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Profesor Haroldo Quinteros Bugueño.-  Exactamente hace 77 años, la Humanidad vivió el día más horrendo de su historia. El 6 de agosto de 1945,... Las verdaderas razones del bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki

Profesor Haroldo Quinteros Bugueño.- 

Exactamente hace 77 años, la Humanidad vivió el día más horrendo de su historia. El 6 de agosto de 1945, Estados Unidos (EE UU) lanzó el arma atómica contra la populosa ciudad japonesa Hiroshima, en que en sólo unos segundos murieron unas 100.000 personas. ¿Era realmente necesario hacerlo? Demostraremos que desde el punto de vista bélico tanto este acto como el del mismo tipo que lo siguió sobre la ciudad nipona Nagasaki sólo 72 horas después, fueron tan inútiles como evitables, como lo prueban los hechos históricos. Y ni hablar del profundo problema ético que encierra.

En verdad, no hay explicación racional ni moral posible que justifique este crimen, excepto la ambición y la inescrupulosidad política.

Cuando terminaba la II Guerra Mundial en agosto de 1945, cientos de ciudades habían sido arrasadas en Europa y Asia, y más de 70 millones de seres humanos habían perdido la vida, de los cuales sólo poco más de 2 millones habían sido soldados. La destrucción atómica de Hiroshima y Nagasaki, con la muerte inmediata, en gran parte por evaporación, de más de 200.000 personas y, por lo menos, de un millón que siguieron muriendo meses y años después del bombardeo a causa de leucemia y otros cánceres, más otro millón que quedaron mutiladas y ciegas hasta su muerte, vino solamente a hacer más brutal la tragedia que ya, hasta ese 6 de agosto, había sido aquella espantosa guerra, provocada e iniciada por el Eje fascista que integraron Alemania, Japón e Italia, seguidas en Europa por Hungría, Rumania, Bulgaria, Finlandia y Ucrania, este último, un estado que era parte de la Unión Soviética (URSS, hoy la Federación Rusa), y que, luego de ser invadido y ocupado por Alemania, se declaró aliado de los alemanes e independiente de la URSS. Vamos al asunto:

Lo primero que debe quedar en claro es que el fin único que tenía la construcción de la bomba atómica era ser lanzada por una sola vez, en un lugar no poblado sobre Alemania, mientras ésta seguía estando en manos del nazismo o, en el peor de los casos, sobre un objetivo netamente militar. El fin mayor era impedir que los nazis terminaran por exterminar por completo al pueblo judío, y, por supuesto terminar la guerra en Europa. Así lo declaró enfáticamente el jefe del equipo de científicos que la construyó,  Julius Robert Oppenheimer, físico judío, al igual que todos los miembros de aquel grupo de científicos.

En mayo de 1945, ocho divisiones ruso-soviéticas ocuparon Berlín, y con ello, Alemania se rindió ante la URSS. Por lo tanto, a partir de entonces, salvados los judíos que sobrevivieron a la matanza de los nazis, el objetivo pactado para construir y lanzar la bomba sobre Alemania se había tácitamente anulado. La bomba atómica terminó de construirse a mediados de julio de 1945, cuando la Alemania nazi-fascista, racista  y aniquiladora del pueblo judío ya no existía. Sin embargo, luego de la derrota de Alemania, un muy debilitado Japón, el aliado oriental de Alemania, seguía en guerra con EE UU.

Fue entonces cuando en reuniones secretas que sostuvo Oppenheimer y su equipo con al presidente norteamericano Harry Truman (el presidente anterior Franklin D. Roosevelt había muerto unos días antes de la derrota de Alemania), quedó meridianamente establecido que la bomba terminaría de construirse, pero sólo sería usada como un disuasivo contra Japón. Hasta se comentó que Oppenheimer había sugerido que de ser lanzada en algún punto de Japón fuera vista su explosión por el emperador japonés Hirohito, desde el balcón del palacio real.

Es decir, la bomba sería, tal como Oppenheimer lo había propuesto para el caso contra Alemania,  un formidable recurso psicológico contra el Eje Fascista. Sin embargo, a sólo días de terminada, el arma atómica fue lanzada sobre dos grandes ciudades de Japón, cuando éste ya no tenía ninguna posibilidad de ganar la guerra, con la excusa dada oficialmente por Truman que él ordenó personalmente el bombardeo atómico “para evitar la pérdida de más vidas estadounidenses en la guerra” (sólo de soldados, obviamente).

La verdad es otra:

En julio de 1945, las tres potencias del Eje, Alemania, Italia y Japón, estaban completamente derrotadas. Alemania se había rendido a la Unión Soviética en mayo; en 1943, el gobierno central de Italia abandonó el Eje e inició su colaboración con sus enemigos, aunque una pequeña parte del país siguió siendo ocupada por Alemania. En cuanto Japón, la gran potencia oriental ya tenía perdida la guerra,  luego de las rotundas victorias estadounidenses en el Pacífico (Midway, Mar de Coral y otras desde 1942 hasta el fin de la guerra).

Por cierto, sólo faltaba su rendición formal. En ese mes de julio, los nipones no tenían marina ni aviación, y las pocas fuerzas que tenían, todas de tierra, las concentraban en Manchuria, región del norte de China, ocupada por los japoneses. El gran problema no era si podía seguir en la guerra, sino si debía rendirse ante su archi-enemigo, Estados Unidos, en razón del irracional ultra- nacionalismo que caracteriza al fascismo.

Documentos oficiales japoneses de la época, dan cuenta que el gobierno de Japón prefería rendirse a los rusos, que ya habían invadido victoriosamente el país por el norte, ocupando Manchuria, como también el grupo de las islas Kuriles, en el extremo norte nipón.  Japón contemplaba dos alternativas finales: conservar esa rica región como japonesa si conseguían detener la invasión soviética en Manchuria, o, en caso de ser derrotado, rendirse a los soviéticos. Si bien el mayor esfuerzo de guerra de los aliados (Estados Unidos, la URSS y, con menor peso, Inglaterra) contra Japón lo realizó EEUU, su aliada la URSS, lo había hecho contra Alemania. Ello ameritaba un  “trato entre caballeros,» que fue firmado en Yalta, en la URSS, en febrero de 1943, cuando la derrota del Eje ya era segura.

El artículo Nº 8 del Tratado de Yalta, estipulaba que después de vencer a sus adversarios, tanto estadounidenses y soviéticos debían acudir en auxilio de su aliado. Es decir, luego que los soviéticos vencieran a los alemanes, debían acudir al Este en apoyo de EEUU contra los nipones, y así dar fin a la guerra. La URSS cumplió rigurosamente su parte en el compromiso. El plan “B” de Japón (rendirse a la URSS) salvaría, por lo menos, el honor nacional, aunque sabían que la derrota significaba la división del país, tal como había ocurrido con Alemania meses antes.

Los rusos, que ya habían aceptado la división de Alemania aunque ésta se rindió sólo ante ellos, habían demostrado con el cumplimiento de los acuerdos de Yalta una evidente lealtad política, lo que obviamente también se esperaba de los norteamericanos. En suma, rusos y norteamericanos se repartirían Japón luego de su derrota, aunque los nipones se rindieran sólo ante los últimos.

Hasta aquí, las cosas no podían ser más claras, y el destino de un Japón vencido estaba sellado, pero sólo si el Tratado de Yalta hubiese sido realmente un pacto “entre caballeros.”

Las cosas no ocurrieron como todo el mundo esperaba; por el contrario,  tuvieron un trágico epílogo. EEUU, ya en posesión del arma atómica, decidió no cumplir con su compromiso en Yalta. Su decisión fue ocupar Japón entero, la superpotencia industrial asiática, y para ello, le serviría la bomba atómica. Como era obvio, la destrucción de Hiroshima y Nagasaki obligó finalmente a los japoneses a una rendición unilateral ante EE UU. El 6 de agosto, un bombardero estadounidense lanzó sobre Hiroshima la primera bomba atómica. Esto ocurrió aunque los rusos habían cumplido con el Tratado de Yalta en sus dos partes fundamentales: la repartición de Alemania y la invasión de Japón en la región de Manchuria, el último bastión militar japonés, además de la ocupación de territorios insulares que hasta hoy Rusia controla.

¿Por qué EE UU bombardeó Nagasaki con el arma nuclear?  Después del espantoso bombardeo atómico de Hiroshima, ocurrió, sin embargo, un hecho que EE UU no esperaba: Japón no se le rindió inmediatamente,  pensando que EE UU cumpliría el Tratado de Yalta, lo que significaba la posibilidad para los nipones de conseguir una rendición honorable, si no ante un país que no fuera EE UU, por lo menos, simultáneamente ante la URSS y EE UU. Trágica fue esa vacilación. Después de Hiroshima, Truman ordenó lanzar una segunda bomba atómica, esta vez sobre Nagasaki, otra gran ciudad, con el fin de forzar la rendición de Japón exclusivamente ante los norteamericanos.

La URSS, como todo el mundo, sorprendida por el bombardeo atómico a esas dos urbes niponas, coligiendo de inmediato que Estados Unidos buscaba hacerse de Japón entero, reclamó formalmente el cumplimiento de los acuerdos estipulados en el Tratado de Yalta, aduciendo haber cumplido su compromiso de aceptar la división de Alemania, y haber dado el golpe de gracia a los japoneses en Manchuria.  Pero no podía insistir  más. EE UU, era ahora el «matón del barrio,»  en tanto único posesor de la bomba atómica, y bien es sabido que el ala más conservadora y derechista de ese país, encabezada por el senador Joseph Mac Carthy, llegó secretamente a proponer lanzarla contra la URSS, para así «acabar con el comunismo, antes que los rusos consiguieran fabricar su propia bomba».

Posesor del monopolio nuclear, EE UU se dio hasta el lujo de humillar a la URSS, aunque tuvo su directa ayuda en Manchuria. El gobierno norteamericano declaró que el imperio nipón sería ocupado, pero… además de EE UU,  por Inglaterra,  Australia, Nueva Zelandia y nadie más. Por supuesto, primero, la contribución militar en la guerra de estos aliados suyos, fue incomparablemente menor que el de la URSS; y segundo, en ningún punto del Tratado de Yalta estaba contemplada, ni remotamente, tal decisión.

No fue difícil este acto, porque EE UU tenía en sus manos el arma más destructiva concebida por la inteligencia del hombre con el fin de matar a sus semejantes. Por años, Oppenheimer, el constructor de la bomba, horrorizado, condenó ante todo el mundo el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki. Su protesta por poco le llevó a la cárcel.  Como la víctima más ilustre de la naciente Guerra Fría entre EE UU y la URSS, el sabio fue acusado de “comunista,” y hasta de agente encubierto de los soviéticos en los marcos de la naciente Guerra Fría, que advino con las persecuciones del “macarthismo,” término derivado del nombre del célebre   “cazador de brujas” anti-comunista  que hizo encarcelar y hasta ejecutar (como a los esposos Rosenberg) a miles de personas sospechosas de “comunistas, espías  y colaboradores de la URSS.”

Esta es la verdad histórica, y la única y trágica razón del holocausto atómico.  Con sus bases militares en Japón, EE UU podría impedir que los comunistas chinos finalmente ganaran la guerra civil que venía arrastrándose desde los inicios de los años 30, así como impedir también el triunfo de los comunistas en Corea y en Indochina (Vietnam), ocupada como colonia por Francia hasta 1954. De todo ello, apenas consiguió la división de Corea en 1953, y de Vietnam en 1954. Al fin y al cabo, las cosas ahora eran diferentes de como lo fueron en 1945. La odiosa URSS, consiguió tener el letal artefacto en 1949.

En resumen, el holocausto atómico de Hiroshima y Nagasaki no tuvo jamás justificación, ni militar, ni política ni moral.

 

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