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Haroldo Quinteros Bugueño/ Profesor universitario. Doctor en Educación Esta vez, perdonen, pero será algo personal. O quizás, no tanto, porque hablaré de una persona como... Víctor Cavieres, profesor normalista

haroldo qHaroldo Quinteros BugueñoProfesor universitario. Doctor en Educación

Esta vez, perdonen, pero será algo personal. O quizás, no tanto, porque hablaré de una persona como muy pocas han pasado por Iquique. Me refiero, rindiéndole, además, mi personal homenaje,  al profesor normalista y deportista Víctor Cavieres. Por casualidad, sólo porque me encontré en un supermercado con un ex – condiscípulo de la escuela básica, supe con gran pena que había fallecido hace unos meses. Más tarde, mi pena fue mayor cuando me enteré por otras personas que sabían detalles de sus últimos días, que murió lejos de Iquique, en Vallenar, abandonado en un asilo de ancianos, solo, enfermo, pobre y olvidado. Si así fue su fin, parafraseo a Gabriela con su proverbial… “el pago de Chile.”

Mi primer contacto con Víctor Cavieres se produjo cuando yo tenía 10 años, en 1951. Mis padres se habían cambiado de casa, desde la calle Latorre arriba con la antigua 7ª Oriente, a Juan Martínez, justo al frente de la Escuela Centenario Nº 6. Entonces, como era lógico, continué allí mis estudios primarios. Entré a cursar el quinto año de primaria y mi profesor fue Víctor Cavieres. Era un hombre joven, atlético, siempre bien vestido (por algo lo apodaban “el chute Cavieres”) y de mediana estatura. Se había graduado en la Escuela Normal de Copiapó, y comenzó su vida laboral en varias escuelitas de la pampa salitrera, como la de Humberstone. Tenía entonces 24 años cuando fue mi profesor de aula, según nos decía. En mi ya bastante larga vida he conocido a muchos de sus ex – alumnos, tanto de los años de antes que fuese mi profesor, como también de los muchos que siguieron después.

Todos concordamos, absolutamente todos y sin ninguna excepción, que don Víctor era, además de un excelente instructor, un preceptor como los hay muy pocos en esta vida. Era bondadoso, respetuoso con los niños y tenía una paciencia y disposición a la comprensión y al perdón como ningún otro maestro que he conocido –con todo el respeto que todos ellos me inspiran. Con él, aprendí que uno progresa en el saber y en los mejores valores humanos  leyendo buenos libros, como las fábulas de Esopo o El Quijote, de cuyas páginas cada viernes por la tarde nos leía un capítulo. También sabía mucho de Pedagogía, especialmente sobre la metodología directa Montessori, y nos llevaba a la playa, donde nos enseñaba biología marina, o al Matadero de Iquique a ver en el mismo lugar la reproducción de las moscas.

Tampoco podría olvidar que nos enseñó a jugar su gran y amado deporte, el fútbol. Con él, íbamos a la cancha del “Iquitados” (que hoy ocupa la ZOFRI), y allí aprendíamos sistemáticamente cómo se ataca, como se defiende y, sobre todo, cómo se juega en equipo.  Pero no sólo fue  excelente maestro. Fue también uno de los mejores deportistas que ha conocido la historia de Iquique. Fue back derecho y central de los clubes Maestranza y Cóndores de aquellos años, y llegó a integrar la selección de Iquique, en esos tiempos sólo amateur. En 1955, el equipo de Iquique se coronó  campeón de Chile en fútbol amateur. Imagínense el impacto que eso produjo en el alma iquiqueña.

Entonces ya vivíamos la crisis del salitre y de las pesqueras, en una ciudad pobre, de no más de 25 mil habitantes, olvidada por el Estado de Chile y con una autoestima social bajísima. Así y todo, ganamos. La celeste había formado, entre otras legendarias figuras como Miñano, Sola, Benimellis y Fuentes, con el formidable defensa  Víctor Cavieres. A este excelente maestro educador y gran deportista de Iquique, nadie le ha rendido los homenajes públicos y oficiales que merece. ¿Por qué?

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