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Iván Vera-Pinto Soto Cientista social, pedagogo y escritor Somos conscientes que el paso por este mundo es fugaz y circunstancial, aun cuando en nuestro... Evocaciones sobre tres insignes personajes iquiqueños

Iván Vera-Pinto Soto Cientista social, pedagogo y escritor

Somos conscientes que el paso por este mundo es fugaz y circunstancial, aun cuando en nuestro fuero interno quisiéramos todo lo contrario, negándonos así a aceptar la muerte. El filósofo Martin Heidegger, sostenía que la muerte es aquella que determina el final de la existencia y a su vez forma parte intrínseca de ella. Además, alegaba que este conocimiento le es revelado al “Dasein” por medio de la angustia, el pavor.  Exactamente, ese sentimiento es el que experimentamos la mayoría de las personas cuando la vemos de frente o cuando alguien muy cercano se va antes que nosotros.

Hago esta breve elucubración a consecuencia de los recientes fallecimientos de algunos seres con quienes tuvimos estrechos lazos afectuosos en nuestra comunidad. Nos referimos a Freddy Torres, Gloria Sampson y Juan Vásquez, que en paz descansen.

Por descontado, cada uno de estos personajes tuvieron un impacto duradero a través de su talento y su perspectiva única de vivir la vida. Gloria Sampson murió después de haber tenido una existencia plena y larga, mientras que Freddy Torres y Juan Vásquez se fueron demasiado pronto, como suele sorprendernos el destino. Quizás, cambiaron nuestro mundo para mejor. Ahora solo nos queda recordar y poner en valor sus legados, a mi juicio, eso es fundamental en una comunidad que se precia de amable y cariñosa con aquellos hijos e hijas que entregaron lo mejor de sí para enaltecer nuestro territorio e identidad cultural.

¿Quiénes fueron estos iquiqueños destacados? Con relación a eso, permítanme hacer una pequeña semblanza de los protagonistas.

En primer lugar, Freddy Torres Loconao, fue un inquieto, sensible, inteligente y jovial periodista que conocimos en diferentes medios de comunicación local, y, últimamente, como Editor de Tamarugal Revista. En alguna oportunidad nos comentó que arribó a esta urbe a inicio de los años 90 del siglo pasado. El primer trabajo que desempeñó fue como reportero del Diario El Nortino. En su extensa incursión como comunicador, escribió, además, dos libros. Trabajó en el Obispado y en la Municipalidad de Iquique; y, en los últimos tiempos, centró su quehacer en Tamarugal TV, órgano de la Municipalidad de Pozo Amonte.

Lo conocimos muy de cerca, pues siempre estaba interesado en apoyar y difundir nuestras actividades artísticas y literarias. Del mismo modo, reconocemos que era un profesional que asistía a la mayoría de los eventos culturales, ofreciendo, de manera generosa y empática, sus servicios periodísticos.

Desde luego, era una persona de principios y de voluntad política, sus acciones sociales no solo se limitaron al ámbito de su profesión, sino también a manifestar su postura asertiva y reflexiva frente a los hechos deleznables que conmocionaron a nuestro país, tal como fue la violación de los Derechos Humanos en la época de dictadura. Era, de manera clara y patente, un militante consecuente de las causas sociales y amante de la literatura y la música. Acostumbraba, de forma respetuosa, a expresarse, aunque nunca ocultaba su mirada aguda y su pluma crítica de cara a la realidad local y nacional.

En el resto de nuestros días, lo recordaremos como el hijo de una casta de Quijotes que luchan, a veces en solitario, en contra de la injusticia y la desigualdad. Es muy posible que, en las alturas, con su peculiar impronta de poeta y libertario, seguirá en su lucha, en procura de una nueva sociedad, donde los hombres y las mujeres disfruten de la belleza, las artes, el bienestar, la equidad, la democracia real y la libertad plena.

Gloria Sampson. Antigua actriz y cantante iquiqueña formada en las canteras artísticas de la pampa nortina. A ella la descubrimos hace muchísimo tiempo, cuando en diferentes compañías teatrales regionales actuaba, cumpliendo roles artísticos que desplegaba con alegría y espontánea comicidad.

En el año 2020 ingresó a la Academia de Teatro Adulto Mayor de la UNAP. Convivimos y compartimos muchas anécdotas y, en especial, el escenario de la Sala Veteranos del 79, durante seis años, hasta que, por razones de salud, se vio obligada a dejar las tablas; no obstante, siempre mantuvo una afectuosa comunicación con sus pares, irradiando, de forma exuberante, la picardía y las ganas de vivir, algo que era muy natural en ella.

En el año 2015, cuando me di la tarea de escribir la historia del teatro iquiqueño y pampino, desde 1900 hasta nuestros días, por supuesto, recurrí a ella. Gloria no podía estar ausente, pues era, así como otros y otras artistas, el eslabón de una tradición teatral muy rica en este puerto.  En esa ocasión le hice una entrevista para que me narrara sus comienzos y desarrollo como artista. Con claridad y efusión me relató: “Mi debut fue cuando mi padre requería dentro de una representación la participación de una bebé. Bueno, ahí estaba yo. Fueron los primeros aplausos que recibí en un escenario. De ahí en adelante, no paré de incursionar en diferentes sainetes que inventaban los actores pampinos.

Con acuerdo a nuestro conocimiento, fueron numerosos los teatristas aficionados que emprendieron sus propios periplos o participaron en aquellas agrupaciones que tenían una data más larga de experiencia. Uno de esos tantos personajes fue Enrique Horacio Sampson (1916). Este personaje oficiaba de carpintero, cantante, poeta y escritor de obras. Su hija Gloria Sampson, rememora:

“Mi padre comenzó a trabajar en teatro en la Compañía de Pedro Sienna en Santiago. Posteriormente se vino a vivir a la Oficina Salitrera Gloria, allí conoció a mi madre que era “libretera” y se casaron en 1936. En su estadía en la pampa se relacionó con los hermanos Paoletti, entonces ingresó a su compañía. Mi madre también participó con ellos. Cuando yo era muy chica me hicieron intervenir en una de sus obras, ya que necesitaban a una guagua en escena. Con los hermanos Paoletti mis padres hicieron presentaciones en las oficinas Gloria, La Noria y en tantas otras. Cuando se separó de mi mamá, el año 1939, se fue a Tocopilla y se dedicó a escribir para un diario notas deportivas (su pseudónimo era Ranquin), sin embargo, siguió trabajando en teatro en ese puerto y en Santiago. Los personajes que mejor interpretaba eran el cínico y el galán.

Posteriormente, en los años 60, Gloria nos cuenta: “En esos años actué con Nilo Valdés, Vidiella cuando venían a Iquique. Yo cantaba, bailaba y actuaba en sus revistas cuando me solicitaban. Recuerdo haber actuado en una obra que se llamaba “El romance de la niña”. También lo hice en muchas compañías que venían de Santiago al Teatro Municipal. En algún momento participé con Checho González. En otras ocasiones me presenté en las Carpas Móviles que se instalaban en un sitio destinado para los circos y teatros móviles, allí en la calle Vivar con Tarapacá, frente a la Plaza Condell. Por el año 1963 Juanito Lineros, quien fuera el propietario del Murex organizó una carpa móvil, incluía canto, teatro y danzas. Con esa compañía viajamos a Pisagua, Arica y Pica. Después me invitaban para las fiestas de primavera, donde alcancé mucha popularidad entre los pampinos. La misma rutina ejecuté en el Maxim, cuyo dueño eran Nilo Cabré. Después, canté en el Ragú, de Gustavo Yong y Ramón Montoya; de igual forma, lo hice en Ludimar y Dominó, haciendo espectáculos revisteros”.

Como observamos, Gloria Sampson fue una artista de “tomo y lomo”, y, sobre todo, una mujer que vivió intensa y plenamente. Además, gracias a su sentido del humor y espíritu aguerrido, supo superar con dignidad hasta las penas más hondas e infortunios que en algunos pasajes la acecharon. Por cierto, Gloria eternamente estará presente en nuestra memoria y en las energías positivas que rodean la mítica Sala Veteranos del 79.

Juan Vásquez Trigo, historiador, profesor de historia y geografía. A él lo conocimos por su trabajo historiográfico hace unos decenios atrás. Desarrolló libros históricos regionales sobre Tarapacá, Arica, Parinacota y Antofagasta. Así también, otros estudios locales-comunales sobre Pica, General Lagos y Alto Hospicio.

Un día, de modo sorpresivo, se acercó a mí para intercambiar nuestras publicaciones sobre la cultura regional. Desde ese instante, mantuvimos una relación de amistad constante y verdadera. Periódicamente me sorprendía con sus ediciones prolijas y con los datos históricos copiosos, los que sirvieron de sustratos para mis trabajos escriturales referidos a la memoria tarapaqueña. En esa línea, agradezco la contribución que hizo a la publicación de dos textos: “Historia social del teatro en Iquique y la pampa” y “La desterrada de Huantajaya”.

En mi biblioteca personal sus compendios ocupan un lugar privilegiado, ya que todos ellos representan, a través de las narraciones e imágenes, las distintas oficinas salitreras que existieron en otrora. Aparte de contar con una buena pluma y rigurosidad científica, las fotografías de los paisajes y de otros elementos identitarios de Tarapacá, fueron las herramientas que dieron un sello distintivo a sus artefactos y ensayos históricos.

Como un lobo estepario se pasaba horas, días y meses explorando los pormenores de existencias pasadas, muchas ellas, lamentablemente, olvidadas y perdidas en el tiempo. Cada vez que escudriñaba y descubría algo en particular, de inmediato lo compartía con sus seguidores en las redes sociales y correos, ciertamente con el ánimo de resaltar nuestra cultura y enseñar a las actuales generaciones las raíces de nuestra historia nortina. Evidentemente, fue un iquiqueño de nacimiento y un nortino por apasionamiento y por legado.

Internarse en sus escritos es penetrar en uno de los rincones más selectos de su imaginario: la pampa. Ello nos lleva, irremediablemente, a quedar “empampado” en un páramo repleto de espejismos, fantasmas, espectros y camanchaca densa, la que entre los intersticios deja pasar una luz deslumbrante de lo que fue el Ciclo Salitrero de Tarapacá. Su voluntad y conciencia demostrada en su trabajo y vida, hoy se sobrepone a la tristeza de su repentina partida.

En suma, realizar este acto de recuerdo acerca de estos tres ciudadanos insignes, sin lugar a dudas, nos hace tomar conciencia de la vida y la muerte; nos hace madurar como seres humanos; por tanto, crecemos cuando la idea de la muerte prospera en nuestro interior. Por otro lado, tal como nos explicaba Heidegger, la incertidumbre de la muerte, nos humaniza, debido que nos convierte en verdaderos humanos, mortales, “como seres para la muerte”.

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