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Ricardo Balladares Castilla.-  El rotundo rechazo al último intento de cambio constitucional no hace más que confirmar la profunda crisis de legitimidad en la... Siempre para adelante, porque para atrás no rinde.

Ricardo Balladares Castilla.- 

El rotundo rechazo al último intento de cambio constitucional no hace más que confirmar la profunda crisis de legitimidad en la que están sumidos los políticos y la democracia chilena. Ciertamente, el resultado nuevamente refleja el hartazgo ciudadano hacia una dirigencia política que ha sido incapaz de interpretar y canalizar las demandas por una sociedad más justa en términos sociales, económicos y culturales. Solo un 6% declara tener «mucha o bastante confianza» en los partidos políticos y un 90% dice tener «poca o ninguna confianza». Mientras que, respecto al Congreso, un 8% señala tener «mucha o bastante confianza» y 88% afirma tener «poca o ninguna confianza» en esta institución. Reflejando, así, una crisis de representatividad y legitimidad del sistema político en su conjunto que no es posible seguir soslayando.

Sin embargo, sería un error adjudicar este fracaso a la mera ineptitud de los políticos y políticas. El problema de fondo radica en las contradicciones estructurales del modelo neoliberal imperante, que sólo beneficia a una minoría privilegiada ligada al gran Capital y al peso que esta posee en la composición y distribución del PIB. Siendo, en ambas variables, el Trabajo y los trabajadores los grandes perjudicados.

Asimismo, la agujereada subjetividad popular, que sabiendo lo que necesita, pero sin mayor conciencia de sí misma y de su tremendo poder, se deja estar y continúa entregando la solución de sus problemas, paradójicamente, en quienes no confían. Esta pasividad le permite a la burguesía y a la oligarquía política entramparse en disputas de pasillo, escándalos económicos, conflictos judiciales y polémicas parafernalias sin ninguna contraparte de clase.

Los resultados y la derrota momentánea de la ultraderecha, ofrecen una oportunidad de rearticulación y reimpulso a la izquierda popular para comenzar a labrar, en la base social, pilares solidos para la comprensión política del periodo y el protagonismo popular como factor estratégico y no solamente electoralista. Es el momento de acabar con la resaca, las vacilaciones y las ilusiones reformistas. Se requiere reiniciar el trabajo hacia una ruptura radical con el orden establecido, que ponga fin de una vez por todas a la dictadura del Capital sobre el Trabajo.

Reeditar y reimpulsar con mayor fuerza el germen de democracia directa y horizontalidad que emergió durante la revuelta de octubre de 2019. Superar y criticar abierta, pero también orgánicamente, la representación política tradicional, donde el poder reside, aparentemente, en políticos y dirigencias separados del pueblo.

Reavivar la participación y el protagonismo directo de la gente permitiría, en un primer momento, generar un contrapoder que aspire a controlar y transformar las instituciones desde sus bases mediante la democracia directa. Es el momento de robustecer nuevos paradigmas políticos en que la inteligencia colectiva, permita incorporar diferentes puntos de vista y genere un conocimiento/acción distribuida en los sectores con mayor potencialidad de transformación en la sociedad. Componente clave para la evolución social y política.

Sólo destituyendo a la actual oligarquía y estableciendo una asamblea popular y soberana será posible sentar las bases de una democracia genuina, donde el pueblo trabajador tenga un protagonismo prevaleciente en el ámbito político y económico. Esto sólo será viable mediante una Asamblea Constituyente, sin amarras con la institucionalidad heredada de la dictadura.

Paralelamente, es crucial dar la batalla cultural contra la ofensiva reaccionaria de la extrema derecha, que aprovechará el descontento ciudadano para sembrar su agenda conservadora, negacionista, patronal y patriarcal.

Frente a los embates del neofascismo enmascarado de ultraliberal y del liberalismo económico disfrazado de socialdemócrata, la izquierda debe defender con firmeza sus bases ideológicas y sus avances en derechos humanos, feminismo, diversidad sexual y protección del medioambiente. No podemos permitir que se retroceda en las conquistas alcanzadas tras décadas de luchas. Al mismo tiempo, es hora de iniciar una ofensiva política y popular por la mejora de las condiciones de vida en relación a la seguridad, las pensiones, el trabajo, la vivienda y la salud.

En síntesis, el camino a una Nueva Constitución para Chile pasa por asumir convicción revolucionaria y consolidar una vocación democrática popular en los movimientos sociales y los partidos políticos honestamente de izquierda. Sólo derrocando el régimen neoliberal y enfrentando políticamente a la derecha reaccionaria podremos alumbrar una sociedad verdaderamente democrática, que empodere al pueblo trabajador y ponga fin a la dominación capitalista.

Si hace 20 años, con menos del 10%, levantábamos las banderas de una nueva constitución, hoy con mayor razón podemos volver a torcer el rumbo. No hay espacio ni tiempo para medias tintas o soluciones de compromiso con el régimen neoliberal establecido. La disyuntiva es revolución democrática o nada. ¿Los tiempos? Para toda contingencia hay un tiempo y para todo designio popular una hora.

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