Ocio y Arte
Opinión y Comentarios 20 febrero, 2018 Edición Cero
Iván Vera-Pinto Soto/ Cientista Social, Pedagogo y Escritor
Por estos días en esta sociedad industrializada y globalizada ha surgido una tendencia en torno a aprovechar el ocio para fines artísticos. Al respecto, es evidente que el arte siempre se ha movido en el ámbito del ocio, y éste ha encontrado en el arte un espacio de realización. Siendo esta una realidad palpable, puede que las afirmaciones de este artículo resulten obvias y convenga detallarlas un poco más.
Con el ánimo de profundizar el vínculo ocio-arte, primeramente, trataremos de dar una definición tentativa de lo que entendemos como “tiempo de ocio” o “tiempo libre”: aquel espacio propio en el que podemos realizar todas aquellas actividades dedicadas a la diversión, el descanso, a potenciar la cultura, a superar los conocimientos, a estimular la vida y el bienestar social. Este tiempo se traduce en la posible libertad que tenemos hombres y mujeres a decidir sobre aquel fragmento que está al margen del período obligatorio en el trabajo y en otros procesos sociales. Por otra parte, el desarrollo tecnológico que vivimos, supone la generación de más tiempo libre; situación que, potencialmente, podría aprovecharse en el perfeccionamiento armónico de las facultades físicas y espirituales de los ciudadanos, lo que no estamos seguro que ocurra.
Como punto inicial, compartimos la visión humanista del ocio, en cuanto a entenderlo como el sustrato que ha permitido el desarrollo humano integral. Esto es muy cierto, pues de qué otra manera hubiese existido los avances en la ciencia, la filosofía, las artes, la tecnología y el conocimiento general en nuestra civilización, si la gente no hubiese contado con ese tiempo libre para explorar, ensayar, meditar, elucubrar, inventar e imaginar nuevas vidas y realidades. En pocas palabras: para poder desarrollar la cultura.
Pongamos atención que a la acepción de ocio le hemos sumado el calificativo humanista, ya que para esta perspectiva no significa “no hacer nada” o “perder el tiempo”, por el contrario, es una parte esencial de la vida y de la acción humana. En el texto de Manuel Cuenca, “Ocio humanista: Dimensiones y manifestaciones actuales del ocio” (2000), el autor da cuenta que el ocio no es, exclusivamente, tiempo libre, ni una actividad sino “un modo de ser y percibir, un derecho, si se quiere, un ámbito de la experiencia humana”.
En consecuencia surge la pregunta ¿cuáles son los beneficios que podríamos destacar del ocio? Por mencionar a algunos: puede permitirnos lograr la autorrealización, en el sentido de que somos los únicos sujetos y protagonistas que podemos hacer del ocio “la fuente de satisfacción, alegría y creatividad del mundo” (Cuenca) Por otra parte, el ocio lo debemos considerar como un derecho, ya que es una experiencia irrenunciable al que todos los ciudadanos pueden acceder. Asimismo, se supone que la buena utilización del ocio puede conducirnos a una mejor calidad de vida. En fin, se ha demostrado que si lo aprovechamos, por supuesto con la implementación de medios y recursos adecuados, puede permitirnos valorar la felicidad y el placer frente al tedio; aumentar la creatividad y la personalización frente al consumismo y la masificación; mejorar la sociabilidad y la comunicación frente a la soledad negativa; potenciar la actividad y el esfuerzo frente a la indolencia y la pasividad, etc.
Acorde a la óptica humanista, se asume que el sujeto tiene la posibilidad de cambiar su entorno por otro nuevo, más justo e igualitario, en el que la vida comunitaria y las instituciones serían copartícipes de un mundo donde los ciudadanos podrían ser plenos y felices.
Si el ocio es un derecho fundamental, en consecuencia el compromiso pedagógico resulta algo esencial. Es decir, los centros pedagógicos deberían jugar un papel relevante en la posibilidad de educar “para, con y desde el ocio”. Empero, esta propuesta debemos contrastarla con las condiciones reales de nuestro modelo económico de mercado, donde el trabajo tiene mayor preponderancia por sobre el ocio mismo, lo que deja un margen estrecho para su desarrollo.
Bajo una mirada optimista, el Estado y la comunidad en su conjunto debieran constituir instancias para transformar el tiempo libre en un ocio útil, impulsando, por ejemplo, actividades culturales integrales y sistemáticas que se ocupen de esta problemática. Entre las múltiples alternativas están el arte, el deporte, los juegos y las actividades recreativas en general. Para ello es clave que el Estado ponga en práctica planes y programas educativos y sociales, con el propósito de optimizar esta materia.
Con respecto a lo anterior, el fomento de la recreación familiar ha sido una política pública que ha llevado a cabo algunos países desarrollados para obtener efectos positivos en diferentes áreas, tales como: la igualdad, el civismo, la democracia, el respeto por el tiempo de los demás, la disminución de la violencia, la cohesión familiar, el sentido de pertenencia a un grupo y en logros terapéuticos.
No obstante, como señalamos, observamos que en la realidad social que vivimos esta perspectiva resulta una quimera y la razón es obvia. En nuestros países existen otras tareas prioritarias: la lucha contra la pobreza, los programas alimentarios, el empleo, la vivienda, la educación, la salud, etc. Es por ello que en este terreno, lamentablemente, se improvisa, ignorando la sabiduría de otras experiencias históricas, en donde se propone que el tiempo libre suceda como una prolongación de relaciones sociales ya establecidas, en vez de una reforma dirigida verticalmente por organizaciones gubernamentales que obligan a los usuarios a efectuar desplazamientos fuera de sus lugares de trabajo, con horarios rígidos, con contenidos no siempre pertinentes y con formas de participación pasivas y dirigidas por la burocracia estatal.
La labor es compleja, va más allá de proyectar eventos institucionales estacionarios que indudablemente tienen su valor intrínseco y que ejercen una inmediata influencia en la mirada de las personas; con todo, los entendidos sostienen que si queremos provocar cambios culturales sustanciales es imperioso definir una filosofía del tiempo libre. Es urgente revisar la legislación laboral en relación a la provisión de instalaciones de espacios de tiempo libre para los trabajadores. Así, también, se deben organizar diálogos directos y vinculantes con los ciudadanos para saber sus percepciones sobre el uso de los servicios que atienden esta necesidad y acerca de las necesidades y demandas que tienen sobre este tópico. Sumemos la instalación de conversatorios con especialistas para formalizar un catastro sobre los programas de tiempo libre y para cotejarlos con la realidad; y, por último, para acentuar la difusión de todos los servicios existentes.
A esta altura se hace preciso volver al título original: Ocio y arte. ¿Cuál es su vínculo? En lo tocante, no es un misterio que el arte es un excelente ejercicio que tiende a mejorar la condición cognitivas, físicas, emocionales y mentales de las personas. También está visto que es un valioso medio para lograr una plena correspondencia de las personas entre sí y también con la naturaleza.
El ocio como experiencia personal y social a la vez, se caracteriza por tener un conjunto de rasgos determinados: gratuidad, libertad y satisfacción, lo que le da un carácter clásico, lo que aúna el disfrute a la belleza moral. Ante lo cual nos preguntamos ¿tiene el arte alguna ligadura con esas tipologías del ocio? La respuesta es afirmativa, puesto que algo consustancial al arte es la libertad, el artista logra expresarse a través de su creación de manera libre y diferenciada. La gratuidad no se refiere a pagar o a cobrar, sino más bien al hecho que se accede al arte por el disfrute más que por conseguir algo a cambio. En cuanto a la satisfacción podemos decir que es recíproca, tanto en el artífice como en el público que asimila la obra artística.
En síntesis, el encuentro entre el ocio y el arte se da en el proceso de comunicación que se establece entre la manifestación artística y una experiencia de ocio y, no mayormente, en los recursos y en los espacios que pueden variar. Así, en la medida que esta experiencia se hace satisfactoria, entonces, el tiempo de ocio se hace valioso y sustancial tanto para los creadores como para el público.
Por lo argumentado, a nuestro juicio, se hace inaplazable la incorporación del arte, en todas sus manifestaciones, como asignatura formativa en la totalidad de los niveles educacionales, para que se cultive de manera más intensa y metódica. Esto implica, multiplicar diversos proyectos artísticos para los diferentes niveles y sectores de la comunidad. Correlativamente, es ineludible invertir en una infraestructura apropiada, en profesores y en la valoración social de esta manifestación cultural.