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Iván Vera-Pinto Soto/ Antropólogo Social, Magíster en Educación y Dramaturgo Por muchísimos años el tema cultural ha estado literalmente en el patio trasero de la... La Cultura en el patio trasero

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Por muchísimos años el tema cultural ha estado literalmente en el patio trasero de la discusión política. Eso no es ninguna novedad. Ejemplos sobran y muchos. Basta con observar los lineamientos programáticos de las diferentes tiendas políticas que postulan candidatos a los diversos cargos políticos del país, para inferir la poca importancia que tiene esta problemática en los dirigentes políticos. Los más “progresistas” se conforman con un aumento de los recursos económicos para los escuálidos e indignos Fondos Concursables que han levantado los dos conglomerados hegemónicos que se alternan en el poder político.

Pero, para qué vamos a seguir entonando la misma “canción trillada”, si ya sabemos que mientras no haya un cambio sustancial en las estructuras mentales de quienes nos gobiernan o haya una presión social desde las bases sociales, la cultura seguirá constituyendo el “pariente pobre” en los gobiernos que nos sucedan.

Posiblemente algún funcionario de éste o del anterior régimen me dirá: “por favor, no seas tan negativo”, “mira, todos los logros que hemos alcanzados” o “mi candidata prometió doblar los recursos para cultura”… Al final, el razonamiento que hacen dichos personeros se concentra básicamente en una cuenta de la gestión realizada, sin mayor estudio evaluativo de los resultados e impactos que hayan generado en la comunidad las diversas actividades y eventos que han sido beneficiadas con algún aporte público o, en otros casos, reducen el estado de nuestra cultura a una cuestión meramente de planificación.

Tratando de ser lo más objetivo posible, reconozco que aún no visualizo en los dirigentes políticos una predisposición a preguntarse desde dónde pensar nuestros problemas actuales. Por supuesto, si estuviera en el lugar de ellos no dudaría en responder todas las problemáticas sociales desde nuestra cultura.

En la anterior lógica, diversos estudios y experiencias internacionales han demostrado en situaciones concretas que la cultura puede servir como motor del desarrollo sostenible y aportar un capital de conocimientos para el desarrollo social, cultural y económico de un país, contribuyendo a la armonía, la sostenibilidad ambiental, la paz y el desarrollo integral de los ciudadanos.

Consecuente con la concepción preliminar, vemos que en muchos países desarrollados y también en algunos no desarrollados de este continente, la cultura gana relevancia en los procesos de formulación de políticas públicas. En todos esos procesos, la cultura está presente en la formulación de los planes de desarrollo y como un componente transversal y, a su vez, específico. En esas realidades se parte del supuesto que el desarrollo es una vía que permite reforzar los procesos sociales y culturales y, a su vez, se plantean políticas específicas que abordan problemáticas diversas, tales como: el patrimonio, las diferencias culturales, las artes, las industrias culturales, la creatividad, entre muchos otros.

Aunque para los analistas, Chile, en los últimos decenios, haya alcanzado un importante desarrollo económico – a ojo de buen observador – podemos declarar, por un lado, que en nuestro territorio ha imperado la mayor desigualdad e inequidad y, por otro lado, la participación ciudadana ha sido minúscula, sin claridad y – no pocas veces – manipulada por las clases sociales que detentan el poder político y económico.

Lo anterior obliga que en una nueva realidad socio-política la cultura tenga un papel preponderante en los procesos de planificación. De la misma forma, exige valorar la participación de la sociedad civil en dichos procesos y garantizar la vinculación efectiva entre éstos y las tomas de decisiones. Eso sería lo ideal, pero ¿quién le pone el cascabel al gato? Hasta ahora nadie. Lo que nos impone a continuar viviendo en un ambiente de confusión cultural y con leyes culturales que tienen grandes vacíos en sus contenidos y formas.

Por citar algunas situaciones que grafican esta “confusión cultural”, tenemos, por ejemplo, las normativas del Fondart promulgadas hace veinte años y que hoy resultan obsoletas, de acuerdo a las nuevas realidades socio-histórico.

Otra debilidad es la articulación de una serie de iniciativas que se han llevado a cabo para acercar el arte a la gente, pero que han derivado en la aparición de la cultura show y en espectáculos “populacheros” que terminan por devorar el fondo y el sentido de reflexionar en torno a la cultura. Lo que más resalta de esta institucionalidad cultural, salvo contadas excepciones, es el “activismo cultural” y es por ello que continúa la prédica de inventar el día de teatro, el día de las artes visuales, etc. Pregunto: ¿por qué no todos los días del año puede ser el día del arte? ¿Por qué no se apoya de manera sostenida a los proyectos permanentes y que se han consolidado en el tiempo? ¿Es suficiente para sostener el arte y los artistas nacionales entregarles un afiche o un pendón para celebrar su día? ¿Acaso el artista tendrá que sustentar eternamente su trabajo y vivir siempre de proyectos concursables? ¿Podría vivir un funcionario de esta institucionalidad cultural en base a planes concursables? Es evidente que no. La precariedad del artista en esta sociedad es injusta y clasista.

Una nueva muestra es el papel de los medios de comunicación social, especialmente de la televisión, donde pululan las burdas franjas “telebasuras”. Sobre lo mismo, hace un tiempo atrás, el sacerdote Fernando Montes, Rector de la Universidad Alberto Hurtado, comparó a estas franjas como verdaderos circos romanos. El párroco indicaba: “En Roma se hacía pelear a los gladiadores, aquí se les observa por la televisión como si fueran bichos. Esta experiencia me da pena, pero la culpa no es de la televisión, si no nuestra porque avalamos esto”. De igual manera, intelectuales de todos los colores han sido lapidarios en decir que esto es un vergonzante experimento con seres humanos solamente por el rating y la publicidad, ya que de estos programas no sale ningún valor cultural más que aprovecharse del voyerismo de los telespectadores.

No es ninguna primicia que la televisión chilena haya entrado en una franca etapa de decadencia que no tiene parangón, donde el lema es “todo por el rating”. En estos días, la farándula y los “realites” son la panacea para los canales, puesto que les aportan teleaudiencia y eso les genera suculentas ganancias a través de la publicidad. Quienes tenemos más de dos dedos de frente, alzamos la voz para decir basta de exhibir mezquindades y perversiones, auténticas o falsas para despertar el morbo del público. ¡Por favor! Terminen de una vez por toda con las farándulas y los “psicocircos” de emociones escandalosas que juegan a experimentar con estructuras de personalidad que mientras más dañadas están, mejor es para satisfacción de enajenados y desviados que se masturban mentalmente con las intimidades y traumas ajenos.

Por lo demás, se inventan algunos galardones nacionales cuyos propósitos es premiar la creatividad y destacar a los talentos, donde supuestamente los artistas deberían reconocer los méritos de sus pares, pero que, irremediablemente, se convierten en la oportunidad para que los amigos premien a sus compadres.

Qué decir de la vergonzosa utilización de los artistas en las campañas políticas, incluso, algunos de ellos por razones económicas no tienen ningún principio ni escrúpulo para ir a animar el mitin del candidato opositor a sus ideales. Según ellos, asisten exclusivamente por el “profesionalismo”, perdón, digámoslo sin eufemismo, por el “don dinero”.

Día a día, como verdaderos “hongos”, aparecen productoras que lo único que les interesa es improvisar show y eventos para ganar plata avivadamente con el trabajo de muchos artistas nacionales que permanecen en la “cuerda floja” debido a sus exiguos ingresos. Dentro de la “fauna” de “productores artísticos” es fácil reconocer, también, a algunos antiguos funcionarios de gobierno, cuya “experiencia artística” se limita a la escritura de algunos pueriles poemas dedicados a sus conquistas amorosas y que hoy ofician de organizadores de encuentros culturales. ¡Qué falta de ética!

Y qué decir de las empresas transnacionales, muchas de ellas depredadoras de los recursos naturales y devastadoras del medio ambiente, que aprovechan a lavar su deteriorada imagen auspiciando eventos destinados a las pequeñas elites locales o entregando pequeños aportes materiales a los artistas que se acomodan a sus políticas empresariales.

En un examen más acucioso, podemos confirmar que los vacíos de la institucionalidad cultural va más allá de la cobertura, tiene que ver con la calidad, con el sentido pedagógico y con el paradigma y misión que patrocina, con la visión de país que se desea para los chilenos. Como dice la actual jerga mercantilista: “hay más oferta cultura”, pero, lamentablemente, el ciudadano “común y corriente” sigue sumido en el “analfabetismo funcional” y en la pasividad social.

Sin duda, la ausencia de una política cultural democrática, popular y pertinente a las diferencias culturales nacionales, ha aumentado el desarraigo a la identidad nacional y regional, el desconocimiento y desvalorización de los referentes culturales. Y esto se refleja en la pobre calidad de nuestros vínculos con los demás, en la acentuada individualidad, en la fuerte competitividad de nuestras relaciones, en el déficit lector, en la frivolidad y en el cinismo hedonista que actualmente se explota a destajo.

Como es de suponer, en medio de este caótico contexto, es más proclive que prospere un estado de crisis de sentido que tiene su directo correlato en una política y una deliberación pública vacía y poco constructiva. Sumemos a ello, la banalidad de nuestros comportamientos, la aceptación sin “filtro” de todos los contenidos de las culturas dominantes (fiesta Halloween, entre otras), la censura velada o abierta a las posturas críticas y la existencia de una política que se convierte, sin otra alternativa, en una verdadera farándula.

¿Qué hacer en este incierto escenario? En primer término, exigir a las autoridades que junto con centrarse en los problemas reales de la gente (educación, vivienda y salud), también se comprometan apostar por una cultura que permita el desarrollo sustentable. Que escuchen y no repriman a los jóvenes que viven inmersos en un clima de males sociales, de violencia y exclusión. Que apuesten por una cultura de los Derechos Humanos y la Paz. Que se preocupen por la calidad de vida integral de todos los niños, jóvenes, adultos y adultos mayores. Que atiendan las demandas de la sociedad civil, la cual está compuesta por personas y no por meros clientes. Que generen nuevas plataformas participativas y el ejercicio horizontal del poder. Que piensen en crear más centros e instancias culturales en los barrios y en todos los lugares donde el hombre vive y trabaja, pues la cultura es un derecho de todos.

En segundo término, cambiemos nosotros de corazón; liberémonos de las ataduras del interés propio y preocupémonos por el interés común. Focalicemos nuestros esfuerzos por transformar aquella cultura fugaz y enrarecida que propugna como fin último que todos seamos ricos y exitosos, por otra, más digna, humana y solidaria. Seamos felices en una vida austera, sin tantas desigualdades ni iniquidades. Defendamos la cultura como una manifestación de nuestra individualidad y colectividad. Construyamos una cultura vinculada con los demás, con la comunidad y con nuestro entorno natural y no natural.

Definitivamente, hagamos un ejercicio reflexivo, perceptivo, sensitivo y afectivo de nuestra vida y de nuestra cultura, lo que se traducirá en la generación de una nueva impronta cultural, con miras a situar la cultura en el centro de las políticas futuras de desarrollo sostenible.

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