Edición Cero

Iván Vera-Pinto Soto/ Antropólogo Social, Magíster en Educación y Dramaturgo Producir, consumir  y “pisar” al otro parece ser en la actualidad la única perspectiva de... Nunca es tarde para ser feliz

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Producir, consumir  y “pisar” al otro parece ser en la actualidad la única perspectiva de nuestras vidas. No se necesita ser tan observador para darse cuenta cómo los medios masivos de comunicación nos manejan con discursos e imágenes potentes que divulgan un sólo ideal de vida: ampliar al máximo la producción de objetos, productos y diversiones al servicio de nuestro bienestar material.

 Sin duda, los publicistas nos conocen a la perfección, incluso mejor que nuestros progenitores. Ellos saben cómo hacer que todos los niños del país exijan a sus padres el último juguete de moda y  logran que los adultos nos gastemos completamente nuestros sueldos en las grandes tiendas comerciales. Tristemente a esto se reduce el sentido de la vida de hombres y mujeres compulsivos que compran y compran mercancías, como si la felicidad estuviera en la satisfacción de las necesidades superfluas. Y todo caemos cándidamente en las redes de este sistema que nos llena de tarjetas de crédito, ofertas, créditos y “regalos” para ser supuestamente felices. Es increíble como el imperio nos convierte en fieles clientes de todas las baratijas y artículos superfluos que rodean nuestro entorno. Y todos neciamente caemos en las garras del poder consumista, nos reventamos las venas con la alquimia más barata que nos subsidia una sociedad pintarrajeada con avisos publicitarios, imágenes “exitosas” y falsos dioses, hechos de estiércol en las letrinas más oscuras de la humanidad.

Y por esos necios ideales empeñamos nuestra dignidad, nos vendemos al mejor postor, hipotecamos bienes y nuestras más intimas convicciones. Soportamos todo: el mal trato laboral, nos cambiamos de manera liviana ropaje, prostituimos nuestros cuerpos e ideales, nos “apernamos” en puestos públicos y apoyamos a los candidatos que nos pueden dar trabajo y favorecer en nuestros proyectos, porque tenemos una inmensa deuda financiera o porque tenemos que educar a nuestros hijos. Los que ayer fueron revolucionarios y se asilaron en tiempos crueles, sin que los persiguiera nadie, hoy son infieles a sus ideales y se convierten en leales funcionarios del sistema que tanto cuestionaban.

Para su justificación no les queda otra alternativa, pues tienen hijos que van la universidad, están divorciados y tienen que mantener su antigua historia y, además, su ambición desmedida les ciega la razón y todo su discurso revolucionario queda exclusivamente para una borrachera o para una reunión de amigos nostálgicos que cantan o escuchan una canción de Quilapayún. ¡Qué increíble! Los mismos jóvenes que ayer apoyaron causas idealistas, en la actualidad se han convertido en eficientes funcionarios del sistema, el cual los ha domesticado y su ímpetu se ha reducido a esconder la cabeza entre cuatro paredes públicas, a pesar que fueron acogidos en muchos países extranjeros como “revolucionarios”, donde estudiaron, sacaron un título universitario y se beneficiaron de todas las leyes de los exiliados.

Todos ellos no son más que escoria humana que flotan como “corcho” entre todos los regímenes y que callan en la sombra de una oficina estatal. Sinvergüenzas que convencieron hasta sus esposas con el discurso “progresista” e ideales que nunca han defendido. Borrachos de la nostalgia y parásitos de la muerte que se alimentan de la sangre de otros.

Por otro lado, vivimos en las sombras de nuestros nichos, oscuros y fétidos, esperando que alguien nos traiga flores de plásticos y dípticos que incluyan jingles comerciales para que resuenen en nuestros oídos como credos insustanciales y sátiros que aplaquen nuestros oscuros deseos. Hombres y mujeres se prostituyen para obtener una ropa de marca, para ser aceptado socialmente en grupo que no le pertenece, para que sean reconocidos por su estatus, para tener el cuerpo apolíneo que la naturaleza le ha negado.  Hay tanta falsedad en nuestro entorno. La mayoría quiere aparecer jóvenes, atrayentes, bellas, fisicoculturista, eternamente vital y con poder.

Hoy reina la cultura de la imagen o el culto a la figura, en la que se sobrevalora la fachada por sobre lo esencial de las personas y las cosas. Los diseñadores y las tiendas multinacionales deciden cómo debemos vestirnos, cuál debe ser nuestra figura y qué debemos usar como atuendos de moda. Así, quizás, nos vemos  más atractivos aunque ello signifique perder nuestra identidad. Qué importa vender el alma al demonio, con tal que te reconozcan tus senos postizos, tus ojos postizos, tus manos postizas, tu espíritu postizo y tu miembro postizo.

Probablemente, esta es una de las razones por la que tanta gente se lamenta de sentirse vacía y sin rumbo, y anda a bamboleos por la vida tratando de aplacar su drama a base de impresionar a los demás con una estampa falsa. Acaso esta búsqueda narcisista de la perfección exterior es una forma de evasión con la que se “drogan” la gente para no ver la crisis y el deterioro que impera a su alrededor.

Vivimos de la misma manera como decía una antigua publicidad: “Viste “Prolen” y tendrás éxito en la vida”. Entonces si visto “Prolen” tengo todo resuelto en la vida.  ¡Qué mentira más grande! Cuando el mortal queda en la bancarrota se da cuenta de la verdad; la realidad es otra, ella está saturada de incomunicación, soledad y alienación; situaciones que pueden desembocar en la más terrible desesperación, o en la más sorprendente locura de cualquier persona.

Y cuando estamos al borde del abismo, cuando todas las puertas se han cerrado; cuando nadie nos recuerda; cuando los amigos desaparecen por “arte de magia”; cuando se te termina el insustancial billete; cuando estás viejo y la silicona ha cedido, te encuentras con la única verdad: la soledad y el vacío existencial. Recién se “prende la ampolleta” y te das cuentas que todo lo que te ofrecía esta sociedad eran meras quimeras y que nadie está a tu lado, que nadie te va a salvar, ni siquiera las terapias extrañas, religiones lejanas y creencias grotescas. En definitiva: estás sólo, esperando a la “parca” que ronda tu casa. Aunque parezcan sarcásticas y de humor negro estas expresiones, debemos reconocer que ese inexorable camino seguirán todos aquellos que adoran a falsos ídolos y a los fantasmas de nuestros tiempos.

¿Para qué seguir sacrificando nuestro cuerpo y espíritu en alcanzar el confort, la diversión, el éxito, el reconocimiento social, el lujo, el placer, el poder, la personalidad y la tecnología? Si al final, por ese camino, vamos a terminar como seres solitarios, rodeados de máquinas, aparatos y trastos que únicamente sirven para marcar aún más cruelmente los límites de nuestra soledad actual y de la locura colectiva. ¿Para qué aspirar la belleza occidental? Mañana seremos devorados por los gusanos y parásitos que pululan los cementerios ¿Para qué tener más y más cosas materiales? Acaso todo lo material que dejemos al morir va hacer felices a nuestra parentela. Claro que no. Es muy posible que a partir de esos bienes materiales se generen disputas, peleas y guerras por los posesiones. Y seguirán golpeando a la humanidad cañones feroces que impedirán la paz en el mundo.

En contraposición a esa imbécil y arrogante vida de producir y consumir, por qué no apostamos por una existencia plena, solidaria y de autorrealización. Por qué no apostamos mejor todas las “fichas” al amor, a la pasión y a los grandes ideales. Hagamos un cambio de verdad. Apostemos  con pasión a nuestra utopía.  Arriesguemos todo a ser felices en nuestro trabajo y vida. Desnudémonos nuestras realidades, seamos sinceros, nobles en nuestros principios. Seamos fieles a quienes amamos. Seamos consecuentes con nuestros ideales. Soñemos en un nuevo cielo estrellado.

Gritemos hasta que quedarnos afónicos “te amo” a esa mujer o a ese hombre que amamos de verdad. Luchemos y entreguemos nuestra vida por lo que deseamos. Seamos devotos de esa virgen enlutada que nos acompaña toda la vida y que es eterna. Derramemos nuestra sangre por quienes buscan en la noche y en el día su alimento y subsistencia. Salvemos a ese chiquillo que es menor que un grano de arena. Entreguemos nuestra piel por el pimiento en el desierto,  por hundir el arado en la tierra, por el vuelo de la mariposa, por el sol que brilla y brilla, por los mártires del pueblo, por los grillos que cantan triste en la noches lóbregas y melancólicas.

Nunca es tarde para enrumbar el curso de nuestro navío que está a punto de naufragar. Mientras haya vida hay una esperanza para cambiar, para ser mejores, para ser más humanista, para ser un hombre con mayúscula. Parafraseando, Víctor Jara, un héroe del pueblo chileno, levantemos el martillo de nuestra propia justicia y hagamos resonar las campanas de libertad y paz.

 

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