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Iván Vera-Pinto Soto, Cientista social, pedagogo y escritor.-  Desde hace 44 años tengo la dicha de conducir al Teatro Universitario Expresión, uno de los elencos... Teatro de la memoria tarapaqueña

Iván Vera-Pinto Soto, Cientista social, pedagogo y escritor.- 

Desde hace 44 años tengo la dicha de conducir al Teatro Universitario Expresión, uno de los elencos más antiguos a nivel nacional, cuyo trabajo está centralizado en una Casa de Estudios Superiores, en este caso, en la Universidad Arturo Prat. Sin duda, este hito constituye un orgullo y un desafío constante para los miembros de esta agrupación.

Durante su fructífera historia, este equipo artístico ha explorado diversos estilos, formatos, géneros y propuestas. En el último decenio, su preocupación se ha focalizado en el llamado «Teatro de la Memoria», básicamente, porque es una institución que nació en esta zona copada de acontecimientos, personajes y testimonios sociales y políticos, variables que han sido decidoras en el devenir de esta comunidad. Por esa razón, sus últimos montajes enfatizan sobre pasajes de nuestra historia y memoria colectiva, con la intención de reivindicar todos los elementos que conforman nuestra identidad tarapaqueña.

En esa línea de labor, hemos iniciado el montaje de nueva obra de mi autoría, «Latidos bajo la chusca», cuya trama se desarrolla en el norte de Chile, a mediados de los años 20 del siglo pasado, en pleno período de crisis económica y clausura de las principales compañías salitreras.

Tal como he declarado en otras oportunidades, mi quehacer tanto escritural como teatral, no está orientado a plasmar un arte de corte documental ni histórico, pues en todos mis argumentos median la ficción y la reescritura de los hechos y sujetos históricos. No obstante, todas mis creaciones aspiran a dar sentido y significancia a algunos hechos trágicos que sufrieron los trabajadores salitreros, cuya trascendencia es innegable.

Con relación a lo anterior, considero que es importante que el teatro, como depositario de la memoria, asuma el rol de cronista y «desenterrador» del pasado, con todas sus luces y sombras, con el fin de comprender el presente y también descifrar nuestra singular impronta, como habitantes de un espacio confinado entre el desierto y el mar. Por lo demás, sostengo que el Teatro Regional tiene el deber de compensar, de algún modo, la falta de interés y escamoteo que ha caracterizado al Estado y a las letras oficiales sobre aquellos contenidos y relatos que son pertinentes con nuestra realidad regional.

Bajo esa óptica, especulamos que el teatro local puede hacer visible, entre otras realidades, las heridas del pasado, las que en muchos casos aún permanecen abiertas; rescatando, resignificando y proyectando las voces de los vencidos, cuyas resonancias han quedado, intencionalmente, al margen de la «historia oficial». Dicha concepción la vemos reflejada en diferentes escenarios latinoamericanos, donde el teatro se ha convertido en un arte que rescata y revalora la memoria de los pueblos, develando historias dramáticas y tragedias sociales que han sufrido por largo tiempo los sectores marginados, las minorías culturales y los trabajadores subyugados por la maquinaria de un sistema opresor.

En esas circunstancias dolorosas y traumáticas, el teatro se ha transformado en un instrumento para «redimir» a las víctimas del pasado, con el noble propósito de impedir que esos dramas y traumas sociales vuelvan a repetirse en nuestros países. En otros términos, se aboga por un teatro que procure reinterpretar nuestra historia y memoria. Inferimos que estos ejes centrales son susceptibles de influir en las capacidades receptivas y perceptivas de los espectadores, acaso convirtiéndolos en personas reflexivas, críticas y transformadores de su propio entorno.

Deduzco que, en esta época que impera el concepto de la «globalización», proceso histórico que, entre otros aspectos, impacta en la percepción de nuestros valores identitarios y en la visión de la historia; el teatro, como un ejercicio de la voluntad actual volcada hacia el pasado, debe hacer todos los esfuerzos artísticos para impedir que el olvido suspenda u omita las impresiones de nuestra existencia, ya que dicha situación implicaría, peligrosamente, recaer en una suerte de amnesia. En ese orden, debemos comprender que tanto la memoria como el olvido corresponden a asuntos que emergen tanto en el cuerpo orgánico como en el cuerpo social, en el individuo y en la comunidad.

De acuerdo con las premisas anteriores, en «Latidos de la chusca», se pone en práctica la técnica de reescribir o contextualizar el pasado en el «aquí» y «ahora». Así, se pudo verificar que el lenguaje y la poética realista se enriquecen mediante la inclusión de procedimientos de índole teatral, los que tornan ambiguo el nivel semántico de los textos, permitiendo, en definitiva, ampliar el sentido de la metáfora. Expresado de otra manera, la idea dramática en su redacción se consignó como un relato realista hasta que, posteriormente, una propuesta de exposición más ambiciosa lo transmutó en otro estilo poliédrico.

Precisamente, Juan Mayorga en «El dramaturgo como historiador» (2015), alega que el literato jamás ha de ser fiel al documento sino a la humanidad, debe ser apegado a los hombres de todos los tiempos. Para simplificar, podríamos señalar que concordamos con la opinión que dice que en el teatro debemos cimentar una memoria que se oponga al historicismo cientificista, acaso que proponga otra mirada de la realidad, que se permita recorrer distintos motivos, hilados todos a una misma componenda.

Para cumplir con el objetivo didáctico se recurre a las canciones, la música, los bailes, el lenguaje coloquial pampino, el vestuario de época y la ambientación de un edificio teatral salitrero, epicentro de la sociabilidad pampina. Sin duda, todos estos elementos facilitan la ubicación en el tiempo, entrega información de los sucesos y dinamiza el espectáculo.

Finalmente, podemos adelantar que el reto en esta producción reside en cómo, mediante el espectáculo, podemos volver perceptible las vicisitudes traumáticas que vivieron los trabajadores, los que quedaron a la deriva cuando se clausuraron sus fuentes laborales. Sostenemos que sería muy simple representar solamente a los sujetos históricos y sus existencias como una mera imagen de un tiempo y territorio, puesto que el teatro tiene un alcance mayor: mostrar verdad. Con certeza, en este evento, lo que nos moviliza es descubrir la verdad de los obreros salitreros y sus familias, en aquellas circunstancias adversas que tuvieron que vivir.

Por ahora, no adelanto más. Espero que, cuando asistan al estreno, saquen sus propias conclusiones. Por cierto, siempre esperamos que sea muy entretenido y, en lo posible, conmueva al espectador.

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