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Serie: Relatos, reflexiones y otros aportes para rescatar la Memoria, a 50 años del golpe de Estado en Chile. Alejandro Álvarez, Periodista.-  Al igual... El viento traía mensajes y voces de cuerpos perdidos

Serie: Relatos, reflexiones y otros aportes para rescatar la Memoria, a 50 años del golpe de Estado en Chile.

Alejandro Álvarez, Periodista.-  Al igual que en gran parte de las ciudades del norte, la geografía en Antofagasta está marcada por la Cordillera de la Costa; macizo compuesto de arena, costrones y rocas que emergen desde lo profundo y que parecieran cambiar de forma y lugar, cuando las nubes en lo alto interrumpen su descanso.

El poco espacio que cede al farellón costero obligó a que los más humildes, tuvieran que salir a conquistar esa cordillera y su fluctuante viento que no conoce estación, ni hora.

A 1.300 metros sobre el nivel de la costa y con una inclinación del 12% hacia el mar, se erige la Población Corvallis; mi patria.

Este revolucionario proyecto social construido en la década del 60, como todo revolucionario proyecto en Chile quedó inconcluso, dejando a su paso sitios eriazos, que nosotros; los enjutos niños ochenteros de la cuadra, explorábamos como si fuéramos ayudantes de arqueólogos en África Central.

La Corvallis delimita al sur por la vía que conecta a la ciudad con su paisaje más desértico; detrás están las quebradas, la pampa y sus salares. El viento era un vecino más, hablaba, se colaba en tu casa, traía y llevaba basura y volantes prohibidos, que nuestras familias llamaban panfletos.

Recuerdo que la palabra me generaba risa y gracia; la nombraban y se me venía a la mente un payaso, muy contraria a la sensación que tenía entre nuestros padres; no podías portarlos, ni menos llevarlos a tu casa. Desafiar este imperativo resultaba una amenaza a tu propia integridad.

A esa edad era poco lo que entendíamos sobre política, pero los mensajes de libertad, justicia, dictadura, presos y detenidos desaparecidos escritos en papel imprenta, nos cautivaba, como nos cautivó la droga ya adentrado en los 90.

Las estrechas quebradas kilómetros más arriba, permitían que el denso aire que bajaba desde los cerros llegara como un viento que mi abuela Amira llamaba «huracanao» y que entrada la noche cobraba vida, hablándonos.

El 2007, los restos de dos argentinos fueron hallados en una fosa. Los asesinaron el ´73 en el Salar del Carmen, casi al llegar a Antofagasta, a escasos kilómetros de nuestra población. La prensa de la época informó escuetamente que «intentaron escapar de sus captores».

No hubo árboles, testigos, ni pájaros mimetizados en medio de la noche que los oyeran, solo tenían como aliado al viento que se colaba entre las quebradas.

En el día los cuerpos y el viento impulsaban hacia nosotros mensajes panfletarios de socorro; pedían justicia y libertad. En la noche, aprovechando el peso que tenía la noche en los 80, descendían desde las más altas quebradas, asimilándose con el aire para deambular sus restos perdidos entre las calles y requerir de nuestra ayuda; no los pudimos ayudar, porque nuestros cuerpos de niños también estaban perdidos.

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