Tarapacá a sólo horas de la masacre. Hace unos días, la Unión Portuaria de Chile propuso en el Congreso un documento de acuerdo para la modernización del sector, centrado en el derecho de los trabajadores a la seguridad laboral, a la cuestión previsional y a la mejora de los salarios. Todo esto ha sido rechazado, tal como ocurrió con el petitorio de los pampinos en 1907.


6.Finalmente, así como en 1907 con la masacre de la Escuela Santa María, en 1924 con La Coruña, y en 1973 con el baño de sangre que fue el golpe de estado que derribó el gobierno constitucional del Presidente socialista Salvador Allende, hoy son muchos quienes creen que los militares no podrían llegar a tanto. En 1907, los obreros recibieron con vítores al intendente Eastman y al general Silva Renard, personajes que llegaron desde Santiago a parlamentar con ellos. Los obreros estaban convencidos que Eastman y Silva traían la solución a sus problemas, pero lo que traían era la muerte. En 1973, muchos políticos ingenuos de la izquierda, estaban convencidos que las FF AA de Chile no eran fascistas “como las de Brasil,” y a sólo un mes antes del golpe de 1973, Pinochet, acompañado por el propio presidente Allende, que lo designó comandante en Jefe de las tres ramas de las FF AA, fue entusiastamente ovacionado en un balcón de La Moneda por miles de chilenos que apoyaban el gobierno. Entonces, aprendamos esta última lección, quizás la más importante de todas.

“…Tal vez mañana o pasado
O bien en un tiempo más,
La historia que han escuchado,
De nuevo sucederá.
Es Chile un país tan largo
Mil cosas pueden pasar,
Si es que no nos preparamos,
Resueltos para luchar…”

Queda el tema en manos de los partidos políticos y colectivos que, en teoría, están con los trabajadores y con un nuevo tipo de sociedad, en la que impere la justicia social.

Los comentarios están cerrados.