«Las voces de los callados» y los 40 años del Teatro Expresión
Opinión y Comentarios 14 noviembre, 2018 Edición Cero
Iván Vera-Pinto Soto/ Cientista Social, pedagogo y escritor
Con motivo celebrarse próximamente los cuarenta años de vida artística del Teatro Universitario Expresión (1979-2019), dependiente de la Universidad Arturo Prat, este elenco prestigioso ha iniciado el estudio y los ensayos de la obra “Las voces de los callados”, perteneciente a este dramaturgo iquiqueño.
El drama describe el proceso de creación llevado a cabo por un literato quien explora en las desventuras de un anarquista andaluz (Antonio Ramón), quien intentó vengar la muerte de su hermano muerto en la masacre de la Escuela Santa María de Iquique (1907); paralelamente, investiga las circunstancias en que fueron asesinados sus progenitores y el paradero de sus propios restos, en el viejo puerto. Mientras redacta concentradamente su escrito, descubre voces que le hablan. Son las voces de sus antepasados, “las voces de los callados”.
En ese entramado, el protagonista tiene a menudo la impresión de estar confrontándose a otro mundo, una dimensión que lo desborda y acapara toda su atención. Su capacidad de razonar se ve afectada temporalmente, pues es imposible comprender su lenguaje críptico y revelador de las ondas sonoras que pululan en su entorno. No obstante, cuando comienza a internarse en aquel territorio desconocido y negado por la razón de los vivos, entabla una asociación entre los discursos e imágenes que percibe con sus preocupaciones y obsesiones ancestrales.
Por ello, el escritor, a lo largo del relato intenta controlar estas experiencias para poner orden a su mundo emocional. En este ejercicio logra la esperada comunicación con sus seres queridos desaparecidos cruelmente. Al comienzo, el contacto con esas energías que emanan de los espacios donde ha habido sufrimiento y dolor, le provocan angustia y una sensación desagradable. Posteriormente, estas especiales comunicaciones le permitirán sacarse del cuerpo un pesado fardo de ahogo y tendrá la libertad para solucionar sus intestinos conflictos con su vida real y concreta.
En ese afán de excavar en los pormenores que desembocaron en tan despiadada masacre de los obreros y en el destino de sus padres, pone al descubierto terribles pasajes anecdóticos de la vida sus antecesores que echan por tierra ciertos sentimientos de amor y gratitud que tiene por un tío que no es tal y que, además, resulta ser uno de los responsables del drama familiar que aún mantiene heridas abiertas en él.
Un personaje relevante en esta dramaturgia es la figura de la muerte. En este caso, ella juzga, castiga, lleva a límites de la desesperación a los asesinos y torturadores. Lo cierto que el autor la deja en libertad de acción, ya que esta imagen está por sobre la ficción, por encima de la historia e, incluso, con el poder de gobernar sus propios escritos. Y agrega: “la muerte no tortura, el dolor si lo hace”. Entonces se puede inferir que en un mensaje claro y directo se establece que las culpas son las que hunden la mente y retuercen las venas del ser humano; es el peso de conciencia el que duele y la muerte es transición.
Lo cierto que la obra tiene varias singularidades. A saber: en esta ficción los obreros no mueren por lo menos en la memoria colectiva; las balas no le hacen mella y sus cuerpos no caen destrozados por ellas. Las autoridades y asesinos son condenados, incluso, algunos sufren destinos desquiciantes, jamás imaginado. Por supuesto que es un relato ajeno a la historia documental, la pieza intenta a través de las imágenes, la ficción y lo fantástico redimir a los vencidos, a las víctimas, a los hombres y mujeres sin voz. Algo que nunca los gobernantes ni las letras oficiales lo han hecho o ha intentado hacerlo, obviamente, porque está en juego sus intereses de clase. Sin embargo, en el drama todo es posible, entonces allí la vida y muerte de los vencidos adquiere otro sentido y mayor trascendencia.
Este drama social se mueve en dos planos: la comunicación del literato con las voces de los callados o muertos y el nacimiento de una obra que nace del estudio, y las divagaciones del propio autor. Parafraseando al héroe de esta historia dramática: “Hay que aprender del ayer, valorar a quienes se sacrificaron por nosotros, pero no debemos empantanarnos o hundirnos en el pasado infame”.
Según nuestra visión, una de las funciones del teatro –naturalmente, no la única ni necesariamente la más importante– es la recuperación de la memoria histórica. Se trata, pues, de un teatro concebido como una forma de lucha contra el olvido y contra la voluntad de amnesia, como una forma de recuperar, por ejemplo, la memoria histórica de las masacres obreras ocurridas a comienzo del siglo pasado, y que en ese pacto de olvido y de silencio la historia oficial ha intentado hacer tabla rasa de todo lo anterior, como si no hubiera ocurrido nada. Frente a esa realidad, estimamos que la literatura en general, y el teatro en particular, tienen entonces el deber –y el privilegio– de recuperar nombres, lugares y fechas que deberían haber entrado en la historia, o que han sido incorporados de forma insuficiente o que han sido ignorados, olvidados o tachados. Es posible a través de la ficción, poder rescatar, resignificar y proyectar estos temas y sucesos ignominiosos que simplemente no se han podido o no se han querido transmitir a las nuevas generaciones, con toda su densidad y verdad.
Ante la memoria sesgada, incompleta, extraviada, interesada, deformada, raptada o apropiada, se levanta el teatro de la memoria. Ante a la supuesta objetividad de la historia oficial, se alza la impactante verdad de la historia construida por la ficción, así tal cual como ocurrió con la emblemática Cantata de Escuela Santa María, de Luis Advis. Al final de todo, la pequeña historia individual recreada en el relato oral, en el canto y la literatura, demuestra el verdadero impacto de la gran tragedia colectiva ocurrida, y, lamentablemente, repetida cíclicamente en nuestro territorio.