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El Mostrador/ Convertido en próspero empresario, su nombre tensiona a la DC en medio de la discusión por el lucro que obligó a renunciar...

Walter-OlivaEl Mostrador/ Convertido en próspero empresario, su nombre tensiona a la DC en medio de la discusión por el lucro que obligó a renunciar a su ex mujer a la Subsecretaría de Educación. Financista de campañas, con amigos en todos los sectores del partido, vive en un moderno edificio de Vitacura, colecciona puros, pesca con mosca y es un exportador de arándanos. Todo, gracias al negocio de la educación, que le deja unos $600 millones al año como sostenedor de siete colegios. Siempre de la mano de su madre, una normalista con ideas de derecha que le recuerda a sus nietos que sus comodidades se las deben al lucro.

“No se equivoquen, nosotros lucramos con la educación”, fue el mensaje que transmitió Walter Oliva, el sostenedor de la Red Crecemos, a sus profesores y directivos en el desayuno de cierre de 2011 en la Confitería Torres de La Moneda, arrendada especialmente para la ocasión.

El año que marcó un antes y un después en la historia reciente de la educación chilena por las masivas movilizaciones exigiendo educación gratuita y de calidad, había remecido a los colegios de Aurelia Munizaga y su hijo Walter. En especial, a los Teniente Dagoberto Godoy, los primeros fundados por Aurelia, su madre, una profesora normalista que dejó de ser empleada para transformarse en microempresaria.

El de Lo Prado estuvo tres meses entre tomas y retomas. El liceo contrató guardias con perros para impedir que los alumnos volviesen a ocuparlo, los padres enviaron una carta a la entonces Seremi de Educación, Lili Orell, quejándose por la violencia y pidiendo detalles sobre el uso de la subvención. Hasta ahora no hay respuesta. El de El Bosque se lo tomaron los profesores en reclamo por los bajos sueldos.

Los almuerzos dominicales en la casa de doña Aurelia –como la llaman muchos, incluida su ex nuera, Claudia Peirano, la renunciada subsecretaria de Educación– se vieron cruzados por las disputas. Sus tres nietos –hijos de Walter– apoyaban las marchas y las tomas, no importando que fueran en las escuelas y liceos de su abuela. Y ella, muy enojada, les respondía que si ellos habían crecido con grandes comodidades era gracias al lucro.

Alumnos del colegio San Ignacio de Pocuro, los Oliva Peirano vivieron, hasta que sus padres se divorciaron –en noviembre de 2012–, en una moderna casa de tres pisos en el cerro El Mirador, a la subida de San Carlos de Apoquindo, en la comuna de Las Condes. Según Publimetro, la vivienda contaba con sala de cine, una pieza climatizada especial para guardar a la temperatura perfecta los habanos que Oliva colecciona, alfombras persas y sofás chesterfield antiguos. El diario citaba a un invitado que la conoció y describía que “es impresionante su comedor con vista a Santiago y la piscina emplazada en una parte alta del patio”. Fue asaltada en agosto de 2010 por dos hombres armados que se llevaron $10 millones en especies y un Audi del año que fue recuperado.

Ignacio Oliva Peirano, el hijo mayor, alumno de Ingeniería Civil de la UC, vicepresidente de la FEUC –controlada por el NAU–, salió a aclarar su postura cuando se supo que su madre, designada subsecretaria de Educación, había asesorado a través de Grupo Educativo, una Agencia Técnica Educativa (ATE), de la que es socia en un 50%, a tres colegios Dagoberto Godoy –de propiedad de su abuela y su padre– y firmó en 2011 una carta junto a 25 personas –desde Mariana Aylwin a Patricia Matte– oponiéndose a la gratuidad de la educación superior. “Con la subsecretaria estamos en veredas opuestas”, declaró en conferencia de prensa.

ALUMNO DEL COLEGIO DE SU MADRE

Walter Ramón Oliva Munizaga cumplió 48 años el 25 de enero. Los celebró junto a su nueva pareja, Ximena Rincón, designada ministra secretaria general de la Presidencia, sus dos hijos mayores –el menor estaba en trabajos de verano– y unos 20 amigos de su círculo más cercano en su departamento de 300 metros y decoración minimalista, ubicado entre Vespucio y Vitacura. Su valor supera los $500 millones.

Él estudió en la escuela Dagoberto Godoy de La Granja, que fundó su madre en 1970. En séptimo básico ingresó al Instituto Nacional, pero, a diferencia de sus compañeros, no salió de sus aulas para entrar a la universidad. En 1986, con 20 años, trabajaba en la red de colegios, según declaró en una entrevista a La Nación. De adulto cursó Ingeniería Comercial en la SEK, actualmente investigada por pagos al ex presidente de la Comisión Nacional de Acreditación, Luis Eugenio Díaz. Tiene un magíster en Educación en una universidad estadounidense.

Aurelia Munizaga Véliz, la madre, ronca fuerte en el negocio familiar. En su oficina de calle Mac Iver 125, el cuartel central de la Red Crecemos, firma los cheques y da el visto bueno a las decisiones más importantes. Es temida entre los profesores e incluso por su hijo, quien no la molesta para apurar un pago si ella no está en la oficina. Espera al día siguiente.

Oliva no esquiva el tema del lucro. “Si hay colegios como los nuestros, que están funcionando bien, que tienen un compromiso con la calidad, buenos resultados en el Simce y buenos porcentajes de ingreso a la universidad, me parece legítimo que obtengan una utilidad por esa gestión”, declaró a La Segunda en agosto de 2011, en pleno conflicto estudiantil.

Un ex colaborador destaca que, mientras trabajó en la red, notó un esfuerzo por entregar mejor educación. Cita como ejemplos el método Singapur utilizado para enseñar matemáticas en los Dagoberto Godoy; el acento en el emprendimiento y la Feria de Ciencias que organiza el Colegio Santiago Emprendedores de San Bernardo; cursos extraprogramáticos sin costo en los siete establecimientos; alianzas con la editorial infantil Amanuta para incentivar la lectura. También observó que los profesores que diseñan programas eran levantados de colegios privados y algunos tenían postgrados.

El lucro, la gratuidad y el sistema de subvención dividen a la DC. Oliva tiene amigos en el sector más liberal, los llamados “príncipes” que apoyan a su timonel Ignacio Walker, como Mariana Aylwin y Alberto Undurraga. Y entre los disidentes a la dirigencia, como Soledad Alvear y su marido Gutenberg Martínez, rector y uno de los dueños de la Universidad Miguel de Cervantes, de la que Oliva es vicepresidente; y Jorge Pizarro, quien se opone al lucro y ha dicho que “los que quieran hacer negocio con la educación, que hagan negocio, pero sin recursos públicos”.

Tanto ha escalado el asunto, que Laura Albornoz, una de las vicepresidentas del partido, declaró aLa Tercera: “Hay gente como Walter Oliva o Mariana Aylwin que tiene que tomar una decisión y revisar si pueden seguir siendo militantes DC”.

Oliva cuenta con un bien escaso y siempre bienvenido en la política: dinero. Arribó a las ligas mayores de la DC en 2005, cuando el partido atravesaba por problemas económicos y llegó haciendo generosos aportes. De esta forma hizo amigos en todas las facciones y financió campañas, entre ellas, la de Ximena Rincón a la senaturía por la Región del Maule en 2009 y en las primarias presidenciales de la DC, mientras su ex mujer, Claudia Peirano, estuvo a cargo del área de educación del contrincante Claudio Orrego.

Fue vicepresidente a cargo de finanzas en la directiva encabezada por Soledad Alvear en 2006 y se mantuvo por un segundo período. Su sueño –dicen quienes lo conocen– es ganar un cargo de elección popular.

Lo intentó en 2009, cuando se postuló a un escaño como diputado por Puente Alto, La Pintana y Pirque, pero salió elegido su compañero de lista Osvaldo Andrade (PS). Quiso ser precandidato por Coyhaique, luego por Maipú-Estación Central, en 2013, pero la dupla fue cedida al PPD y al PC.

Como consejero nacional de la DC es poca y nada su influencia política. No se le escucha la voz en las reuniones bimensuales.

SEPARACIÓN DE AGUAS CON EL PADRE

Aunque no se lo recuerda en la juventud del partido, una amiga cercana asegura que él milita desde muy joven, siguiendo los pasos de su padre Ramón Oliva Gallegos, democratacristiano de toda la vida, quien se separó de Aurelia Munizaga, una mujer de ideario de derecha.

En 1992, el padre se retiró del negocio familiar y cedió el 50% de la sociedad educacional Teniente Dagoberto Godoy –dueña de los establecimientos del mismo nombre en La Granja, El Bosque y Pudahuel– a sus hijos Walter y Cristián Alejandro, de profesión arquitecto. La madre transfirió otra parte a Cristián y, así, cada hijo se quedó con 33,3% y ella con otro 33,3%.

Una década más tarde, en 2002, Cristián Oliva dejó la sociedad y le vendió su tercio a su madre y a su hermano en $110 millones, según la escritura ante el notario Félix Jara Cadot. Ambos son dueños de los tres colegios en partes iguales.

Ramón Oliva también es profesor y tiene su red de colegios particulares subvencionados, llamados Nueva Era Siglo XXI en La Florida (fundado en 1988), Quillota (2002), Curauma (2004) y Puente Alto (2008).

En total, cuenta con 3.852 alumnos, la mitad de alumnos que la Red Crecemos, que en sus siete establecimientos suma 7.980 matriculados, según indican los sitios de ambas cadenas.

Los Dagoberto Godoy fueron creados en 1970, 1980 y 1982. Casi 20 años después, el negocio familiar tomó un nuevo impulso y se sumaron cuatro colegios Santiago. El de La Florida (2001), Pudahuel (2004), Quilicura (2006) y Emprendedor de San Bernardo (2009).

Reciben una subvención regular que oscila entre $45.511 (prekínder y kínder) y $65.748 (de 1° a 4° medio) por estudiante que asiste a clase. Si se le suma la subvención escolar preferencial –que tienen los Dagoberto Godoy– para alumnos vulnerables, las cifras se elevan a $83.005 (prebásica) y $87.314, (media).

Todos los establecimientos de la Red Crecemos tienen financiamiento compartido y cobran una mensualidad a los apoderados. Los Dagoberto Godoy son los más baratos, con cuotas que van de $14 mil a  $24 mil, dependiendo si es educación prebásica, básica o media. Los Santiago oscilan entre $28 mil en Pudahuel y $53 mil en San Bernardo.

Oliva intentó expandir el negocio. En 2004 creó una sociedad con Rodrigo Bosch, otro sostenedor, que también fue presidente de la Conacep (Corporación Nacional de Colegios Particulares Subvencionados), para invertir en centros de formación técnica, institutos profesionales o universidades privadas, que no llegó a puerto. En 2008, hizo otra con Bosch y Ernesto Tironi –dueño de un establecimiento subvencionado en Puente Alto–, para comprar colegios con malos resultados y darlos vuelta, sin éxito. El Mostrador intentó hablar con el empresario, pero este declinó. Su madre estaba fuera de la oficina.

LAS UTILIDADES

Un cálculo conservador arroja que los ingresos por subvención de la Red Crecemos ascienden a $3.696 millones al año, considerando una inasistencia cercana al 10%, cifra con la que en general trabajan los colegios, y un aporte promedio del Estado de $52.800 por estudiante, que es baja y no incluye subvención preferencial. Mientras, los ingresos por copago pueden llegar a $2.450 millones, calculando una mensualidad promedio de $35 mil mensuales que se multiplica por siete mil estudiantes. También se descuenta un porcentaje cercano al 10%, porque hay alumnos vulnerables que no pagan, pero en ese caso la subvención es mayor.

En total $6.146 millones entran a las arcas de los colegios de Oliva y su madre.

Dos personas consultadas –un ex gerente de una universidad que posee colegios subvencionados y un ex directivo de Fundación Belén Educa, del Arzobispado de Santiago– coinciden en que un establecimiento puede destinar –si paga muy bien– el 70% de sus ingresos a costear sueldos de profesores, directores, inspectores y un 20% a los gastos de operación, como mantención y pago de créditos.

Si es así, al sostenedor le queda un 10% para su bolsillo, lo que implica que Oliva y su madre obtienen un “remanente”, como se dice en jerga educacional, o utilidad de $614 millones al año. “Puede que reinviertan $100 millones, entonces reciben $514 millones”, afirma el ex directivo de Belén Educa, enfatizando que son cálculos conservadores.

El ex gerente de la universidad explica que el punto de equilibrio de un colegio son 700 alumnos. Con ese número se sustenta. Si son mil, el negocio es bueno; si son 1.500, muy bueno; y sobre 1.500, excelente. Oliva y su madre tienen tres colegios con más de 1.500; tres de mil alumnos y sólo uno, el de San Bernardo, creado en 2009, con 433.

Oliva maneja un Land Rover. Tiene un departamento en el exclusivo condominio Arenas de Cachagua, que se levanta en la misma playa, al final de Maitencillo, debajo de Costa Cachagua y cuyo valor supera las 18 mil UF ($440 millones). Un campo en Los Ángeles con plantaciones de arándanos, un fruto de gran éxito en el mercado internacional por sus beneficios para la salud.

Se volvió fanático de la pesca con mosca –deporte popular entre los empresarios en que el pez se devuelve al río– y su lugar favorito es Coyhaique, hasta donde se desplaza en avión arrendado. No usa línea aérea comercial.

Hombre de gustos refinados disfruta de un buen tinto como un Marqués de Casa Concha, de Concha y Toro. Se desvive por los puros, afición que comparte con Gutenberg Martínez. “Cuando invito yo, son Cohiba o Montecristo; cuando los invita el Gute, son cualquier cosa extraña, económicos, porque los caros se los deja para él”, dijo a La Nación mientras era candidato a diputado por Puente Alto y disfrutaba unos locos con mayonesa y un pernil con puré picante en la Vaquita Echá de Pirque.

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