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Iván Valdés, Periodista. Máster en Relaciones Internacionales y en Estudios Latinoamericanos.- “Lo que sucede en Ucrania es una guerra de agresión imperialista inaceptable”, fue... Presidente Boric frente a guerra Ruso-Ucrania:   Cuando el conflicto no cabe en la escala de “buenos y malos”

Iván Valdés, Periodista. Máster en Relaciones Internacionales y en Estudios Latinoamericanos.-

“Lo que sucede en Ucrania es una guerra de agresión imperialista inaceptable”, fue la tajante sentencia del presidente Boric, en la reciente cumbre entre la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) y la Unión Europea (UE). Un planteamiento que sacó aplausos entre los principales países del Viejo Continente, y suspicacias entre buena parte de los países del “Sur Global”, con ejemplos tan elocuentes como el trato -poco diplomático- del presidente de Brasil, quien incluso sacó la “juventud” de nuestro mandatario, para explicar lo que en considera impericia.

Y aquí entramos en esa “zona gris” donde suelen moverse los problemas del poder: al final del día, ambos tienen una parte de razón, aunque sólo una parte. Quizás la clave es asumir el fenómeno desde toda su complejidad y elaborar una propuesta autónoma de las partes en conflicto -con la OTAN por cierto como beligerante- en donde todos asuman su propio “gambito”, haciendo un sacrificio, para terminar, ganando una paz duradera.

El presidente Boric no miente cuando dice que la guerra en Ucrania se desata por una agresión Rusa, que vulnera el Derecho Internacional. Y sin pretender leer la psique en el Kremlin, parece bastante claro una vocación neoimperialista en ese acto. Asimismo, el presidente de Brasil, no sabría decir si se equivoca, pero lo cierto es que no vio, o no quiso ver, el sentido político-práctico de la aseveración de nuestro Presidente y es que más allá de las convicciones que pueda tener, lo cierto es que esa sentencia fue expresión de una estrategia para instalarse frente a Europa, como expresión de una nueva izquierda en el continente, una que escapa a los resabios del posicionamiento bipolar de la Guerra Fría, y no tiene problemas en situarse al lado de la OTAN en caso de necesidad, y por una razón muy simple; ahí están la mayoría de sus principales socios políticos, económicos y  militares.

Cumbre Celac-UE: hartos intereses, pocas convicciones

No es casual la calurosa felicitación del presidente Macrón, de Francia, a las palabras de Boric. A la inversa, Brasil, que también tiene una intrínseca vocación hegemónica en nuestro subcontinente, no le agrada que, en su propio entorno, tanto geográfico como ideológico, surjan voces contestatarias.

Y aquí la primera conclusión: más allá de las palabras, muy marcadas con la simpleza maniquea de poner las cosas en términos de “buenos y malos” -recordemos que “Lula” no condena a Rusia en nombre de “La Paz”- cada uno juega su partida de ajedrez, en coordenadas con muchos más matices de los que se está dispuesto a asumir en público. Dicho lo anterior, viene una pregunta crucial… ¿qué posición se debiera tomar frente a la actual guerra?, una pregunta para la que urge una básica contextualización histórica.

De hecho, las mismas prisas europeas por realizar una cumbre bi-regional que nunca antes le interesó hacer, da cuenta de sus intenciones reales, a saber: 1) Obtener socios contra Rusia; 2) Aumentar su presencia en América Latina, frente a la competencia estratégica que sostiene con China, país que hoy es el principal socio comercial e inversor en la región.

El propio “Lula”, en su estilo irónico, se señaló “sorprendido” por el repentino interés Europeo en nuestro continente. Como telón de fondo, aunque más como excusa de la cumbre que como posibilidad concreta, se enfatizó la necesidad de suscribir finalmente el acuerdo entre la UE y Mercosur, en unas negociaciones eternas que ya se prolongan por más de una década.

La crisis de hoy, como respuesta al desbalance del fin de la Guerra Fría

La autodesintegración de la URSS y su insólita retirada unilateral de la llamada “Europa del Este”, abrió una oportunidad única para un nuevo marco de seguridad colectiva en el Viejo Continente, que superara las lógicas bipolares de la Guerra Fría. Por lo menos, esa era la arriesgada apuesta -un tanto naif- del grupo dirigente encabezado por Gorbachov… y sin embargo, lejos de aquello, los ideólogos de La Casa Blanca de Reagan, vieron la oportunidad de consolidar lo que consideraban una victoria definitiva, teniendo como resultado esperado un marco hegemónico mundial dirigido por ellos mismos.

Tras el fin del “Pacto de Varsovia”, alianza de seguridad colectiva que nace como respuesta a la OTAN, muchos esperaban la disolución de todos los bloques militares en Europa… y sin embargo, la OTAN, no sólo se mantuvo, no sólo no cambió su objetivo fundamental de enfrentarse al “enemigo del Este”, sino que procedió a su ampliación. La expansión de la OTAN, en la perspectiva de crear un “Cerco Estratégico” a Rusia, comenzó con la absorción de la República Democrática Alemana (RDA), por parte de la República Federal Alemana (RFA), y su posterior incorporación a dicha alianza militar en 1990.

La gota que rebalsó el vaso fue la crisis ucraniana de 2013. Durante la presidencia de Víctor Yanukóvich, líder del entonces movimiento “pro-ruso”, Partido de las Regiones, con asiento electoral fundamentalmente en el este del país, es derrocado en medio de masivas protestas y acciones insurreccionales protagonizados por movimientos nacionalistas y “pro occidentales”, con una llamativa presencia de grupos neonazis. Esto, debido al rechazo del entonces presidente, de firmar un “Acuerdo de Asociación” con la Unión Europea. En su lugar, surgen nuevos liderazgos de corte nacionalista, que levantan como una de sus principales reivindicaciones… ¡el ingreso de Ucrania a la OTAN!, el cual es aceptado para tramitación por la alianza militar.

Una paz duradera sólo como expresión de un “Nuevo Trato Global”

Exigir hoy la retirada unilateral rusa a las fronteras internacionalmente reconocidas entre ambos países, puede sonar bien en Bruselas, pero carece de todo sentido de realidad. Son palabras para el aplauso, más no para la acción. Y es así como la Guerra Ruso-Ucrania no puede comprenderse sin el contexto histórico que la posibilita, más no la legitima. Y comprender es clave, no para “perdonar”, sino para encontrar el mejor instrumental y procedimiento para incidir en el fin del conflicto.

El primer gran contexto, está en el enunciado: esto no es sólo una guerra entre dos países, en una guerra entre Rusia, Ucrania y también la OTAN, que participa a través del apoyo con ingentes cantidades de armamentos, con entrenamiento, inteligencia, recursos económicos, apoyo diplomático, y no pocos militares sobre el mismo terreno, ya sea a través de la figura de los “voluntarios” o mercenarios, así como de asesores.

Un problema “metodológico” si se quiere a la hora de analizar la historia, es ver los hechos como actos episódicos, como una foto, clara y real en si misma, pero engañosa si no se ve como cuadro dentro de una película general. Dicen que el problema de la política, es la gestión virtuosa del marco de posibilidades. En ese contexto, la retirada total o parcial de Rusia a las fronteras anteriores al conflicto desatado en 2014, puede ser deseable, pero no será posible como movimiento unilateral.

Buena y amarga experiencia tienen los rusos sobre los resultados de su retirada unilateral de la llamada “Europa del Este”. Ese movimiento estratégico sólo será posible a partir de un acuerdo global, que desescale las dinámicas del conflicto, para avanzar hacia una solución política entre las partes. En síntesis, algo que sí han planteado los rusos ya desde los ´90, un nuevo marco de seguridad europea, que los incluya como socios, y no como enemigos.

El presidente Boric dio en el clavo en algo crítico en la cumbre Celac-UE, y es que la guerra tiene el potencial de afectarnos a todos, por cierto, no como divisiones aerotransportadas rusas desplegándose en nuestras ciudades… sino por el peligro latente que supone un conflicto con adversarios que poseen ingentes arsenales nucleares. Sin considerar los impactos económicos que implican en el mercado energético o el de cereales.

Pero, si el mundo quiere aportar, debe ser a partir de un Nuevo Trato de Seguridad Global, que sea equilibrado y que suponga, entre otras cosas, la disolución de la OTAN, el fin a la expansión de acuerdos de seguridad colectiva en Asia para contener a China, y restringir el uso de la fuerza, a lo establecido en el derecho internacional, con la responsabilidad de ejecutarla en el Concejo de Seguridad de Naciones Unidas.

En otras palabras, o avanzamos a una “Doble Retirada”, que asegure una paz justa y duradera bajo reglas estables y legítimas, o sólo podemos prepararnos para una guerra larga, con todas sus imprevisibles y potencialmente catastróficas consecuencias.

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