Problemáticas del Teatro Iquiqueño
Opinión y Comentarios 15 enero, 2018 Edición Cero
Iván Vera-Pinto Soto/ Cientista Social, Pedagogo y Escritor
Hacer teatro en provincia requiere de gente comprometida con el arte y dispuesta a luchar con valentía contra viento y marea; superando las limitaciones de toda índole y haciendo un mayor esfuerzo para salir adelante con sus proyectos y sueños. La experiencia de los elencos provincianos que han logrado perdurar y trascender en el tiempo, nos demuestra que la clave del éxito radica en el trabajo metódico y riguroso. Sin duda, este es el mejor camino para que el colectivo logre mayor eficiencia y alcance las metas trazadas.
Desde hace mucho tiempo he visto nacer con entusiasmo a numerosos elencos, pero a muy pocos mantenerse vigente en escena. Las razones son variadas recurrentes: inexistencia de recursos económicos, falta de locales, pérdida de liderazgo, quiebres internos, ausencia de organización, agotamiento de la creatividad, insuficiencia de herramientas, etc. Incluso, en más de alguna ocasión, he escuchado decir “que si no se cuenta con financiamiento no se hace teatro”, como si la creatividad dependiera exclusivamente de los fondos que pueda otorgar una entidad. En lo personal no me parece pertinente, pues, a veces el artista en las condiciones más austeras es capaz de crear una obra con dignidad, básicamente porque goza de talento y de un inmenso compromiso social con su comunidad.
En provincia los que hacen teatro son en su mayoría no profesionales (no reciben sueldos), a pesar de ello no pocos resultan ser creadores experimentados que manifiestan una alta responsabilidad con sus principios y valores. Son artífices tenaces con sus objetivos, estilos y discursos. Exigentes en los contenidos de sus realizaciones y honestos cuando hablan de su identidad regional. Sinceramente, tengo la mejor percepción de todos y todas, pues conozco su trabajo, al margen de pertenecer al mismo mundo artístico.
Con lo dicho no es mi intención aseverar que todo el teatro que se hace provincia es de buena factura. Indudablemente que no. Creo que los teatristas locales requieren de un constante apoyo formativo, perfeccionamiento y actualización. Lamentablemente en regiones no contamos con universidades ni escuelas profesionales que permitan a los teatristas tener un mayor avance en su área, menos aún si viven en los confines de un país tan largo y centralista como el nuestro.
Deduzco que para lograr el soñado salto cualitativo del teatro local es imprescindible el respaldo institucional y, por supuesto, de la ciudadanía, pues las agrupaciones no pueden sostenerse solamente con el entusiasmo de sus miembros y con la gestión de sus líderes. Al respecto, observamos que durante los últimos decenios el Estado y sus agentes se limitan a administrar fondos concursables, donde los artistas avezados y emergentes deben competir para lograr un financiamiento parcial y eventual de sus programas.
En la actualidad no existe una política que subvencione proyectos a largo plazo y sustanciales (Escuelas de Teatro, temporadas permanentes, salas de teatro, creación y sostenimiento de conjuntos vecinales, etc.), entendiendo que esa es la única y mejor forma de lograr mejores y mayores resultados e impactos en la comunidad. Es claro que aún nos falta mucho por caminar para poder acercar a los ciudadanos que no tienen acceso al arte y la cultura, facilitando la comprensión de las obras artística, en procura de la formación de audiencias para la cultura o para una determinada actividad cultural, en este caso el teatro.
El hecho de estar sujeto a la posibilidad de ser ganadores de un concurso afecta derechamente la continuidad, la calidad y sustentabilidad de proyectos que podrían beneficiar a muchos sectores poblacionales, especialmente a aquellos que están divorciados socialmente de este quehacer artístico. Sin duda, esta es una de las tantas debilidades del actual paradigma cultural chileno.
Por otra parte, las instituciones que les compete fomentar y orientar el quehacer cultural en las comunas tampoco asignan recursos sustanciales a la creación y proyección de elencos estables y profesionales. A lo más, las entidades públicas y privadas contratan los servicios de un elenco para que haga una función para el Día de la Mujer, Día del Niño o Día del Teatro. En el concierto educacional los establecimientos todavía trabajan con la tradicional modalidad de talleres extraescolares, los que en algunos casos deben ser financiados por los mismos padres y apoderados.
Si examinamos lo que atañe a la difusión de las actividades, diríamos que ella se hace gracias al apoyo de algunos medios de prensa y radio, pero no existe una cartelera pública. En la práctica, los grupos deben hacer la propaganda mediante sus propias redes sociales o en la comunicación “cara a cara”. SERNATUR, por ejemplo, no divulga en sus soportes institucionales las actividades de verano que plasman los artistas. La Municipalidad no tiene una cartelera y menos contrata a los equipos teatrales para que hagan representaciones dirigidas a los turistas en la temporada estival.
El Consejo Regional de Cultura y las Artes solamente envía un correo con la programación a sus contactos, un círculo restringido y letrado. Me pregunto: ¿qué ocurre con la inmensa población? Simplemente no se entera de nada de lo que sucede en este ámbito. En contraposición, los espectáculos traídos de Santiago o lo show populacheros cuentan con la mayor divulgación y, además, se les paga altas sumas de dinero a los productores. Para ser justo, debo dejar al margen de esta crítica a algunos medios de prensa, como este que escribo, los que dan una amplia cobertura a la acción artística local, pero que no es suficiente, ya que para lograr motivar al público hace falta una política sostenida de propagación.
Otro tema no menor. ¿Qué pasa con el público? ¿Respalda a sus artistas? Siendo objetivo, diría que este tiene una actitud pasiva e, incluso, indiferente. Hoy por hoy, en nuestra ciudad como en el resto del país, impera la entretención fatua, evasiva y “light”. Quizás, a esta altura estemos viviendo una cultura prefabricada de patrones, noticias intencionalmente trastornadas, figuras y personajes colocados forzadamente para el consumo de lo intrascendente. Dicho de otra manera, consumimos diariamente, especialmente a través de los medios masivos de comunicación, una cultura que no da espacio para la reflexión crítica, alimentando emociones superficiales y rápidas en todos nosotros. Por eso no es de extrañar que en nuestra ciudad prosperen la instalación de bares, pubs, discotecas y otros centros de divertimentos pocos sustanciosos en lo cultural, propios de la modernidad impuesta por el modelo socio-económico vigente.
A propósito de nuestra realidad, no hay que indagar demasiado para darnos cuenta que la producción cultural ha sido orientada básicamente para subsistir. Estamos inmersos en un mundo que se privilegian los bienes y servicios culturales que tienen venta asegurada por estar ya consagrados en el rating “massmediático” y que se transan en el mercado con la obvia inaccesibilidad para aquellos segmentos sociales que tienen menos recursos económicos. Incluyamos a ello, la existencia de un evidente desequilibrio de los recursos financieros e infraestructura cultural entre la capital y las regiones. Esta desigualdad ha incidido en el acceso y consumo de la cultura artística, cuyo correlato lo encontramos en el centralismo cultural que opera en Chile.
Dado los antecedentes anteriores, es obvio que los problemas que atañen al teatro iquiqueño no están ajenos al modelo cultural vigente, el que se sustenta directamente con los temas asociados a la productividad y competencia, factores cuyo correlato lo localizamos en el modelo económico imperante.
Ante tal escenario, manifestamos que si se ponderara la cultura como palanca de desarrollo, nos referimos a esa toma de decisión política que considera las diferencias culturales, que integra las especificidades culturales en las estrategias, tomando en cuenta la dimensión histórica, social y cultural de cada comunidad, entonces el arte en general y el teatro en específico no sería el “pariente pobre” dentro de nuestra comunidad.
Avizoremos, entonces, que el trabajo escénico está en casa y es prioritario: valorar esta manifestación artística y a sus creadores. Dotarlo con nuevas instalaciones y servicios, elevar su trabajo estético, crear escuelas e institutos especializados y proteger al teatro iquiqueño entretejido por sus ancestrales lazos culturales. En conclusión, estas son nuestras responsabilidades ineludibles como sociedad.