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Serie: Relatos, reflexiones y otros aportes para rescatar la Memoria, a 50 años del golpe de Estado en Chile Iván Vera-Pinto Soto, Cientista social, pedagogo... 1973: teatro iquiqueño y ruptura de la democracia

Serie: Relatos, reflexiones y otros aportes para rescatar la Memoria, a 50 años del golpe de Estado en Chile

Iván Vera-Pinto Soto, Cientista social, pedagogo y teatrista.- 

Al evocar el año 1973 viene a mi memoria contradictorios sentimientos: por una parte, siento el aroma de la efervescencia juvenil expresada en mi militancia teatral, y por otra, imágenes de los aciagos acontecimientos que ocurrieron en nuestro país a consecuencia del quiebre de la democracia y la imposición de la dictadura cívica-militar.

Por aquel entonces, yo participaba activamente en tres agrupaciones teatrales iquiqueñas: Teatro de la Central Única de Trabajadores, dirigida por Jesús Núñez; la Agrupación Teatral Iquique, fundada por los maestros Jaime Torres y Cecilia Millar; y el grupo Osiris, conformado por estudiantes liceanos. En esa época jóvenes y adultos caminamos unidos por lazos fraternos por la senda del arte popular y el trabajo social, por supuesto, imbuidos por las nuevas tendencias del teatro latinoamericano, y por el espíritu de democratización cultural que proclamaba el gobierno del presidente Salvador Allende, proceso que pretendió constituirse en el proyecto ilustrado más ambicioso de la historia nacional.

Las reformas al régimen capitalista dieron origen a nuevas tendencias socioculturales que asumieron los imaginarios de las clases desposeídas y postergadas del país. Como resultado, los contenidos de las obras artísticas se asociaron con aquellas perspectivas, demandas y sueños de los sectores más pobres, sin prescindir de los propios de la clase media. Por cierto, la creación artística también expresó la necesidad de repensar la identidad chilena para así rescatarla y ponerla en valor frente a la influencia alienadora que ejercía sobre ella el modelo social imperante. Así, los artistas simpatizantes y militantes del gobierno se presentaron como un movimiento “ilustrador”, continuando la senda ya adoptada en los sesenta, cuyo objetivo era la participación crítica del público ante su obra.

Por esos tiempos se habló de un “arte del compromiso” que respondía al mundo ideológico de los sesenta en Latinoamérica. En ese escenario, se le exigía al artista poner su creatividad al servicio del pueblo y la revolución. Así, el trabajador artístico no sólo debía lidiar contra las formas de alienación burguesas del arte y la mercantilización de las obras, si no también ayudar al proceso de transformación social representando al pueblo, como sujeto privilegiado de la revolución.

Fue así que, la misión del “artista comprometido” exigía acercar el arte al pueblo, extender los circuitos de recepción de los artefactos hacia un público masivo para que penetren en el “corpus social”, como única forma de democratizar así el consumo de los bienes culturales. Es el momento de cuestionamiento y modificación del paradigma teatral, cuando la politización se extrapola a la vida cotidiana y los grupos teatrales procuraban “concientizar” al público, transformando la percepción del espectador.

Bajo esa realidad, las pocas compañías teatrales que existían en Iquique se alinearon en un movimiento espontáneo de apoyo y respaldo al programa gubernamental, con variados matices de estilo y propuestas estéticas. De las principales experiencias escénicas ocurridas en ese corto e intenso lapso de tiempo, podemos reconocer: Teatro Poblacional, Teatro de la Central Única de Trabajadores, Teatro Político del Frente Estudiantil Revolucionario (FER), Agrupación Teatral Iquique y el Teatro Estudiantil.

Revisemos a continuación de manera breve algunas de estas iniciativas. La primera de ellas fue el Teatro Poblacional de la Universidad del Norte Este formato teatral originado entre 1970-1973, como praxis cultural colectiva de los propios pobladores, se convierte en una forma discursiva que rescata la experiencia histórica de ellos mismos, para que se identificaran como agentes de cambio esenciales en el programa cultural que propone el gobierno. Es un discurso popular que va adquiriendo forma en la medida en que los espacios culturales generados por la nueva institucionalidad se van instalando y ampliando en la urbe y en las zonas aledañas.

El líder de esta iniciativa universitaria fue nuestro amigo Jorge Reyes, quien hizo gran parte de su trabajo como gestor cultural en la antigua población John Kennedy (Jorge Inostroza), organizando talleres de artes plásticas, teatro y periodismo. Tal como no confidencia el artífice, “el Grupo de Teatro llevó el nombre del sector vecinal, proyectándose a otros sectores de la ciudad, algunos vistos con aprehensión, luego superada por el “sentido profesional” que todos aplicaban en cada presentación”.

La segunda práctica es la plasmada por el Teatro de la CUT. El pionero de este elenco fue Nesko Teodorovic, precisamente a finales de la década de los setenta. Era una agrupación juvenil, la cual bajo el alero de la CUT emprende con fervor y entusiasmo presentaciones en las poblaciones, sindicatos y en la sala de la Sociedad Veteranos del 79. Cabe recordar que Nesko Teodorovic y su esposa Elizabeth Cabrera Balarriz, fueron asesinados el 15 de septiembre de 1973, cuando al matrimonio en calidad de detenidos eran trasladados hacia la base Aérea de Cerro Moreno por una patrulla militar al mando del teniente Álvarez, oficial del Regimiento de Infantería Esmeralda de Antofagasta.

En 1971 Jesús Núñez retoma las labores escénicas con un énfasis en la formación y proyección teatral destinada a los sectores obreros y poblacionales. Codo a codo con él trabajan Mario Vergara, Ana Marambio, los hermanos Silva, Sergio Ayca y el suscrito. El trabajo se centra en una exploración de nuevas tendencias teatrales que se imponen en el mundo del teatro universal, básicamente se adopta la escuela del maestro polaco Jerzy Grotowski y la filosofía de Jean Paul Sartre.

Bajo la misma dinámica del trabajo autogestionado se representan piezas de carácter social: “El hombre que se convirtió en perro”, de Osvaldo Dragún; “Cara de indio”, “La cantata de la Escuela Santa María” y obras de mimo. Durante los meses de verano se llevaba las obras teatrales a los trabajadores del mineral de Chuquicamata que descansaban con sus familias en un albergue que estaba ubicado cerca de la playa de Huayquique. Un verdadero logro de este colectivo fue la realización de la primera dramatización que se hizo en Chile de la Cantata de la Escuela Santa María de Luis Advis, en la ex Casa del Deportista de nuestra ciudad.

La tercera línea teatral fue la Agrupación Teatral Iquique (1970), bajo la dirección de Cecilia Millar y el profesor Jaime Torres, ambos con un amplio conocimiento y una experiencia fructífera en el teatro popular regional. De esa etapa, recuerdo a los actores Jesús Núñez, Sergio Ayca, Ivonne Ramírez, Jorge Pantoja, entre tantos otros. En esa coyuntura se montaron: “Santa María”, de Elizaldo Rojas; “No sólo de pan muere el hombre”, de Jorge Díaz; “A mí me lo contaron” de Carlos Cariola y Américo Vargas y varias comedias sociales que se presentaron en el Sindicato de Ferroviarios, Sindicato de Tripulantes Pesqueros, Teatro Municipal, La Liga de Estudiantes, en diferentes barrios de la ciudad, como asimismo en las localidades de Pica, Victoria y María Elena. Sin embargo, el trabajo no se limitó a montar piezas escénicas, acaso también se realizaron tertulias, discusiones y análisis de la realidad política del país. De esta forma, el teatro se transformó en una instancia de estudio y debate, con lo cual se generó un núcleo de reflexión y crítica que ayudaba a hacer un teatro con mayor profundidad y con objetivos claros.

El desarrollo de este proyecto teatral, al igual que los otros mencionados, quedó frustrado con el golpe militar. Penosamente, la familia Torres-Millar sufrió en carne propia la persecución y la muerte de un hermano, William Millar.

Si bien es cierto, ninguno de los artistas citados militó en un partido político, aun así, todos y todas teníamos la sensibilidad social y la intención de contribuir a la idea de que los hombres y mujeres son entes culturales que se deben formar de manera autónoma y libre, motivamos por sus intereses particulares que atesoran en sus corazones, mediante el vínculo directo con los sectores populares. La verdad es que solo nos movía la pasión, las convicciones auténticas y los sueños compartidos por una Patria democrática, justa, solidaria, inclusiva; en el fondo, una nueva sociedad que beneficiara a las grandes mayorías y a los desposeídos.

Es un hecho que, el quiebre democrático y la instauración del régimen dictatorial no debemos considerarlo únicamente como un hito político, sino también social y cultural que terminó condicionando la existencia de todos los ciudadanos y ciudadanas de nuestro país. En conceptos generales, la dictadura chilena, así como otras dictaduras, ocasionó un retroceso de todas las prácticas artísticas, las que estuvieron sumidas literalmente en un clima de control, vigilancia, censura y represión, dejándose notar en la poca oferta teatral y en el declive del público a asistir a los espectáculos teatrales y artísticos, en general.

Pronto, como secuela de este estado magro, decidí emigrar a otras tierras extranjeras, dejando de compartir con estos inestimables amigos y pilares del teatro iquiqueño. A pesar de eso, en 1979, el destino me permitió volver a encontrarme con algunos de ellos; justamente cuando al regresar a mi terruño reinicio mis actividades escénicas con el Teatro Universitario Expresión. Así la historia continúa y el alma idealista se revitaliza con nuevos proyectos de vida y arte.

 

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