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Hugo Gutiérrez Gálvez, Diputado de la Republica, Partido Comunista A un año del Estallido.- En 1970 el poeta, cantante y activista Gil Scott-Heron escribió “Whitey... Participación y fuerza popular para emancipar Convención de las cadenas, Constitución del 80

Hugo Gutiérrez Gálvez, Diputado de la Republica, Partido Comunista

A un año del Estallido.-

En 1970 el poeta, cantante y activista Gil Scott-Heron[1] escribió “Whitey On The Moon” (Blanquito en la Luna). El poema relató tempranamente y de forma contundente las distorsiones y consecuencias del modelo neoliberal. Mientras millones de personas vivían la estrechez de la pobreza y los padecimientos de un sistema social mercantilizado, el gobierno de los EE. UU. invertía millones de dólares en poner un hombre en la luna[2]. Había dinero y crecimiento económico, pero eso no se reflejaba en las condiciones de vida material en la mayoría de la población.

En 1973, el mismo gobierno de EE. UU. -en complicidad con sectores económicos y políticos nacionales- impuso mediante una junta militar y la violación sistemática de los derechos humanos las bases para la implementación del sistema neoliberal en Chile. El cual, tuvo su consagración normativa en la Constitución de 1980, la que fue redactada entre cuatro paredes y “legitimada” en un plebiscito fraudulento donde votaron hasta los muertos.

Ya van 40 años desde el inicio de la larga noche neoliberal que, si bien nos suele mostrar la luna y las estrellas brillando en el cielo, éstas resultan inalcanzables para la mayoría de las personas. Ese es el patrón de distribución del modelo neoliberal consagrado en la Constitución. Acceso ilimitado -en cantidad y calidad- a bienes y servicios para una minoría, pero asequibles limitadamente, mediante la explotación y el endeudamiento, para los trabajadores y trabajadoras.

El retorno a la democracia instaló las esperanzas de un cambio, pero este no ocurrió. La elite de la transición se aferró a los dictámenes neoliberales justificándose en la necesidad de generar acuerdos en favor de la estabilidad política y el crecimiento económico. Si los ricos ganaban, ganaríamos todos, fue la promesa. La economía del chorreo basada en una sólida económica exportadora de materias primas, en una agresiva importación de artículos de consumo y en la consolidación de un sistema financiero dependiente del mercado de créditos, puso sobre los hombros del pueblo la generación de riqueza mediante la extracción de valor a través de la explotación, el impuesto al consumo, las contribuciones previsionales y el adeudamiento. La indigna tesis de que si había crecimiento económico y riqueza para las elites estás derramaría los sobrantes hacia las capas medias y pobres de la clase trabajadora fue el patrón de redistribución vigente durante estos 30 años. Chile de todos y todas a la hora de generar riqueza, pero el Chile de algunos y algunas a la hora de distribuirla.

El acceso de los trabajadores y trabajadoras a ciertos bienes y servicios por medio del mecanismo de la deuda hizo posible durante décadas la domesticación ciudadana, exceptuando algunas honrosas excepciones como los trabajadores públicos, los trabajadores de la educación, los comités de vivienda, los movimientos ambientalistas, el pueblo mapuche y los estudiantes. Mientras, la elite política y su entorno a fin -en el país como en el extranjero- celebraban el milagro económico chileno y su estabilidad política.

Todo fue éxito para los poderosos. Entre tanto, el topo de la historia, acumulando angustia por las expectativas frustradas, fue horadando subterráneamente el camino hacia el momento en que el sagrado éxito neoliberal fue profanado y los chilenos y chilenas, al fin, se vieron forzados a considerar seriamente sus condiciones de existencia.[3]

Frente a los propagandistas de la virtuosidad del modelo, nunca estará demás refrescarles la memoria de corto plazo: Los escandalosos casos de corrupción; la complicidad de políticos con los magnánimos capitalistas; la colusión de precios de las grandes empresas; la usura de las entidades financieras; la desidia y burla de las autoridades en sus declaraciones; las promesas cumplidas a medias y otras derechamente incumplidas en materia de vivienda, salud y educación; el permanente hurto de las AFPs; la expoliación de nuestros recursos naturales; la injusticia territorial; la cultura sistemática de violencia contra la mujer; el asesinato y la criminalización de líderes mapuches; la precarización del trabajo; los fraudes reiterados en las FF.AA y Policías; el abuso e impunidad de los poderosos;  el aumento del costo de la vida y, por último, los $30 pesos del transporte; provocaron un estallido social que no hacía más que evidenciar la abismante brecha entre el Chile de folletín y el Chile real. Entre el país de las esperanzas y el país de la rutina diaria.

Fue así como el 18 de octubre de 2019, millones de chilenos y chilenas salieron a las calles a manifestarse en contra de un modelo que, si bien generaba riqueza, también generó profundas desigualdades, frustraciones y lesiones a la dignidad de las personas. Un modelo cuyo plusproducto, generado por todos y todas, es aprovechado por una minoría. Por todo el país se extendieron masivas e intensas movilizaciones que demandaron la socialización de la riqueza, garantía de derechos sociales, emancipación de la mujer y una nueva Constitución.

Parecía que de la noche a la mañana la resaca postgolpe y el letargo inducido por la transición habían desaparecido. El país se levantaba con una propuesta clara y concreta para evolucionar a un modelo económico y social de bienestar, igualdad y verdadera libertad, sin discriminación alguna: Una Asamblea Constituyente para un Nuevo Chile.

Pero nuevamente se montó sobre Chile la maniobra política de la componenda y el complot contra la ciudanía movilizada. La elite política, temerosa de perderlo todo, se alineó de manera resuelta, entre ella, para proponer una salida institucional acorde a las reglas de la democracia restringida y bajo la estricta tutela de los pilares de decisión y solución de controversia de la constitución de 1980 y la pilastra del modelo neoliberal.

Se trazó un cronograma para una nueva Constitución plagado de enclaves y contaminado de sombras. Se descartó la palabra que brotaba en boca y carteles del pueblo movilizado: “Constituyente”, siendo reemplazada por “Constitucional”. En cuanto tal, este proceso es, actualmente, un proceso de reforma y continuidad constitucional “respetuosa de nuestra tradición” y de la rancia Constitución de 1980.

Así entonces, se prohíbe que sean objetos de deliberación en la Convención: a) el régimen de gobierno; b) el carácter de la república; c) las sentencias del poder judicial; d) los tratados internacionales; e) la forma en que la Convención deberá resolver sus controversias, entregando la tutela del proceso a la Corte Suprema; f) se dictamina un quorum de 2/3 para la aprobación de normas y el reglamento de la Convención; y e)  en caso de ser rechazado en el plebiscito de salida el nuevo texto constitucional, prevalecerá la Constitución de 1980.

A lo anterior, se agrega que la elección de convencionales se hará bajo la modalidad del actual sistema de partidos y el sistema electoral para diputados, restringiendo la representación de las regiones y los independientes.

En paralelo, el contexto de pandemia y las restricciones a las libertades públicas suspendieron la capacidad de movilización del pueblo, ofreciendo un respiro a la elite y una ventana a los partidos del orden para poder conducir en comodidad un proceso de cambio constitucional a su medida. Situación que, como hemos visto en los últimos días, estaría llegando a su fin.

No cabe duda de que la posibilidad para un cambio constitucional es una oportunidad creada por la movilización y la lucha de millones que se inició el 18-O de 2019. Para seguir avanzando en la absoluta democratización del proceso y retomar con plenitud las demandas del 18-O, se requiere de la mayor participación en el plebiscito del 25 de octubre y de un contundente triunfo del “Apruebo” y de la “Convención Constitucional”. Al mismo tiempo, se requiere retomar la movilización social, la restauración de los cabildos vecinales y una fuerte presión hacía el legislativo con el fin de que se hagan los cambios urgentes para emancipar a la Convención de las cadenas de la Constitución de 1980. Incitar con fuerza popular la conversión del proceso constitucional en proceso constituyente. La participación popular en el proceso electoral y en el espacio público es la única garantía de no seguir esclavizados al IVA, las facturas, a las deudas por salud, vivienda y educación mientras las elites y los poderosos gozan de los beneficios del modelo -ajenos a los padecimientos del pueblo- como si vivieran en la Luna.


[1] (Chicago, 1949-Nueva York, 2011) fue un músico, poeta y novelista estadounidense. Autor de El buitre, y el poemario Small Talk at 125th and Lenox, The Nigger Factory, además el famoso poema musical The Revolution Will Not Be Televised. Se le considera precursor del rap y del hip hop político.

[2] “No puedo pagar la factura del médico / pero el blanquito está en la Luna. / Dentro de diez años seguiré pagando / mientras el blanquito está en la Luna. / El casero me subió la renta anoche / porque el blanquito está en la Luna. / No hay agua caliente, ni baños, ni luz, / pero el blanquito está en la Luna. / Me pregunto por qué me ha subido el precio, / ¿porque el blanquito está en la Luna?”.

[3] Parafraseando la cita de Marx y Engels en 1848.

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