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Profesor Haroldo Quinteros Bugueño.- Un viejo ex – soldado alemán de la Segunda Guerra Mundial que conocí en Europa me contó que terminada la... Victoria

Profesor Haroldo Quinteros Bugueño.-

Un viejo ex – soldado alemán de la Segunda Guerra Mundial que conocí en Europa me contó que terminada la guerra y luego de pasar años en un campo de prisioneros ruso, volvió a su pueblo natal. Recuerdo muy bien que me contó que no pudo contener las lágrimas al encontrarse con un sitio que había sido arrasado por un bombardeo. Por lo menos, para consuelo suyo ese alemán entendía muy bien porqué el lugar de su nacimiento había desaparecido, y, además, sabía que sería reconstruido, como efectivamente sucedió unos años después. Efectivamente, como sucedió en toda Alemania, en no más de dos décadas el país estaba completamente reconstruido, y lo más sorprendente, con la mayor fidelidad a sus antiguas arquitecturas. El caso de la oficina salitrera Victoria es diferente.

Hace 46 años, exactamente el 31 de octubre de 1979, Victoria, que no había sido víctima de ninguna guerra, dejó de existir. Más tarde fue desmantelada hasta el último clavo. Por supuesto, no fue ni será reconstruida. Los posesores del dinero, con la anuencia de la dictadura de Pinochet, como los buitres de la pampa -los jotes y gallinazos- lo hacían con las mulas y asnos muertos, la devoraron por completo. Se llevaron todo lo que podía comercializarse, sus laboratorios, máquinas, finas maderas, cables eléctricos, etc., etc. La muerte de Victoria es un suceso que con mucho dolor recuerdan cada cierto tiempo cientos de victorianos en el mismo lugar en que se alzaba ese pueblo salitrero. Así es porque es inevitable no conmoverse ante las ruinas del lugar en que se ha nacido, crecido, amado, fundado familias, y enterrado a sus muertos.

En lo personal, el recuerdo de la desaparición de Victoria también me toca. Nací en otra oficina salitrera, Iris. En 1984 fui a ella cuando estaba siendo desmantelada. Fui testigo, in situ, de cómo una partida de obreros arrasaban sus viviendas. Alcancé a salvar algunos letreros de sus callejuelas, como aquella con el nombre “Chile,” donde se ubicaba la casa en que nací; “España,” en la que mi abuela materna Agustina Bugueño tenía una pensión para obreros, y “Jaurès,” letrero que exhibo en mi casa como recuerdo de lo que fue Iris en el pasado, así como mi homenaje al gran pacifista socialista francés asesinado en 1914 por oponerse a la Primera Guerra Mundial. Tuve tiempo hasta de ver cómo los esqueletos de madera y las calaminas que formaban las “hileras de casuchas” – a decir de Violeta – pegadas una tras otra, caían al son de los golpes de barretas, picotas y machos. De Iris algo quedó, porque una empresa española explotaba el yodo atrapado en los ripios de caliche que la circunvalaban.

Como sabemos, la crisis del salitre comenzó, aunque no de manera catastrófica, en los tiempos de la Primera Guerra Mundial, conflicto que se inició en 1914 cuando Alemania se vio obligada a producir salitre sintético, puesto que Chile se puso de lado de Inglaterra y Francia. La recesión mundial del capitalismo de los años 1929 hasta 1931 tuvo un brutal impacto sobre los países menos desarrollados del mundo, como el nuestro. Fue entonces cuando comenzó el colapso salitrero.

Por entonces, la crisis significó el cierre de muchas oficinas, puesto que el salitre ya no se vendía en los volúmenes del pasado. Todo aquello ocurría en un clima de miseria, hambre, pestes, muerte y represión militar contra los pampinos. Las cosas, por fortuna, cambiarían años más tarde. Victoria se alzó como la reconstrucción de las oficinas Franka y Brac, que habían paralizado como secuela del desastre económico que significó para Chile la crisis global capitalista.

¿Por qué tan bello nombre “Victoria”? Precisamente, porque la aparición de la novel salitrera era una victoria en muchos sentidos. Para empezar, su construcción, iniciada en 1941, terminó en 1944, a sólo meses de la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial. También era una victoria, por el mejoramiento de las condiciones en el trabajo para los obreros, y el perfeccionamiento del sistema Gugenheim, con la exitosa puesta en marcha de las instalaciones “Krystal,” que permitieron más mecanización de los trabajos y mayor calidad en el producto, el salitre cristalizado que aún en tiempos de descenso en sus ventas, era seriamente competitivo en los mercados internacionales de fertilizantes y productos químicos.

Victoria, además, porque el fin de la conflagración permitió la reapertura de los antiguos mercados de Alemania, Italia y Japón, el derrotado Eje fascista en la guerra al cual Chile también declaró la guerra. En fin, la paz había llegado y el mundo había resuelto restañar sus heridas. Finalmente, Victoria, por el advenimiento en Chile del gobierno que la creó en 1941. Era el gobierno del Frente Popular, la primera administración de carácter popular del país, la que presidió Pedro Aguirre Cerda, el mandatario creador de la CORFO y que solo a unos meses antes de su repentina muerte ordenó su creación.

En 1979, la salitrera Victoria fue cerrada después de 34 años de incesante actividad. Fue rematada sumariamente, como trasto viejo en los tiempos de la dictadura de Pinochet. Su fin fue marcado por la total ausencia de un examen riguroso en materia de conveniencia económica para el país. No hubo ningún estudio medianamente serio del estado en que se encontraban los mercados internacionales en materia de fertilizantes y minería no-metálica.

Obviamente, fue una resolución de los economistas neoliberales de la dictadura, los inefables Chicago boys, discípulos de la escuela fundada por el economista yanqui Milton Friedman, cuya impronta básica no es otra cosa que el pragmatismo ultrance en materia de ganancias; esto es, la consecución del lucro fácil e inmediato, sin ver más allá de las narices en cuanto la evolución internacional de la comercialización de nuestras riquezas. No previeron que por los ochenta empezarían a soplar vientos favorables para el salitre y sus sub-productos, como el yodo, sobre cuyas reservas somos los primeros en el mundo, gracias a nuestro salitre. Al respecto, en 1990, nuestro coterráneo e historiador Mario Zolezzi corroboraba nuestro aserto.

Escribía Zolezzi:

Existe en la zona el pleno convencimiento que lo más acertado hubiera sido no haber desarmado Victoria, sino haberla mantenido cerrada hasta tempos más propicios, como los actuales, para ponerla nuevamente en actividad, una vez modernizada y ampliadas sus instalaciones productivas, mejorando la explotación de los subproductos del salitre (…) El arrasamiento de Victoria quedará registrado en la historia como un odioso dictamen economicista.

Desde los años ochenta, los chinos clamaban por el maravilloso fertilizante que es el salitre, y como los alemanes de 1914, han debido inventar sucedáneos. En cuanto al yodo, éste sigue siendo requerido en los mercados internacionales, mientras sigue tirado en los ripios de Victoria y demás salitreras muertas. Menos aun, los “Chicago boys” tomaron en cuenta la importancia de Victoria en la explotación turística en el rubro que la UNESCO ha denominado “Turismo del trabajo,” una industria que desde los años 90 ha cobrado un creciente desarrollo en el mundo

Esto lo demuestra el sitio turístico que es hoy la ex – salitrera Humberstone con su aledaña Santa Laura, ambas de menor volumen, modernidad industrial y calidad urbana que la que poseía Victoria. Por cierto, Victoria pudo ser un foco mucho mayor de atracción turística.

Sólo una vez asistí a un acto de recordación por el cierre de Victoria. Fue por fines de los años 80. Qué triste que en esa ocasión ninguno de los oradores dijo una palabra sobre el carácter político que tuvo su desmantelamiento y desaparición. Sancta simplicitas! En Chile, aún campeaba, y en su apogeo, la opresión dictatorial.

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