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Carlos Correa B. /  Gerente de Asuntos Públicos Imaginacción Consultores Si algo tiene América Latina de sobra son telenovelas y caudillos. No solamente en la literatura, donde... Chávez y el eterno retorno de la mitología de los caudillos

carlos correa elmoCarlos Correa B. /  Gerente de Asuntos Públicos Imaginacción Consultores

Si algo tiene América Latina de sobra son telenovelas y caudillos. No solamente en la literatura, donde abundan estrambóticos como el de Roa Bastos en Yo el Supremo, solitarios como el de García Márquez en El Otoño del Patriarca, o manipuladores como el Trujillo construido por Vargas Llosa en La Fiesta del Chivo, entre otras tantas crónicas del realismo mágico de la política en nuestro continente.

Algo le ocurre a los pueblos con los caudillos, que entran con ellos en una simbiosis a veces mágica, muchas veces llena de culpa y que soportan todo por seguirlos. Andrés Oppenheimer, el destacado analista de política latinoamericana, lo atribuye a la adolescencia eterna de la política latinoamericana, que siempre necesita reinventarse y por ello va de revolución en revolución, de nuevas constituciones y resurgir de naciones y por supuesto, líderes que lleven a los pueblos al soñado paraíso de la sociedad justa.

Probablemente nuestra pasión por la palabra hablada, por encima de lo escrito y lo establecido, y nuestras eternas ansias de la lucha por la libertad nos lleva a esos caminos, a veces inciertos en términos de estabilidad y muchas veces fallidos en términos de prosperidad, y utópicos en el sueño de la igualdad.

Los caudillos latinoamericanos suelen surgir de un momento histórico de agotamiento de un modelo político que muchas veces suele ser visto por los pueblos como sólo favorable a la élite, llevan en sí la promesa de una sociedad nueva, y cambian el país según sus sueños y las conexiones profundas que logran con sus seguidores. Dividen y unen a sus naciones en el mismo acto. Se apoderan de banderas, que parecen inventadas sólo para ellos. Logran además tener una conexión especial entre lo mágico y lo real, hablan con los mártires y los interpretan para bien del pueblo, llevan mensajes mesiánicos, pero a diferencia de Jesús, el del Nuevo Testamento, no instalan la palabra de  Dios, sino un nuevo reino en este mundo.

Y se mueren en el momento preciso que tienen que hacerlo: Perón, dejando instalada la estructura política que perpetúa el populismo; Pinochet, sin ver en vida cómo la justicia le haría responder por los innumerables crímenes de su policía política que sólo funcionaba bajo sus órdenes; Chávez después de ganar su última elección y dejar instalado a su sucesor. Y, por cierto, Fidel Castro sumido en una vigilia eterna, mientras caen todos sus adversarios y seguidores.

En su deceso, como los antiguos guerreros germánicos de los Anillos de los Nibelungos, suelen cabalgar en un Walhalla latinoamericano, junto a sus inspiradores, permitiendo que sus antiguos y nuevos seguidores los invoquen cuando sea necesario revivir sus ideas. Y serán inspiración para nuevos caudillos, que asegurarán a los pueblos que son herederos de sus palabras, y como si su muerte hubiese sido sólo un mal sueño, volverán a estas tierras hablando a través de ellos.

No pertenecen por sí a una ideología y las teorías políticas europeas como el marxismo o el liberalismo suelen vestirlos de ropaje, pero sólo hasta el punto donde les son necesarias. Ellos son la praxis y la teoría en el mismo momento.

Chávez tiene todos los elementos del canon del caudillo exitoso. Por sí solo, logró doblegar el paradigma de la izquierda dura que únicamente se podía llegar al poder mediante el foco guerrillero, al demostrar que el camino de las urnas, el de la despreciada democracia burguesa, es también el modo de hacer la revolución. Pensándolo bien, la CIA, tan asustada de guerrillas latinoamericanas que brotaban en cuanta jungla tiene el continente, debiera hacerle un monumento a la entrada de Langley.

Y en el poder, mediante una mezcla de control casi absoluto sobre las estructuras de la sociedad venezolana, más un preciso dinamómetro para calibrar las fuerzas de las masas obnubiladas por la palabra, logró instalar su modelo, paternalista y autoritario al mismo tiempo, pero a diferencia del gobierno de los hermanos Castro en Cuba, revestido de la legitimidad de las elecciones.

Incluso la oposición le fue funcional, pues durante mucho tiempo su conducta errática validó los propios argumentos de Chávez contra el pacto de Punto Fijo que creo una bipartidocracia absoluta entre el Adeco y el Copei, los partidos tradicionales venezolanos, que se repartieron la torta petrolera hasta la irrupción del Comandante. El talento político de Chávez operó sobre la siguiente premisa: si la élite sostiene su poder mediante la democracia representativa, ¿por qué los revolucionarios no podían hacer el mismo juego?

En eso, Chávez fue un maestro que siempre jugó en los bordes de la misma democracia, respetando sus leyes, cambiándolas cuando el péndulo estaba a favor de él, permitiendo la existencia de una oposición que lo validaba, pero con cada vez menos acceso a los medios de comunicación y una separación de los poderes del Estado que solamente operaba de manera formal.

Bajo la óptica de los partidarios de la revolución bolivariana, ¿qué podía reclamar la élite si cuando ellos gobernaron fue igual, con la diferencia moral que la repartición de la riqueza era más injusta?

Y al igual que su inspirador Fidel Castro, tuvo un fuerte discurso antiimperialista, con la diferencia  de que Chávez tenía un comercio bilateral con su enemigo que superaba los 50 mil millones de dólares, sostenidos principalmente en las exportaciones de hidrocarburos, del cual Venezuela fue uno de los cinco mayores proveedores de EE.UU. Parafraseando al caudillo bolivariano, si algo olía a azufre en los puertos norteamericanos era la avalancha de superpetroleros que llevaban el crudo a precios cada vez más altos, financiando la utopía bolivariana.

En cambio Cuba ha tenido que soportar un bloqueo económico del que debiera ser su principal socio comercial, que mantiene siempre una espada de Damocles sobre su economía y que dio siempre argumentos a Fidel Castro de que las intenciones del vecino del norte con la isla no eran muy santas. Si la razón del bloqueo a Cuba eran las diferencias con el régimen político, claramente el petróleo cambia corazones y mentes en Washington. En esto, el pragmatismo del bolivariano superó al carisma del viejo líder isleño.

Su principal victoria no es solamente una nación y estado modelados según su sueño, sino el resurgimiento de la causa revolucionaria latinoamericana que tiene un nuevo rumbo distinto al modelo cubano, salvado del colapso por el propio Chávez, cuando el Período Especial que sobrevino al fin del comunismo en Europa Oriental estaba tocando fondo con consecuencias imprevisibles. Este mismo hecho le dio la  suficiente valía moral en la izquierda, que olvidó rápidamente su origen golpista y lo convirtió en el nuevo referente.

Es probable que la principal razón de ir a vivir su agonía a la Isla no fue solamente la excelente medicina que podía obtener, sino también un lugar seguro donde planificar su sucesión y la extensión de su modelo. A diferencia de los hospitales en Venezuela, siempre frágiles ante la filtración a los medios, el gobierno cubano puso un cerrojo sobre la información de su salud, variable política clave, como bien adivinó el principal opositor al comandante, Henrique Capriles.

Así Cuba se convirtió para Chávez en lo mismo que fue para Don Corleone su pequeña ciudad amurallada de Long Island, donde estableció la existencia de su imperio más allá de su muerte y ungió a su heredero Michael en los juegos del poder.

El funeral de Chávez, lleno de presidentes latinoamericanos de todos los colores, deshechos en homenajes al nuevo Bolívar, será la prueba viva del éxito de la nueva utopía latinoamericana: llegar al poder por las urnas y una vez en él, reformar completamente el Estado. Tienen razón sus seguidores cuando dicen que su muerte es también parte de su vida y de su obra, en una reedición latinoamericana del mito del Mesías.  ¿Cuál será el rumbo de Venezuela apagado el mega funeral que prepara el chavismo para despedir a su líder?

La primera señal estará en quién asumirá como presidente provisional. Según la Constitución Bolivariana, debido a que Chávez no juró debiera asumir el Presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, más ligado al ala militar y a la historia del movimiento que llevó a Chávez al poder.

Pero por otro lado, en vida el propio Chávez designó como sucesor a Nicolás Maduro, un burócrata formado en los años de República Bolivariana, pragmático y sin el carisma de su líder. Además que tiene el amén de los hermanos Castro en Cuba, que por primera vez en mucho tiempo, coinciden con EE.UU. respecto al sucesor ideal. El ungimiento lo convertirá en el candidato del partido creado por Chávez y tendrá que emular a su sucesor derrotando nuevamente al pertinaz Capriles, quien sabiamente llamó a la moderación y calificó a Chávez de adversario y no de enemigo, sabiendo que tendrá que demostrar a los venezolanos que no es el Comandante al que tienen de alternativa en el voto.

Pero Maduro sin duda ocupará la vieja táctica que los seguidores del Cid Campeador ocuparon a su muerte para espantar a los moros: encaramar el líder muerto en el caballo. Contra un caudillo cabalgando muerto junto a los suyos, es tan difícil la contienda como lo fue contra el propio Comandante vivo.

Fuente: El Mostrador

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