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Radio U. Chile/ Por Hugo Mery.- El miércoles 30 se cumplieron 40 años del asesinato de los cuatro más altos dirigentes del Partido Socialista de Chile... También se espera justicia por Pisagua, 40 años después

Pisagua-220x150Radio U. Chile/ Por Hugo Mery.- El miércoles 30 se cumplieron 40 años del asesinato de los cuatro más altos dirigentes del Partido Socialista de Chile en Tarapacá. Las ejecuciones se hicieron en las afueras del cementerio de Pisagua, muy cerca del campo de concentración que se levantó allí luego del golpe de Estado.

Las conmemoraciones de los primeros crímenes de la dictadura cívico-militar prosiguieron durante todo el mes de octubre. El miércoles 30 se cumplieron 40 años del asesinato de los cuatro más altos dirigentes del Partido Socialista de Chile en Tarapacá.  Las ejecuciones se hicieron en las afueras del cementerio de Pisagua, muy cerca del campo de concentración que se levantó allí tras el golpe de Estado.

Uno de los procesados sobrevivientes, el profesor Haroldo Quinteros, nos detalla que en una “horrenda farsa judicial, las acusaciones fueron redactadas por el fiscal de aquellos juicios, Mario Acuña, un juez local que, poco después del golpe, fue expulsado del Colegio de Abogados, por cargos del mismo calibre que era investigado hasta el 11 de septiembre de 1973. Acuña se encontraba en ese aprieto por graves sospechas de corrupción -contrabando y narcotráfico – en el ejercicio de su cargo, levantadas en su contra por el Consejo de Defensa del Estado, presidido por Julio Cabezas, prestigioso abogado que ocupaba ese cargo exclusivamente en razón de su carrera profesional.

Luego del golpe, Acuña procuró y consiguió el fusilamiento de Cabezas. No era difícil, el juez general de esos juicios era un personaje aun más siniestro que Acuña, el general alemán-chileno Karl ForestierHaensgen, confeso nazi, cuya fama de sed de sangre y crueldad traspasó nuestras fronteras. Por los años 80, Forestier no había logrado hacer carrera de ninguna especie durante la dictadura, y estaba disgustado con Pinochet”.

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Entre los cuatro dirigentes asesinados el 30 de octubre de l973 estaba el joven Freddy Taberna, que había cumplido la edad de 30 años, y de quien este periodista fue compañero de primer a tercer año de humanidades en el Liceo de Iquique, cuando aún se llamaba Freddy Gallegos. Entonces un muchacho inquieto y despolitizado, su personalidad llamativa explica con los años el líder político en que se convertiría.

Sólo una vez lo divisamos en Santiago, cuando encabezaba una manifestación en las afueras del estadio Nataniel, en protesta por la presencia en el recinto de Robert Kennedy, el l6 de noviembre de 1965, a quien vimos sacado en andas, muy vestido de sport.

El profesor Quinteros conoció bien a Freddy en Iquique: “Taberna, que presidía el PS regional, era, hasta el día del golpe de estado, el Jefe de la Oficina Regional de Planificación y , sin duda, el más conocido de los dirigentes socialistas. Provenía de una familia pobre de pescadores artesanales del barrio El Morro, y sólo por su inteligencia y tenacidad llegó a la Universidad, titulándose de geógrafo en 1967.  Su primer trabajo se lo encomendó el gobierno de Eduardo Frei Montalva: integrar el equipo de geógrafos que debía trazar los límites de Chile con Argentina en la disputa por Palena.

Freddy vadeó ventisqueros, atravesó glaciares y finalmente hizo esos mapas. Chile ganó el laudo arbitral, y por esa sola razón, esa zona es hoy parte de nuestro territorio. Sin embargo, Taberna, al igual que Sampson, Ruz y Fuenzalida, fue acusado de traición a la patria, y por ese cargo, fusilado”.

Este testimonio se extiende a las otras víctimas:

“José Sampson, de 32, secretario de Organización del PS, y director de la Oficina de Relaciones Públicas de la Municipalidad, hombre honesto y querido por todos, conocido actor de teatro y luchador social; Juan Antonio Ruz, de 32 años, conocido hombre público, presidente del entonces “Frente Para el Progreso de Iquique,” una agrupación civil que reunía a los dirigentes de todas las organizaciones sociales, laborales y empresariales de la región, y, además, concejal de la Municipalidad de Iquique. El cuarto dirigente socialista asesinado era Rodolfo Fuenzalida, piloto profesional de aviación, empleado como tal en las industrias pesqueras de entonces. De manera totalmente gratuita y desinteresada, Fuenzalida instruyó en la conducción de aviones y helicópteros a personal de organizaciones civiles y militares.

Un quinto dirigente socialista, Germán Palominos, también iba a ser fusilado ese día, pero su  muerte fue postergada por un mes, para no escandalizar demasiado a la Cruz Roja Internacional y a la prensa mundial, que por entonces ya narraban al mundo, por vía radial, lo que sucedía en el país. Palominos era un esforzado obrero carpintero, socialista de base y destacado dirigente poblacional. Como todos los demás asesinados, era un honesto jefe de hogar que sostenía a su familia con su trabajo. Mezcla de asesinato político y estupidez, el cargo hecho contra aquellos dirigentes fue “Traición a la Patria.”

Obedeciendo las órdenes de los verdaderos traidores de entonces, Acuña tejió una maraña de descabellados cargos para justificar esos fusilamientos, y obligó a los prisioneros, en estado de torturados, a firmarlos con amenazas de muerte para sus familias. Aun así, cometió un error jurídico. Para decretar una pena de muerte en “tiempos de guerra,” según lo ordenaba la propia ley entonces vigente, era preciso la unanimidad del tribunal militar. Uno de sus miembros, el Mayor de Ejército Enrique Synn, no se dejó amedrentar y dejó constancia de su oposición a los fusilamientos, lo que bastaba para que no se produjeran”.

El profesor Quinteros –quien después de su exilio en Bélgica, Alemania Federal y China Popular volvió a sus actividades académicas en la Universidad de Tarapacá- espera que se reviva este caso, aunque hayan pasado cuarenta años. Que por lo menos, “los miembros de ese infamante consejo de guerra que aún viven respondan por esa vil felonía”

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