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Iván Vera-Pinto Soto/ Antropólogo Social, Magíster en Educación y Dramaturgo Aunque la cartelera artística de nuestra ciudad no es privilegiada en cuanto a la variedad... Diversidad artística y política

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Aunque la cartelera artística de nuestra ciudad no es privilegiada en cuanto a la variedad y la cantidad de propuestas estéticas; sin embargo, tenemos un número no menor de actividades y eventos que se generan periódicamente especialmente en teatro, música, pintura, artes visuales y folclore.  Tal vez, por la falta de difusión permanente,  existen muchas más manifestaciones que no se conocen públicamente y que están constreñidas a sus ámbitos restringidos.

Si nos atreviéramos a explorar los pocos rincones artísticos que ofrece la urbe nos llevaríamos más de una grata sorpresa con actividades que revelan disímiles estadios de desarrollo y que sustentan un denominador común: Promover la diversidad artística. Quizás, esta característica es producto de un proceso de autoafirmación cultural de sus cultores que antes existía al interior de sus agrupaciones y que hoy, en cambio, se proyecta con menos contención hacia la comunidad.

En este marco, podemos apreciar algunas acciones artísticas sistemáticas de instituciones y creadores independientes que trascienden su núcleo de influencia e intentan fraguarse en un diálogo público para influir en las capacidades perceptivas y reflexivas de la ciudadanía. Esta situación propia de la democracia política origina, entre cosas: un pluralismo de valores, mayor autonomía de los creadores y tolerancia del público. Esto conduce tácitamente a las personas a rechazar el conformismo ciego, a la dependencia paternalista y adoptar una postura más crítica de los que sucede en nuestra realidad social.

Además, la tolerancia y la defensa de la diversidad cultural se convierten, consciente o inconscientemente, en parte del tinglado ideológico de los artistas y fluyen en un imaginario global que, sin duda, es hoy más partidario al multiculturalismo en su versión democrática de lo que era en décadas precedentes.

No obstante, hay que reconocer que en el terreno de las relaciones interpersonales, es posible apreciar, subterráneamente, aún cierto dogmatismo inhibitorio entre los artistas. Me explico, al margen de la crítica constructiva y el debate que pueda, naturalmente, producir la difusión de una obra artística, existe en algunos, actitudes dogmáticas necesarias de superar, principalmente  porque en arte no existen normas ni reglas rígidas. Al contrario, la estética moderna describe la experiencia artística en términos de autonomía en tanto es uno de los diferentes modos de experiencia y de discurso que contribuyen a subvertir la razón de todos los demás discursos (Adorno y Derrida de Christoph Menke: 1991)

En arte todo es posible y nadie tiene la verdad absoluta, siempre y cuando el trabajo esté bien plasmado, dentro de su concepto y formato. Independiente de nuestras apreciaciones personales y preferencias, debemos aprender a convivir con los diversos lenguajes, gestionar el intercambio a partir de las diferencias estéticas y democratizar la producción artística. Estas son dimensiones esenciales de la nueva escena local, surgida de la diversidad cultural, variable congénita a la historia de nuestro puerto.

Reconociendo que el arte es representación de imágenes que movilizan  visiones, aspiraciones y demandas colectivas de amplios sectores de la sociedad, es necesario sumar esfuerzos para fomentar en la ciudadanía y en especial en los jóvenes su justa valoración. De igual manera, inculcar en las nuevas generaciones la idea que muchos mundos son posibles, que el significado y la realidad son creados y no descubiertos, que la negociación es el arte de construir nuevos significados con los cuales las personas pueden mejorar las relaciones entre sí. Y, finalmente, resaltar que el tiempo libre, la cultura y el arte son derechos humanos básicos, de los cuales nadie puede ser privado.

En consecuencia, corresponde a las autoridades y a la ciudadanía impulsar, con más solidaridad y eficacia, mayores espacios de intercambio, el libre acceso y disfrute de todos los espectáculos artísticos, en especial de aquellos que no hagan concesiones con el mercantilismo, para lograr así una mayor valoración y popularización de la creatividad artística en nuestra ciudad.

Por otro lado, debe ser compromiso de los creadores artísticos y de los gestores culturales fundar instancias de diálogo con respecto a sus propuestas, temáticas, estilos y principios artísticos, ideológicos y políticos que los sustentan. El mero didactismo, claro está, no es arte, pues el arte es en esencia político en la medida que refleja los conflictos, contradicciones, visiones y concepciones que tiene el artista de la realidad objetiva.

Tal como lo planteó el doctor Haroldo Quinteros en el lanzamiento de mis “Obras de la Memoria”: “Para Piscator, maestro del teatro épico alemán, lo político en su esencia no se remite a la rutina a que nos acostumbran a diario el poder establecido y los políticos profesionales. Pensaba que la política es lo más propio del hombre, lo que lo define, recordando, otra vez, al conspicuo demócrata Aristóteles. Lo político, entonces, no sólo tiene que ver con las estructuras básicas de la sociedad, sino con la naturaleza del hombre, con sus pasiones, grandezas y deméritos.  Piscator da aquí otro paso. Observa que no existe un arte que no sea político. Reclama abiertamente que la mayor falacia en materia de Estética, es aquella de Ars gratia Artis. Por el contrario, sostiene que tal premisa sólo puede ser sostenida por los satisfechos en este mundo. Aun más, Piscator denunció la falsedad política de los artistas que se hacen declarar neutrales, o artistas del “arte por el arte,” señalando que el arte siempre toma partido, y la pretendida neutralidad en teatro, es la más clara de las asunciones políticas públicas de la clase dominante. El arte de Piscator, como él decía, es tan político como todos los demás, sólo que se diferencia de los supuestos artistas “neutrales”, en que es un arte franco y explícito en su objetivo”.

En pocas palabras, para cultivar la diversidad artística hay que generar ambientes de debates y diálogos con sustentos estéticos y políticos que permitan elevar la masa crítica de nuestros cultores y del público mismo, más aún cuando vivimos en una sociedad invadida por el consumismo, la inocuidad, la pasividad social y la falta de conciencia crítica.

No basta con hacer obras artísticas o intervenir en una agrupación artística por le gusta el arte, sino también debe tener una postura cuestionadora de la sociedad que habita para coadyuvar con su trabajo a generar las condiciones para las transformaciones que la mayoría de los ciudadanos desean para sus familias y, en especial, para sus hijos.

En otras palabras, tal como sustenta Gramsci (el intelectual orgánico), hay que unir la teoría con la práctica militante. Por ello, los artistas en un ambiente proclive a la diversidad, pueden contribuir  a poner al público frente a sí mismo en la contemplación de la realidad, aunque para ello deba usar los instrumentos de la fantasía y la magia artística. Es aquí, precisamente, el punto en que el arte se vuelve ético, pues enseña y conduce, puesto que necesariamente incita a la acción, y, así, conmina a asumir posturas en el terreno político.

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