Los 39 años de amor y pasión del Teatro Expresión
Opinión y Comentarios 3 septiembre, 2018 Edición Cero
Iván Vera-Pinto Soto/ Cientista Social, pedagogo, escritor y teatrista
El proverbio popular sentencia: “Obras son amores y no buenas razones”. Sin duda, esa frase resume en propiedad el trabajo tesonero e idealista que emprendió el Teatro Universitario Expresión un 9 de diciembre de 1979, y que aún lo mantiene vital y activo; constituyéndose en uno de los colectivos universitarios más longevos y fructíferos en la escena provinciana chilena.
Ahora bien, es posible que algunos se pregunten ¿cuáles han sido los componentes que le ha permitido a esta agrupación sostenerse y crecer en estos 39 años de vida institucional? Al respecto tendríamos que decir que han sido varias razones. Veamos. Estimamos que la entidad ha logrado estabilizarse en el tiempo, superando escollos de toda índole, bajo parámetros de referencia serios, sin perder de vista el principio primario establecido en su fundación: rescatar, poner en valor y proyectar contenidos y formas dramáticas asociadas con la identidad y memoria regional, nacional y latinoamericana. En efecto, si tuviésemos que identificar los ejes temáticos que han recorrido las cuatro décadas de práctica teatral del Expresión, diríamos que son la identidad, la memoria y la crítica social.
Del mismo modo, en este breve recuento debemos identificar tres ensambles que han direccionado su quehacer. Primero, su labor ha estado centralizada en el Centro de Educación Superior, con una capacidad de establecer instancias formativas y pedagógicas, mediante la realización de cursos electivos, seminarios y talleres, cuyos destinatarios han sido los estudiantes y los distintos segmentos sociales pertenecientes a esta comunidad. Segundo, ha realizado una apuesta escénica valórica, conceptual, comprometida y asociada a los intereses y demandas de los espectadores de la zona; complementada con la generación de productos artísticos con identidad regional. Tercero, ha encauzado una acción permanente y sistemática de vinculación con su público, respaldada por la Universidad Arturo Prat.
Está claro que para que el teatro nazca, se sustente o resurja no basta un decreto, se requiere de la presencia de otras variables fundamentales: liderazgo, capacidad de trabajo en equipo, disciplina, perseverancia, soporte ideológico sólido y condiciones humanas y materiales elementales. En este caso, tal como ha ocurrido en otras experiencias de esta naturaleza, el equipo ha dependido del auspicio corporativo, a veces precario y en otras ocasiones más sensible y cercano. Pero, por sobre cualquier ponderación y juicio que podamos expresar, este vínculo que se ha establecido entre la entidad rectora y la organización artística ha sido clave para su sostenimiento y supervivencia.
Otro aspecto digno de estudio es el hecho que el teatro es por esencia un fenómeno social que refleja e influye en la realidad objetiva que la sustenta. Por ende, la historia de esta compañía y su producción la debemos entender como el resultado de cambios de mentalidades, concurrencia de diferentes paradigmas, demandas, aspiraciones, intereses, emociones, crisis y tensiones acumuladas por un extenso tiempo de los sujetos sociales comprometidos. Más allá de la valoración que podamos urdir de sus realizaciones, estilo y estadio de desarrollo, lo que nos interesa destacar es el significado, la trascendencia y la resignificación que le han dado sus miembros a su quehacer en las diversas etapas históricas.
Todo lo dicho anteriormente es sustancial, sin embargo, creemos que nada se hubiese logrado cristalizar sin el concurso de un conjunto de hombres y mujeres apasionados, quienes han continuado el derrotero de sus antiguos maestros: Jaime Torres, Guillermo Zegarra, y de tantos otros que ya no están corporalmente en nuestro escenario; con todo, viven en nuestra memoria y en legado que con amor nos heredaron. Pues, al final de cuentas, hacer teatro no es acaso un acto de amor; una experiencia etérea que nos hace aumentar la sensación maravillosa de estar vivo y de no doblegarnos a la pasividad social.
En pocas palabras, fundar teatro en serio (pagado o no pagado) es sencillamente amor y pasión pura y real. Lo cierto que nuestro oficio es algo parecido a lo que escribió Konstantin Stanislavski: «Un actor debe trabajar toda su vida, cultivar su mente, desarrollar su talento sistemáticamente, ampliar su personalidad; nunca debe desesperar, ni olvidar este propósito fundamental: amar su arte con todas sus fuerzas y amarlo sin egoísmo».
Con una mirada en el futuro uno de los desafíos que deberá emprender el teatro universitario es ampliar y diversificar los públicos, por eso requiere buscar y encontrar otros espacios, otros interlocutores que les permitan a los integrantes compartir y, por qué no, confrontar sus propuestas. Sabemos que aquello es difícil de lograr porque el teatro se ha convertido en una disciplina anacrónica que a la sociedad en su conjunto poco le importa; pese a ello, quienes estamos en esta trinchera tenemos el convencimiento de que este arte sí es valioso porque, entre otros beneficios, puede estimular el desarrollo del pensamiento crítico, la sensibilidad y el espíritu colaborativo, elementos que son clave para levantar un nuevo escenario social y cultural para nuestra ciudad.
En la medida que seamos capaces de devolverle el arte a la gente, tal como lo hizo el propio Luis Emilio Recabarren que escribía y enseñaba teatro a los obreros del salitre, podremos generar identidad, sobre todo hoy cuando la gente está divorciada de valores humanistas. Es probable que ese también sea el camino para consolidar la búsqueda de una teatralidad propia, siempre abierta, nunca terminada. Y como toda praxis escénica, de mediar no solamente en el espacio, acaso también en la memoria, el pensamiento y en la sensibilidad de todos aquellos que acuden al encuentro.
En este momento, por lo sembrado y cosechado, solamente nos resta decir gracias, muchas gracias a todas y todos… ¡Y ahora que se levante el telón, porque la función debe continuar!