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Iván Vera-Pinto Soto, Antropólogo social, pedagogo, Master en Educación Superior y director teatral. Es innegable que la invención de la fotografía cambió definitivamente la disposición... Libro «Andes», un rescate del patrimonio natural y cultural de Tarapacá

Iván Vera-Pinto Soto, Antropólogo social, pedagogo, Master en Educación Superior y director teatral.

Es innegable que la invención de la fotografía cambió definitivamente la disposición de cómo vemos y entendemos el mundo. Cada instante pasajero grabado en una imagen fotográfica organiza de algún modo el significado de la realidad, la retiene y le da sentido. Así pues, a los fotógrafos se les considera una suerte de cazadores de la cotidianidad, la cual abstraen, documentan y recrean a través de sus propios códigos.

Ahora bien, estos mensajes visuales cumplen con la sustancial función de transmitir conocimientos, los que directamente influyen en nuestras percepciones y, consecuentemente, con los estilos de vida. Al respecto, Donis Dondis, en su libro «La sintaxis de la imagen», colige que la mayor parte de lo que sabemos y aprendemos, compramos y creemos, identificamos y deseamos, viene determinado por el predominio de la fotografía sobre la mente humana. La diseñadora y profesora norteamericana, además, nos explica que, ya en la era prehistórica el hombre poseía en su mente un gran catálogo de imágenes y sonidos, esto constituía la base de su lenguaje y la esencia de su comunicación grupal.

Hoy en día, la fotografía se ha convertido en la más genuina expresión de la cultura mediática de nuestros tiempos. Esto acontece porque ella reúne las vitales características del sistema valórico industrial: carácter tecnológico, «mecanicidad», reproducción infinita y, en algunas circunstancias, cancelación del concepto de la originalidad.

Del mismo modo, la fotografía representa para no pocos artistas el instrumento ideal para realizar una abierta crítica a la sociedad actual y testimoniar algunos hitos de nuestra historia. Más aún cuando en la actualidad experimentamos una situación que revela la pérdida de la trascendencia que tiene la memoria para el mundo mercantilista y consumista. En fin, no cabe duda que la fotografía, en tanto lenguaje, arte y patrimonio cultural, tiene en sí misma un valor incalculable.

Con la masificación y el acceso a cámaras fotográficas que han tenido casi todos los sectores sociales, ha crecido el interés por este soporte técnico-artístico; convirtiéndose en un elemento más de la vida diaria. Asimismo, en los últimos decenios, existe la tendencia de muchos historiadores y cronistas locales, por incorporar en sus publicaciones registros instantáneos, como elocuentes testimonios que ayudan a discernir el pasado social y cultural de la zona.

En otro orden, podemos reconocer que en el contexto local la fotografía, como disciplina visual, presenta el mismo origen que en el resto del país. La primera hornada de fotógrafos profesionales fue de carácter móvil. Y, a medida que las personas adquirieron más fotografías, sobre todo retratos, algunos expertos itinerantes se hicieron estables y montaron sus estudios definitivos en este puerto. Por cierto, en todos ellos, pese a las diferencias de formatos y estilos, existe un factor común: la capacidad para capturar nuestros gestos de identidad, emociones, historias y comportamientos sociales que dan un sentido a nuestras existencias.

Precisamente, uno de estos “cazadores del tiempo” que ha brillado con luces propias, es el autor de “Andes”, indudablemente, me refiero a mi amigo Francisco Sibulka Díaz; fotógrafo profesional y comunicador visual, quien desde el año 1976 ha dedicado gran parte de su vida a esta profesión. Desde entonces, con una cámara al hombro, ha emprendido diversos proyectos de carácter colectivo y particular, caracterizándose por su talento artístico, rigurosidad, creatividad, fino discernimiento del color y la forma, paciencia, persistencia, visión y, como si eso fuera poco, con una amplia y reconocida experiencia en este campo. No menor ha sido su labor docente, formando y capacitando a múltiples generaciones de artistas visuales en el seno de las aulas institucionales.

Quienes conocemos a Francisco, sabemos que es un verdadero artista apasionado, el cual centra su labor en la indagación y en el desarrollo de un trabajo excepcionalmente investigativo. De ahí que, en esta ocasión, su propuesta está encaminada a redescubrir y poner en valor el patrimonio natural, cultural y social de nuestro altiplano tarapaqueño. Especialmente focalizado en el Parque Nacional Volcán Isluga y en los sectores ubicados hacia el norte: Parajalla, Alto Parajalla, Cariquima, Ancuanque, Villablanca, Ancovinto y otros lugares dotados de hermosura que se hallan entre volcanes, lagunas y cerros sagrados del pueblo aymara. Área silvestre que alberga una de las concentraciones más impresionantes de biodiversidad asociada al ecosistema alto andino, entre ellas, especies de la fauna tales como: la tagua, suri, vicuñas y flamencos. En tanto que, la principal flora que podemos identificar es la queñoa y llareta, entre otras.

Así, motivado por el genuino propósito que el público pueda dialogar con estas bellezas naturales cordilleranas, Francisco emprendió la travesía de capturar con su cámara el patrimonio de este auténtico edén, donde predomina la cosmovisión del pueblo aymara.

Por el mismo sendero, redescubre al pueblo de Isluga en un retrato donde predomina el blanco y negro, acaso, sospechamos con el objeto de ahondar el punto de encuentro con la cultura ancestral. Cabe establecer que este capítulo corresponde al trabajo que llevó a cabo entre los años 1988-1990, cuya finalidad fue que los habitantes de Enquelga mantuvieran viva la memoria de sus antepasados.

Tal como el artífice señala: “Lograr imágenes de cada una de las bellezas que presenta los Andes es más que hacer una fotografía, es darle valor al patrimonio cultural y natural”. No cabe duda que, al hurgar en esta obra podemos comprender y dar la razón a lo que sustenta el creador con sólidos argumentos.

Como vemos, “Andes” revalora una parte sustantiva de nuestra naturaleza e identidad y, además, a nuestro juicio, contribuye directamente al currículo escolar, por medio de un material susceptible a ser utilizado como un recurso de apoyo pedagógico en las Unidades Educativas, pues, concebimos, que la fotografía puede ser beneficiosa para trabajar los contenidos del currículo escolar en los múltiples niveles educativos, convirtiéndose así en una herramienta que coadyuva al proceso enseñanza-aprendizaje.

Antes de avanzar con esta perorata, convengamos que la creatividad no es algo que dura solo un instante. Al contrario, es un asunto fluido y dialéctico que sigue múltiples cursos en un periodo de tiempo determinado, el que a veces es imposible cuantificar, pues depende de varios factores: disciplina, recursos económicos, conocimientos, entre otras variables. Por consiguiente, esta empresa tuvo un periplo extenso, no ajeno a dificultades e imprevistos, así como: luchar contra la altura y la puna, soportar las bajas temperaturas y otras vicisitudes que surgen en el trabajo de campo. Con todo, admitimos que con creces alcanzó su objetivo, condición básica para que esa herencia cultural sea reconocida y asumida por las generaciones actuales y futuras. Por tal razón, este legado que nos proporciona Sibulka es fundamental y, desde luego, formará parte de nuestro patrimonio tarapaqueño.

Al consultar a Francisco cuál fue el principal aprendizaje que obtuvo en esta producción, nos explicó algo muy sabio: “Verás, Iván, la naturaleza nos enseña una inmensidad y nosotros somos tan pequeños ante ella. Las aves y los animales tienen sus costumbres y nosotros tenemos que aprender de ellos. Por todo ello, pretendo que este artefacto sea considerado como una invitación a explorar nuestros paisajes, cuidando la naturaleza y respetando el habitad de la flora y la fauna, de igual modo, las costumbres y los ritos de los pueblos originarios”.

Permítanme en relación al asunto planteado hacer una breve reflexión. Nuestras preocupaciones diarias nos distraen muchas veces de lo que realmente importa. Y más aún en época de pandemia, en la que corremos bajo la presión de la situación para cumplir con los cuidados de la salud y los tiempos laborales. ¿En qué momento nos detenemos para reconectar nuestro cuerpo y mente con el medio ambiente?  Yo diría que casi nunca.

Estamos ensimismado en cumplir metas productivas, resolver inconvenientes del día a día e intentar satisfacer solo las necesidades elementales. Entonces, ¿cuál es el camino que podríamos seguir para romper con esa vida plana, acelerada, mecánica y pasiva? La respuesta a ello ya la entregaron siglos atrás los pueblos originarios: acudir a la naturaleza y vincularse con el cosmos. No cabe duda que allí está la fuente de la sabiduría y el sentido de nuestra existencia. Si estamos conectados con los latidos de la tierra, podemos aprender mucho sobre la vida y ser realmente felices.

Con certeza, esta publicación es un registro documental que da cuenta de los intereses y las actividades desarrolladas a lo largo de la vida de su creador, en un afán por instalar y promover la importancia del patrimonio natural y cultural en la opinión pública.

De acuerdo a lo expuesto, la relevancia de “Andes” es crucial y se erige como un surtidor continuo de conocimientos para estudios, investigaciones y rescates patrimoniales, abriendo nuevos cauces de interpretación y resignificación del quehacer cultural del especialista, muchas veces humilde, silencioso y desprovisto de la fanfarria mediática, como suele suceder en muchos trabajadores y trabajadoras del arte, a quienes no los moviliza el exitismo ni menos el hecho de estar amparado bajo la sombra de la institucionalidad cultural, puesto que ello, posiblemente, coartarían sus espíritus autónomos y libertarios.

“Andes” es una creación que devela las visiones del experto, como un auténtico errante de llanuras y montañas tarapaqueñas, que persigue los tesoros intangibles de la fascinante naturaleza andina. Objetivamente, las imágenes que reproduce de nuestro territorio son majestuosas y sublimes, de la misma forma como el cóndor en vuelo que conquistó con su cámara, de una naturaleza de consistencia patrimonial que lucha ser libre ante la amenaza potencial que supone la presencia del ser humano.

Sin miedo de equivocación, en esta producción visual se percibe el profundo anhelo que tiene Francisco Sibulka por dignificar a la naturaleza, por respetar sus cadencias y sus pulsaciones, con la destacada presencia de las planicies, los bofedales, cumbres, cordón de punas y la fumarola mágica, donde habitan emancipados los animales y los pájaros, donde germinan las flores coloreadas, paisaje que, obviamente, nos estremece y estimula nuestra admiración y reverencia.

En suma, quien explore este texto se hallará con un cazador notable de ángulos asombrosos de la naturaleza, el que a través de las imágenes nos brinda con generosidad una elegía a la Tierra, a la Vida y a todo aquello que constituye un fragmento inconmovible de la cultura tarapaqueña.

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