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Sebastián Iglesias .Abogado y director de Giro País   La aprobación de la Inscripción Automática potencialmente incorpora cerca de 4,5 millones de personas al...

Sebastián Iglesias .Abogado y director de Giro País

 

La aprobación de la Inscripción Automática potencialmente incorpora cerca de 4,5 millones de personas al padrón electoral, de los cuales 2,7 millones son jóvenes. Logra transformarlos en parte de los demandantes del sistema y por lo tanto obliga a la política no sólo a competir, sino a ser autoexigente consigo misma. Donde todo era uniformidad (todos competían por un número acotado y conocido de electores, con patrones de comportamiento electorales  históricos y atrapados en los clivajes de los 80s), hoy se convierte en pura diversidad: cada candidato está obligado a innovar para obtener la  votación popular desconocida.

Para los que fuimos firmes partidarios de la Inscripción Automática, el sistema antiguo de inscripción tenía dos vicios ab-initio: el primero, la ridiculez que un Estado moderno exigiera el trámite de la inscripción para ejercer la ciudadanía; y el absurdo de que la inscripción se cerrara antes de la existencia de las campañas y candidaturas electorales. Claramente los incentivos estaban colocados de manera errada para los ciudadanos: era su ética del deber la que gatillaba la inscripción y no la competencia de los candidatos. Ambas razones logran ser corregidas con el sistema de Inscripción Automática que empezará a operar el 2012. En su corazón está el provocar mayor competencia en la política.

Lo extraño es la serie de especulaciones, teorías y potenciales ganadores que aparecieron con la aprobación de esta ley. Casi tan exótico como la cantidad de vueltas de carnero de algunos respecto a la voluntariedad del voto: donde ayer aparecían datos y estudios para justificar la voluntariedad, hoy aparecen ingentes estudios y razones para apoyar la obligatoriedad. No existen sistemas perfectos para la democracia: menos sino son leídos en los contextos culturales en que se desarrollan. Lo que se esconde tras estas líneas, es el debate teórico entre la naturaleza bifronte de “deber- derecho” del sufragio. No creo en las tesis maximalistas que buscan estadísticas para fijar posiciones. Acá hay legítimas posiciones entre aquellos que creen que es un derecho y aquellos que creen que es un deber.

Chile se enfrenta a una democracia con crisis de confianza en los políticos y las instituciones. Ante esto, parece razonable preferir aquellos sistemas que realcen la naturaleza de “derecho” del voto sumados a elementos que tiendan a corregir los riesgos de la voluntariedad para la convivencia social, es decir: democracias donde se incentiva a quienes ejercen el derecho a voto, más que aquellas que castigan a las personas que no votan.

Mantener la obligatoriedad per se, puede profundizar los grados de desafección con el sistema. Un nuevo sistema que obligue a la política a competir, incentivar y convocar a las personas a ejerzan su derecho a voto, parece más sano que intentar corregir sus defectos a través de la coerción. Por esencia los sistemas electorales no son una política pública, sino una forma de darle cauce a la expresión de la voluntad política de las personas y de administrar el poder. Compararlos con impuestos parece erróneo (los impuestos suponen la existencia de una sociedad, la democracia no) y pasarlos por el tamiz de los niveles de segregación de una sociedad (supuestos como que “los pobres votan menos que los ricos o desmejoran políticas sociales”) no sólo esconde argumentos deterministas  -“los pobres no entienden o los pobres son de izquierda”-, sino que la perjudican la valoración de la misma democracia. Lo que sí parece vital es evitar los costos hundidos que pueda tener para muchos ir a votar: para nadie concurrir a votar el día de la elección debe transformarse en una carga adicional (transporte gratis, guarderías en locales de votación etc.) y razonable además que una sociedad premie (y no sancione o discrimine) a quienes concurran a votar. Hoy no hay que olvidar que nuestra línea de base es alta segregación etaria y social del padrón sin Inscripción Automática (20 % de jóvenes, el doble de inscritos en el quintil más alto).

Es imposible determinar los efectos que tener el nuevos sistema sin haber pasado antes por los efectos de una campaña electoral ampliando esa línea base (ahora todos inscritos). Por eso parece buena la idea de establecer incentivos.

Finalmente, uno de los dramas que ha hecho evidente esta reforma es el nivel de ensimismamiento de la política en general. Muchos hablan, respiran y se siguen escuchando entre ellos: es imposible que lean  con otros códigos lo que pasa al resto de la sociedad. Varios han llevado al paroxismo su autismo, llevo días escuchando los pequeños cálculos de todos sobre quién gana con esto: si la derecha o la izquierda. Casi todos de un paternalismo brutal. Eso sólo refuerza la convicción del importante paso que se ha dado: los únicos que ganarán con esta reforma son los que salgan a competir por un nuevo electorado. Empezó a acabarse el tiempo para los que hacen política con la calculadora. Esta reforma no tiene ganadores.

Los que calculan les cabe el parafraseo “no por mucho obligar, ganaran más temprano”. Hoy para ganar sólo existen algunas armas eficientes: las ideas y la credibilidad, algo esencial a la democracia que al parecer habíamos olvidado. Lo único claro es que este nuevo sistema premiará a los que tengan la capacidad de innovar y no le tengan miedo a competir. ¿En eso se basaba la esencia del sistema representativo o no? Bienvenida entonces la Inscripción Automática.

Fuente: Cambio21.cl

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