Edición Cero

Juan Carlos Contreras Fabila, profesor de Historia * Tu edad, hermana, siempre fue un misterio-en tus palabras- una realidad ininteligible.  Tu juventud, un dogma-...

Juan Carlos Contreras Fabila, profesor de Historia *

Tu edad, hermana, siempre fue un misterio-en tus palabras- una realidad ininteligible.  Tu juventud, un dogma- en tus palabras- una verdad incuestionable. Es así, tu tiempo siempre estuvo por sobre el tiempo nuestro.

Tu hábito de religiosa, generó ingeniosas conjeturas… Sólo cuando la modernización nos permitió ver tus primeras canas, se fueron disipando los extremos. No eras joven como tu ímpetu, ni tan añosa como las remotas historias de tu Pampa.

Pampa chilena donde germinó tu colorida juventud, donde practicaste la danza, la natación, el canto y donde a los 24 años se instaló poderosa, tu vocación de servicio religioso.

Profesora de lo infinito, religiosa en el hambre de pan y de justicia de tu pueblo.
En una de las tantas horas que dedicaste al discernimiento vocacional de tantos jóvenes iquiqueños, te pregunté:
¿Cómo puedo saber con certeza si tengo vocación para ser sacerdote?
Contestaste con íntegra y profunda convicción:
Si hay dudas…no la tienes.

Con tu carácter reflexivo, pero también pragmático, lograste realizar proyectos humanos y sociales que aún no nos está dado dimensionar.

Involucrada en la complejidad del ser humano como unidad ontológica: esa unidad que es hambre de amor, hambre de soluciones políticas, es hambre de una justa distribución de los recursos económicos y es hambre de igualdad social que aspiramos a saciar…en todos.

Nos enseñaste que el pan y los peces se multiplican, cuando trabajamos para todos.
Que el vino y el pan son un milagro cotidiano y que juntos vemos más y mejor.
Con tu barro impetuoso, impaciente y apasionado, lograste mostrarnos un Jesucristo poco editado: El Hijo de Dios, un hombre hombre capaz de darse por la libertad y la y la justicia de todos sus hijos aquí y ahora. Nos enseñaste a un padre y hermano, a un Hijo y un amigo…a un Dios padre y madre, por sobre todo GENEROSO.y A un Dios Padre, Dios Hijo y Dios Luz entre nosotros, por siempre y para siempre.

Muchos de nosotros te conocimos como profesora. Pero tu inagotable deseo de ser instrumento de quien te habló siempre fuerte y claro en la profundidad de tu alma, te llevó al desierto de los necesitados.
Allí donde no hay más voces que la que briza, a veces ventarrón, de donde se puede comprender todo y no se puede explicar nada. Allí donde los cuarenta días y las cuarenta noches duran la vida entera.

De aquel desierto – suelo y cielo de tus luces y sombras, hermana Elba – ¡surgió la flor de tu paso mujer! El mismo paso que te llevó al lugar donde hoy también te lloran. Las mismas lágrimas y el mismo consuelo. Las mismas sandalias, la misma cruz.
La misma alegría y el mismo

¡ GRACIAS SOR ELBA!
¡NOS VEMOS!

*El autor fue integrante del Centro Juvenil fundado por sor Elba.

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