El drama palestino: sionismo y negocios.
Opinión y Comentarios 29 octubre, 2025 Edición Cero 0
Profesor Haroldo Quinteros Bugueño.-
Como siempre ha sucedido, cualquiera paz que promocione el imperialismo estadounidense es falsa. La comedia de Trump y su “paz” en el conflicto palestino-israelí una vez más ha quedado al descubierto, puesto que Israel no cesa de bombardear Gaza con sofisticadas armas que le llegan regularmente desde Estados Unidos (EE UU), además de impedir el cabal suministro de alimentos a ese pueblo, hambreándolo hasta la muerte.
El mayor objetivo de Israel, como es bien sabido, es constituirse en el único dueño y regente de la región conocida históricamente como Palestina. El sionismo israelí, la corriente religiosa que proclama al mundo que los judíos son el pueblo elegido como suyo por el único dios que existe, sostiene que Palestina y regiones aledañas es el “imperio de David,” los territorios ocupados por los israelitas hace 28 siglos bajo el reinado del rey David.
Si bien tal asunción responde a una nación de Estado confesional, como es Israel, en lógica política solo se corresponde con el modelo de una nación ultra-nacionalista y expansionista como, por ejemplo, lo fue la Alemania nazi. Económicamente, como veremos, las cosas exceden al sionismo y al expansionismo israelí. Ellas terminan en Washington. La crisis de hoy es, entonces, tan antigua como explicable. Los palestinos, que han vivido allí por siglos, dando origen a un Estado, una cultura y un modus vivendi propio, no solo se niegan a ser colonizados, sino a ser expulsados de tierras que siempre fueron suyas. Repasamos la historia:
Desde fines del siglo XIX, judíos errantes de Europa comenzaron a llegar a Palestina. La mayoría se estableció allí en 1948, luego que Inglaterra les cedió aquel territorio, del cual era posesora. Por acuerdo unánime de las Naciones Unidas, lo entregó en 1948 a los judíos de rango familiar y/o religioso, la etnia que había sido víctima de los nazis alemanes en la Segunda Guerra Mundial. No obstante, ello fue con el compromiso de los judíos de compartir pacíficamente esas tierras con sus antiguos habitantes, los palestinos.
Para probar la validez de su promesa, abandonaron el antiguo gentilicio bíblico “israelita” y adoptaron el de “israelí,” acordaron con los palestinos -muchos de religión cristiana- que Jerusalén sería una ciudad abierta al mundo cuya impronta religiosa era judía, musulmana y cristiana. Sin embargo, una vez llegados a Palestina, faltaron a aquel compromiso y optaron por el ejercicio de una política interna excluyente. A través del tiempo, de manera unilateral y sin consulta a las Naciones Unidos ni a Inglaterra, fundaron un Estado propio judío -es decir, de carácter confesional- y llamaron “Israel” a toda la región.
El sexto primer ministro israelí Menachen Begin llegó a declarar oficialmente al mundo que “no existe tal cosa (Palestina).” A la vez el novel Estado negó la ciudadanía israelí a los palestinos que podrían impetrarla sin aceptar como propia la religión judía. El hecho es que, sin cesar, desde el mismo año 1948, los israelíes comenzaron a arrinconar sistemáticamente a los palestinos hacia el sur. Lo que llamaron “guerra de independencia,” inmediatamente luego de ocupar Palestina, fue anular la débil resistencia armada que opusieron los palestinos a su acción militar, cuyo fin fue siempre someterlos y empujarlos hacia las fronteras de la región, con el obvio fin de que las cruzaran y entraran a los países limítrofes, El Líbano, Siria, Jordania y Egipto. La sorpresiva y triunfante guerra de conquista que Israel llevó a cabo en 1967 contra todas sus naciones fronterizas confirmó de manera fehaciente que el objetivo israelí no solamente constituirse en el único dueño y regente no solo de la región conocida históricamente como Palestina, sino hacerse de la posesión de lo que el sionismo sigue llamando “imperio de David.”
La historia es más larga. El antiguo Estado israelita había desaparecido cuando el poderoso imperio romano ocupó Palestina hace 18 siglos expulsando de allí a los judíos. Desde el siglo XV, Palestina era posesión del imperio otomano turco, luego que el rey Mohamed II acabara con lo que quedaba de la antigua Roma, el “imperio romano de Oriente”. Cuatro siglo después, la derrota de Turquía en la Primera Guerra Mundial selló el fin de su dominio en la región, y tal rol lo asumió oficialmente la vencedora Inglaterra en 1920.
Veamos ahora el presente:
Desde que llegaron a Palestina, los israelíes no habrían podido nunca siquiera iniciar sus acciones contra los palestinos sin el apoyo diplomático y militar de EE UU. El gran aliado de Estados Unidos en el Medio Oriente es Israel, lo que le permite proyectar su poder imperial hacia Asia occidental. Por lo tanto, si bien la razón de los sionistas judíos puede ser religiosa, el apoyo que tienen de EE UU no es religioso ni espiritual en ningún sentido, sino, a secas, militar y económico. Por cierto, la hegemonía israelí en Palestina condice con el plan estadounidense de consolidar y ampliar la influencia norteamericana en una vasta y rica región del Medio Oriente.
No puede dejar de tomarse en cuenta el hecho que en 1948 estaba en pleno vigor la Guerra Fría, que confrontó a Estados Unidos y sus aliados de la OTAN contra la ex-Unión Soviética. Empero, desde entonces hasta hoy hubo más que razones militares, porque la Guerra Fría ya no existe. Todo el Medio Oriente, incluida Palestina, es rico en petróleo y gas natural. Dicho con claridad, la ocupación de Gaza por los israelíes conviene a EE UU como asimismo a los mayores países de la OTAN. A 30 kilómetros de la costa de Gaza, a unos 600 metros bajo el nivel del mar, hay un inmenso yacimiento de gas natural con un depósito de 30 mil millones de metros cúbicos. Además, según un mapa elaborado por el Servicio Geológico de EE UU, en Gaza y Cisjordania hay abundante petróleo.
En 1999, el Estado palestino, reconocido así por la ONU, reclamó su derecho a la explotación de esta riqueza, pero Inglaterra ya había firmado un acuerdo con el gobierno de Israel que otorgaba a los palestinos, sin que se les consultara, solo la cuarta parte de ella, lo que, obviamente, implicaba la posesión israelí de ese territorio. De ahí que, en 2007, el ministro de Defensa israelí, Moshe Yaalon, exclamaba: «el gas no puede ser extraído sin una operación militar que erradique el control de Hamas en Gaza.”
A esto, hay que agregar la cínica propuesta de Trump de hacer de Gaza un inmenso complejo turístico y “ubicar” ´paulatinamente a los palestinos que aún quedan en Gaza y Cisjordania (poco más de dos millones) en países fronterizos. Como es propio de un pueblo que valora su dignidad, los palestinos no aceptaron tal humillación.
Hamas, tildado en Occidente como un reducido grupo de terroristas, es un partido político armado que gobierna Palestina luego de ser democráticamente elegido por su pueblo en comicios libres e informados, con prensa y observadores extranjeros. La amenaza de Moshe Yaalon iba en serio. En 2008, Israel lanzó su operación “Plomo Fundido» por la conquista de Gaza y de su petróleo, incursión militar que si bien fracasó militarmente dejó decenas de civiles palestinos muertos.
En enero de 2014, el presidente palestino Abbas se reunió con su homólogo ruso Putin, para discutir un acuerdo de carácter puramente económico. La empresa rusa GAZPROM iniciaría la exploración y explotación del gas de Gaza y del yacimiento de petróleo ubicado cerca de la ciudad palestina de Ramallah, en Cisjordania, para que otra empresa rusa, TECHNO PROMEXPORT, construyera allí una planta termoeléctrica de 200 MW.
Ésta, y no otra, es la razón clave por la que Israel, con apoyo estadounidense, se lanzo frenéticamente a la conquista de Gaza y Cisjordania. Como necesitaba un pretexto, curiosamente, sólo unos días después del anuncio del acuerdo ruso-palestino, tres jóvenes israelíes fueron secuestrados y asesinados, crimen cuya autoría negó rotundamente Hamas y el gobierno palestino. Ahora exhiben un pretexto mayor, el ataque de Hamas a Israel del 7 de octubre de 2023 con el secuestro de más de 200 civiles, un acto totalmente condenable y calificable de terrorista.
Sin embargo, como así lo entiende toda la Humanidad, la respuesta de Israel ha sido desproporcionada hasta el punto del genocidio. Además, los palestinos, que se han estado defendiendo por décadas contra las agresiones israelíes, han cometido actos que, efectivamente, pueden calificarse de terroristas, pero su volumen es ostensiblemente menor que las agresiones del Estado israelí desde hace casi ocho décadas, que han costado la vida a cientos de miles de civiles palestinos.
En verdad, esta guerra es mucho más que la recuperación de Israel de antiguos territorios bíblicos, los que ocuparon desde aproximadamente el siglo XII a. C hasta el siglo II d. C. Para las empresas petroleras Texaco, Esso, Shell, Gulf, etc., además de las cadenas hoteleras Marriott International, Hilton Worldwide, IHG Hotels & Resorts, etc., todas funcionando con capitales estadounidenses y que dominan el mercado global hotelero y turístico, la importancia de la posesión de Israel de los territorios palestinos no tiene nada de bíblica ni sagrada, sino, simplemente, son un fabuloso nicho de negocios, demasiado apetecible como para dejarlo pasar sin inmutarse.
Hoy, Israel está aislado moral y políticamente. Sudáfrica pidió hace un año la intervención de la justicia internacional contra su gobierno. Muchos países han suscrito una querella contra Netanyahu y su gobierno, exigiendo que la Corte Internacional de Justicia no solo lo inste a detener el genocidio que él lidera contra los palestinos, sino arrestarlo y someterlo a juicio.
La lucha mundial por dar fin al holocausto palestino, como el que sufrieran los judíos por los nazis, continúa. Millones de personas de todos los países, incluido EE UU, realizan a diario marchas y actos contra el gobierno de Israel, mientras la tragedia palestina sigue. A todo esto, con un desparpajo que aterra, Netanyahu acaba de declarar que Israel seguirá sus acciones militares sobre Gaza “todo el tiempo que sea necesario”. Cabe preguntarse qué hará Trump ahora que su socio político ha puesto en ridículo su pretendida “paz”.

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