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Si los chilenos se deciden ahora, o nunca a terminar con él. Profesor Haroldo Quinteros Bugueño. En 1973, Chile fue objeto de un experimento,... El Sistema neoliberal y su inminente fin

Si los chilenos se deciden ahora, o nunca a terminar con él.

Profesor Haroldo Quinteros Bugueño.

En 1973, Chile fue objeto de un experimento, nunca más, desde entonces, re-editado en el mundo. Era la implantación en un país en desarrollo del “neo-liberalismo,” variante del sistema capitalista, también llamado “liberalismo.” Fue una propuesta teórica al mundo de hoy hecha por varios economistas liberales estadounidenses, entre los que destaca Milton Friedman, fundador de la «Escuela de Chicago,» otro nombre para su teoría.

La aplicación radical del neo-liberalismo conlleva un imprescindible expediente político, el “shock” económico, ampliamente analizado por Naomi Klein, en su voluminosa obra “The Shock Doctrine  Metropolitan Books, N.Y. 2007. Se trata, como la palabra lo ilustra, de la transformación obligadamente brusca y violenta de un Estado de economía mixta a uno “subsidiario,” aquél que delega prácticamente todas las funciones sociales a capitalistas privados, incluidas la Educación, la Salud y la previsión, con la enseña “el Estado sólo se hará cargo de aquello que no quieren o no pueden hacer los privados.”

Por cierto, era imposible que el experimento se aplicara de manera íntegra en un país democrático, porque sus resultados – exitosos, según sus mentores- sólo podrían aparecer varios años después de su inicio, y en los países en que la democracia funciona hay elecciones periódicas que permiten al pueblo cada dos años elegir a sus gobernantes, sean éstos presidentes o parlamentarios; es decir, luego de cierto tiempo la ciudadanía puede cambiarlos, tanto a ellos como sus programas económicos, si lo estima necesario en las urnas.

Dicho con la mayor claridad, el experimento necesita tiempo para probar su eficacia, la que supuestamente vendría después del “shock,” que única y exclusivamente lo sufrirán las masas trabajadoras del país. Ergo, la aplicación del sistema neo-liberal sólo podía ser posible bajo una dictadura militar pro-capitalista y totalitaria; o sea, una dictadura de derecha, y Chile, obviamente, era el conejillo de Indias ideal para el experimento, el ansiado anhelo de Friedman.

En este punto, es de suyo importante consignar que el modelo neo-liberal ha fracasado por completo en todas partes. Incluso, es un hecho empíricamente comprobado que los Estados que han aplicado el sistema, fuera de Chile, lo han hecho de modo parcial, como los notorios casos de Brasil en América Latina y España en Europa, sin ningún éxito. En conclusión, desde el modus chilensis hasta su aplicación parcial, el sistema de Friedman ha sido un rotundo fracaso. Esto debía ser necesariamente así, porque jamás el enriquecimiento excesivo de unos pocos ha significado bonanza para las amplias mayorías de los pueblos.

Antes de 1973, los economistas de la derecha nacional que llegaron a ocupar los ministerios de Hacienda y Economía en dictadura, eran, curiosamente, todos «Chicago boys.» Es decir, por lo menos desde la asunción al gobierno del Presidente Salvador Allende, la derecha chilena ya había establecido contactos con Milton Friedman y su escuela. Más interesante aun, es el hecho que pocos meses después del golpe, Friedman llegó a Chile invitado oficialmente por la dictadura. En verdad, vino a revisar el trabajo realizado por sus discípulos y aconsejarles para la mejor puesta en marcha del experimento.

Si este acto hubiese sido hecho con discreción, la discreción mínima para salvaguardar la dignidad y el honor de Chile como país independiente, la visita de Friedman no hubiese estado plagada de incidentes humillantes. Por supuesto, allí quedó al descubierto nuestra dependencia del imperialismo norteamericano. Friedman puso públicamente como condición, en la primera entrevista que tuvo en la antigua Televisión Nacional, que la reunión con sus discípulos, los “Chicago boys” chilenos (literalmente, todo el aparato económico de la dictadura), se televisara a todo el país y al mundo, y así se hizo. Friedman les dijo en inglés a los únicos corifeos de nuestra Economía, lo que tenían que hacer en Chile. Para rematar, la prensa dictatorial encabezada por El Mercurio informó que el viaje de Friedman a Chile tenía el auspicio oficial del gobierno de Estados Unidos, a cuya cabeza estaba Richard Nixon, quien había reconocido abiertamente ante la opinión pública mundial la participación directa de su gobierno en el derrocamiento del Presidente constitucional de Chile.

Hasta hace poco, los “Chicago boys” chilenos citaban las más felices cifras macroeconómicas para defender el experimento. Ahora ya no lo hacen, con la excepción de personajes tan fanáticos como José Piñera, que al defender el sistema de las AFP, versión de su autoría del neoliberalismo, culpa a los jubilados en el sistema porque no cotizaron “lo suficiente.”

El problema de fondo que subyace en el experimento, es que el “shock” es inherente al neoliberalismo; es decir, eterno, mientras el sistema perdure. Dicho lisa y llanamente, el neo-liberalismo contiene en sí, y/o profundiza, las desigualdades sociales, que pueden alcanzar ribetes realmente dramáticos. Así como lo hizo Naomi Klein, el académico y experto inglés en Historia Económica, el conocido economista Robert Hunziker (“UK Progressive,” agosto, 2014) también se ha referido al experimento neo-liberal.  Dice Hunziker:

Chile tiene una ‘economía de plantaciones,’ similar a la que tuvo el sur de Estados Unidos durante el siglo XIX. Durante su cenit, había en Estados Unidos 4 a 5 millones de esclavos que eran propiedad del 3.8% de los ciudadanos. Los propietarios de los esclavos los compraban, les daban un techo y los alimentaban. Hoy en Chile el término ‘esclavo’ se cambió por el término ‘trabajador’, donde en vez de darles alojamiento y alimentación, se les entrega un estipendio de 300 mil pesos mensuales, lo que crea un mercado de esclavos incluso más grande que el de Estados Unidos en 1850. La riqueza en Chile está tan concentrada en favor de unos pocos que se asemeja a la torre inclinada de Pisa, presta a caer en cualquier momento. Los conglomerados y/o las familias extremadamente ricas lo controlan todo, desde las farmacias hasta los hoteles, pasando por los derechos de pesca, las tiendas de retail, las mineras y los supermercados. Chile es el país de la OCDE con la mayor brecha entre ricos y pobres, así como el 4º país más pobre de sus 34 miembros. Los neo-liberales destacan el rápido crecimiento del ingreso per cápita, que alcanza los 8.5 millones de pesos. Sin embargo, si retiramos entre el 1% y 10% más rico del país, el ingreso es de 2.4 millones; es decir los 240 mil pesos mensuales de salario mínimo. 21% de los chilenos viven en la pobreza, sólo 22% tienen un trabajo bien remunerado. El 78% de la población tiene trabajos mal remunerados, que es donde la esclavitud comienza y termina.

Hasta aquí, Hunziker. Y eso, que este analista no menciona aquellos años del PEM y el POJH, aquello infamantes planes de empleo mínimo para cesantes y jefes(as) de hogar, diseñados por los Chicago Boys e impuestos al país por la dictadura durante la larga vigencia del shock. La Organización Internacional del Trabajo calificó esas atrocidades como «trabajos inhumanos y de esclavos.»

Hasta hoy, mientras un puñado de familias se sigue haciendo rica, la mayor parte del país tiene un perfil económico entre modesto y deprimido, y una cuarta parte es decididamente miserable ¡Vaya experimento “exitoso”! Es este hecho el que ha llevado al pueblo de Chile a rebelarse contra el neoliberalismo. En estos momentos cruciales en nuestra historia, no puede dejar de aventarse urbi et orbi la evidente vacilación, y probablemente, el involucramiento de buena parte de la clase política en el sistema. De partida, sólo era la Asamblea Constituyente el ente democrático capaz de eliminar en Chile una constitución política que lo consagra. La clase política, i.e., la derecha y la ex – Concertación unidas, prefirió el camino de una “convención constitucional” que podría, en el mejor de los casos, sólo introducir reformas en el sistema, e, incluso, no cambiar nada si la derecha, la mentora e introductora del sistema en Chile, conseguía apenas un tercio de los convencionales.

La tarea del pueblo chileno es ahora volver a la lucha por la eliminación cabal del sistema. A su cabeza, deben necesariamente estar las fuerzas políticas que realmente estén dispuestas a ello.

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