Daniel Ramírez/ Economista
Todos aquellos que tenemos la esperanza de que nuestra sociedad humana se desarrolle orientada hacia el bienestar y la satisfacción de todas las necesidades materiales e intelectuales que tenemos como individuos, no podemos sino alegrarnos enormemente cuando en el agitado mar de nuestra convivencia, aparecen estas olas socio políticas, que comienzan a hincharse suavemente y van creciendo paulatinamente a los ojos de nuestras expectativas y deseos. Algunas se deshacen suavemente, otras con algún estruendo, pero son pocas las que, en la historia humana, se convierten en la ola gigante que esperamos que arrase con toda la vieja y podrida estructura social en que vivimos.
Vimos crecer con grandes esperanzas aquella ola generada por los pingüinos anidados en la educación secundaria, que tomó más cuerpo y forma años después cuando estos pingüinos llegaron a la Universidad. Ellos apuntaron a la yugular del sistema haciendo temblar a toda la estructura que lo sostenía y que prontamente cerró filas para defenderse.
“No más lucro en la educación” fue la consigna juvenil que causó terror, a tal punto, que logró que los dueños de todo cedieran parte de su control. Con trampas y expectativas de volver a tomarlo, los dueños lograron contener el crecimiento de la ola. Algo tenía que cambiar para que todo siguiera igual. Los dueños creen que lograron ocultar la necesidad del cambio fundamental solicitado por los pingüinos, con la aplicación de algunos cambios superficiales. Para ellos, lo esencial era mantener las reglas que permiten generar lucro y apropiarse de él.
Eso aún existe, pero lo importante es que también la ola pingüina aún está allí y sigue hinchándose. Pero lo más importante aún, es que este movimiento logró introducir en nuestra cultura popular actual, que el lucro es dañino para lograr la igualdad social y que es opuesto al ejercicio del derecho a la educación.
Luego otra ola, provocada por cientos de miles de personas que salieron a las calles a protestar, por la falta de respeto y solidaridad de nuestra sociedad, con las personas que trabajaron toda su vida para crear la riqueza que existe en esta sociedad y que se ha concentrado en las manos de sus pocos dueños.
Hay más de 170.000 millones de dólares en fondos de pensiones, generados por los ahorros forzados de los trabajadores durante toda su vida laboral, de los cuales ellos aparecen como dueños, pero a los que no pueden acceder, ni tampoco ejercer en ellos ninguna función de las que puede un dueño ejercer sobre su propiedad.
Los trabajadores y principalmente los pensionados, piden volver al sistema de reparto que existía en nuestro país antes del golpe militar y del que aún gozan las fuerzas armadas.
“No más AFP” fue la consigna que en un comienzo remeció la estructura de nuestra sociedad, pero los enormes recursos de las empresas financieras que manejan y lucran con las AFP, fueron usados para capear el temporal y la ola pasó sin causar grandes daños.
Lo que ha quedado de ello, es la toma de conciencia de nuestra sociedad de la pobreza creciente de sus viejos, que en la medida que pase el tiempo y aumente la sobrevivencia humana, será cada vez más importante y agobiante en nuestra sociedad.
Hoy renace nuestra esperanza cuando vemos hinchar una ola que ha acumulado energía durante miles de años. La necesidad de igualdad total entre los dos géneros de una misma especie. Igualdad vital, puesto que no es posible la existencia de uno sin la existencia del otro. El Feminismo está inundando nuestra sociedad.
Esta ola tiene su origen en el comienzo mismo de la organización de la sociedad humana, cuando, dentro de una sociedad matriarcal, el hombre comenzó la apropiación de los excedentes generados por su trabajo productivo, en una economía primitiva y colectiva, cuyo objetivo era el abastecimiento familiar.
El hombre fue acumulando excedentes no consumidos por la familia y pronto se vio ante la necesidad imperiosa, de cambiar la estructura orgánica de la familia, que dada la descendencia materna imperante, la matriarca y sus hijos heredaban finalmente los excedentes acumulados por el hombre productor, que al casarse, tendría hijos que pasarían a formar parte de otra familia, puesto que los hijos pertenecían a la familia de la madre. Fué necesario crear la descendencia paterna para acumular la naciente propiedad privada en los herederos del hombre. La solución fue el cambio de la sociedad matriarcal a la sociedad patriarcal y la aparición de la familia monogámica.
La mujer, cuyo rol era distribuir en la familia la riqueza producida, quedó restringida a la función de mantener ordenado un hogar y generar herederos.
Las sociedades se desarrollaron a través de la esclavitud y la servidumbre y pasarían miles de años antes de la llegada de la sociedad capitalista.
El reemplazo de la mano de obra esclava por la mano de obra asalariada, que sin duda representaba un menor costo para el productor, llegó y arrasó con todo. Con todo, menos con la estructura familiar, que ocultaba en su seno el trabajo doméstico. El trabajo asalariado no reemplazó a la servidumbre que sostenía el trabajo doméstico. Hasta la fecha, a ese enorme e importantísimo trabajo doméstico que se desarrolla en cada hogar, no se le da valor alguno y prácticamente no existe para nuestra sociedad.
El valor de ese trabajo doméstico, históricamente ha sido escondido de los ojos de las mujeres por los dueños ilegítimos de la producción. La razón es que ese trabajo, es un componente importante del lucro.
La lucha feminista, que hoy se ha propagado masivamente, trae nuevas esperanzas de transformaciones profundas y verdaderas que se harán realidad en la medida de que exista la conducción política idónea al movimiento.
La lucha ha comenzado con reivindicaciones sexistas y educacionales, traspasando después los límites del sector salud, para cuestionar la desigualdad de trato que hacen las Isapres.
Ojala el “No más lucro en educación” sea llevado por el feminismo al “No más lucro en salud”, lo que provocaría una grieta más en la cultura de mercado que nos oprime.
La lucha más importante del feminismo será aquella destinada a lograr retribuir justamente el trabajo doméstico y a que sea la empresa beneficiaria la que lo pague, es una lucha revolucionaria que atentará contra la salud del sistema capitalista, afectando pilares que sostienen la concentración de la riqueza y la explotación de clases, pero sería un golpe definitivo a la cultura que encubre y permite la explotación de una clase por otra.
La lucha es enorme y los enemigos gigantescos y por si fuera poco, habrá mucho fuego amigo, como siempre lo ha habido en la lucha feminista. Ya en los años 80, Julieta Kirkwood, socióloga socialista y activista feminista en nuestro país, escribía: “ … en términos masivos, las mujeres rechazan, o son hostiles a la emancipación social y colectiva, y, con sorprendente virulencia a la emancipación femenina”.
Esa conducta conservadora de la mujer, ha sido generada históricamente por quienes quieren conservar esta sociedad intacta, inexpugnable a las transformaciones que signifiquen mermas en sus privilegios. En esta tarea han tenido la poderosa ayuda de las iglesias de todas las religiones.
Lo importante de esta lucha que se reinicia es que ha sido asumida masivamente por la juventud, que es la que con su rebeldía permanente, genera la transformación de historias y culturas.
Cuando los cambios son culturales, son reales y permanentes, hasta que aparece una nueva necesidad de cambios. Esos cambios que llamamos cambios de verdad, son aquellos que van a quebrar parte de las estructuras básicas que sustentan la sociedad que está en proceso de desaparición. No hay que dejarse engañar por soluciones gatopardistas, oferta que es la especialidad de quienes defienden el sistema.