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Haroldo Quinteros Bugueño/ Profesor La “Festividad de la Virgen del Carmen de La Tirana,” el evento católico más multitudinario del país, toca muy directamente... En estos días de La Tirana, hablemos de María, la “Reina del Tamarugal”

Haroldo Quinteros Bugueño/ Profesor

La “Festividad de la Virgen del Carmen de La Tirana,” el evento católico más multitudinario del país, toca muy directamente a la comunidad iquiqueña. Por cierto, todos los 16 de julio, el día católico internacional de la Virgen, Iquique se encuentra medio vacío porque muchos de sus habitantes están en el poblado tarapaqueño de La Tirana, en calidad de devotos, bailarines , o seguidores –creyentes o no- de una tradición que es muy propia de Iquique. Valen, entonces, algunas reflexiones y aclaraciones sobre esta festividad que atrae a millares de peregrinos y visitantes de todo Chile y de países vecinos.

El culto mariano se sitúa mucho más allá del credo propiamente católico. Desde el estricto punto de vista antropológico, en la conciencia del ser humano, en todos los tiempos, subyace la tendencia de amar a la figura de la madre de un modo especialmente entrañable y preferencial con respecto a la del padre, lo que en el ámbito religioso se ha traducido en la adoración masiva a divinidades femeninas. Por lo tanto, el culto a la Virgen María trasunta un sesgo evidente de género, que se sitúa más allá de lo institucional religioso. Además, es de suyo importante notar que la devoción a María cobra una fuerza adicional en el mundo de las mujeres, particularmente en las del pueblo trabajador y más empobrecido, por cuanto esas mujeres ven en la Virgen la réplica exactamente contraria a su condición general de sometimiento – a menudo brutal- impuesta a ellas por el régimen patriarcal imperante en países de poblaciones de bajo o relativo desarrollo educacional y social, como en buena medida es el nuestro.

La primera figuración humana de dios no fue el dios-padre, sino la diosa-madre; es decir, el primer dios no fue un hombre, sino una diosa, una mujer. Esto es así en virtud de la relación entre organización social y el fenómeno religioso. En efecto, en las primeras agrupaciones humanas, fue el espíritu femenino el predominante en todos los aspectos de la vida, pues al varón, por su condición muscular física, le correspondía abandonar a diario los primeros lares para cazar y recolectar alimentos. Es la época conocida como matriarcado, que no es, como vulgarmente se cree, aquél en que la mujer “manda,” sino el tipo de sociedad en que la mujer es su primera organizadora, sostenedora y administradora. Esa fue la época de la diosa-madre, como lo revelan infinitud de pruebas arqueológicas, como las antiquísimas estatuas y figurines de la diosa-madre Astarté en Europa meridional.

La agricultura, la domesticación y la crianza de animales, volvió al hombre al hogar, y con ello advino el levantamiento de las primeras aldeas y actividades productivas agropecuarias. Vino luego la división del trabajo, el comercio externo, las jerarquías políticas y sociales, las guerras, la esclavitud y los ejércitos, eventos cuya data de origen se estima en hace unos 20.000 años. Es aquí cuando surge el patriarcado, y con él, el dios-padre. Si consideramos que el homo sapiens, o el homínido que más se le acerca, apareció en la tierra hace unos 80 a 100 mil años, el matriarcado ha sido el período más largo de la historia, lo que inevitablemente debía dejar una marca en nuestra naturaleza general humana que perdura hasta hoy, cuya mayor expresión es religiosa: la adoración o, por lo menos, respeto a la mujer. Nótese que en religiones tan androcéntricas como el Islam, se reconoce en ciertos personajes femeninos (entre ellos, María, la propia madre de Jesús) rasgos distintivos que los hacen cuasi-divinos.

Es interesante notar que en la civilización cristiana-occidental católica, indiscutiblemente patriarcal y androcéntrica, aunque evidentemente menos que el mundo musulmán, María, a pesar de su popularidad, ha tenido una posición secundaria, i. e., auxiliadora, consejera e intercesora ante Dios Padre. No obstante, a pesar de ello, en la realidad más concreta, material y visible, la adoración que la Madre de Jesús recibe masivamente del pueblo es inmensamente mayor a aquella que dispensa al propio Dios Padre y a su Hijo Unigénito Jesús, el Redentor. Es así porque crea en María la proyección de su propia madre. Diga lo que diga la Iglesia, desde el Papa hasta su último ministro (cura) el pueblo no ve en María una intercesora ante Dios o ante su Hijo, sino a la autora directa de los milagros y favores que a Ella le ha pedido. Dicho más claramente, las “mandas” se pagan a Ella, no a Dios-Padre ni a Jesús. En resumen, el dogma oficial de la Iglesia sobre María la Intercesora, va a contrapelo de lo que el pueblo católico realmente cree y siente.

El protestantismo, a diferencia del catolicismo y de las iglesias Ortodoxa de Oriente, no admite la divinidad de María. Para los protestantes, María es una mujer tan mortal como cualquiera otra. No es “siempre Virgen” aunque en su vientre el Hijo del Hombre fue engendrado por el Espíritu Santo (es decir, Dios). Esto, los clérigos y predicadores protestantes lo sostienen a rajatabla, aunque es raro hallar un hogar protestante del pueblo en que se niegue a María como un ser divino. Lo extraño de esto, es que la exclusión de la Virgen en el credo y práctica protestantes es contradictoria con lo que creía el propio Martín Lutero, el fundador de esta variante del cristianismo. Me explico:

Lutero, ya habiendo sido excomulgado de la Iglesia Católica en 1521 en virtud de su abierta campaña cismática contra el Papa, decía en 1527 que “desde el primer momento en que María comenzó a vivir (es decir, desde su concepción en el vientre de su madre Ana) estuvo libre de pecado.” En otras palabras, el fundador del Protestantismo y los primeros protestantes admitieron, al igual que el Catolicismo y las Iglesias Ortodoxas, la validez teológica del dogma de la Inmaculada Concepción de María, y, en consecuencia, su divinidad. Esto prueba en buena parte que el cisma iniciado y terminado por Lutero tuvo causas más políticas que religiosas. Admitida la Inmaculada Concepción de María, adviene una consecuencia teológica que el Protestantismo no puede explicar, a menos que declaren a Lutero como “equivocado” en este punto.

En efecto, si Lutero y el cristianismo católico-ortodoxo aceptaron el dogma de la Inmaculada Concepción de María, debieron forzosamente aceptar que María es el primer ser humano ungido directamente por Dios (no a través de ángeles ni profetas, como el caso de Samuel con David). Por lo tanto, no es Jesús el primer ser humano-dios, lo que proviene del hecho que Ella, un ser de naturaleza divina (repito, su concepción fue inmaculada, a diferencia de todo el resto de la Humanidad) participó directamente en dar vida al Salvador. En suma, Dios Padre es el autor de su concepción, pero a Ella encomendó, exclusivamente, la tarea de darle vida y alimentarlo en su vientre. Este es el dogma católico-ortodoxo de la divinidad de la Virgen María, que el Protestantismo niega, a pesar de lo dicho por su fundador Martín Lutero.

Un asunto ligado a la cultura popular en cuanto la Virgen, es el nombre «China” o “Chinita” con que sus devotos se refieren a Ella cuando la evocan. Este no es invento de nuestra región ni del país; menos aun tiene algo que ver con el país China y sus habitantes. Los apelativos “La China,” “La Chinita” así como el apelativo de la cofradía mariana danzante “Los Chinos,” tienen su origen en la voz quechua “xinu”, que quiere decir “servidor,” castellanizada como “chino,» de uso en todo el subcontinente latinoamericano, mayoritariamente católico. Piénsese en la “china” chilena de los campos del sur, la pareja del huaso en nuestras tonadas y cuecas, que es exactamente eso, la joven casadera del pueblo que trabaja de sirvienta en casas patronales antes de ingresar al matrimonio. De ahí el infaltable delantal que lleva como atuendo cuando se la representa como personaje del folklore. Entonces, la referencia a la Virgen como “La Chinita” tiene su origen en la creencia popular de la prontitud con que Ella, en tanto Madre, acude a «servir» humildemente a sus hijos, especialmente cuando éstos están afligidos.

Los primeros bailes, cantores y pregoneros marianos que aparecieron en todos los países de Latinoamérica hace ya varios siglos, sin excepción se llamaron “chinos,” en clara referencia a “La China,” tal como la cofradía danzante que existe en Iquique. En Chile, a los bailarines “chinos” se los conoce desde aproximadamente un siglo y medio, cuando surgieron en la zona de los minerales de plata de la Tercera Región. Los danzantes se vestían como mineros, lo que refuta definitivamente la creencia que su nombre “chinos” tenga alguna relación con China.

Los “chinos” y “La Chinita” están en toda América Latina. Además de Chile, recordemos a la santa mejicana la «China Poblana,» cuyo status social no era otro que el de sirvienta y, por supuesto, a «La Chiquinquirá», o «La Chinca» (una variante léxica de “china”) un lugar de adoración a María situado en Colombia. En este pueblo, según la tradición católica colombiana, la Virgen obró un gran milagro, de modo que hasta La Chinca acuden peregrinos de muchos países, especialmente de Venezuela, Perú, Ecuador y Brasil a venerarla. Como en nuestra La Tirana, también en la Chinca se ven y se oyen coloridos conjuntos tocando, bailando y cantando “gaitas” en su honor, un tipo de canción religiosa de origen afro-español, que recomiendo oír en la voz de Betulio Medina, su más conocido exponente (está en youtube). En su gaita “La Chinca,” Medina canta:

«Gaitero de Maracaibo soldado valiente de la tradición,
que cantas a la Chinita las gaitas bonitas que da tu región…»

Como ven, “La Chinita” es latinoamericana. No puede ser de otra manera, porque nuestros pueblos no sólo forman parte de una misma historia, sino de una antigua y común cultura.

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