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Haroldo Quinteros Bugueño / Profesor En el 239° aniversario de su nacimiento, don Bernardo O’Higgins Riquelme merece, por cierto, nuestro más cálido homenaje. A pesar... Homenaje a don Bernardo O’Higgins Riquelme

Haroldo Quinteros Bugueño / Profesor

En el 239° aniversario de su nacimiento, don Bernardo O’Higgins Riquelme merece, por cierto, nuestro más cálido homenaje. A pesar de sus humanos deméritos, fue, sin discusión alguna, uno de los más grandes patriotas de Chile y Latinoamérica, los mismos que arriesgaron y hasta dieron sus vidas por la libertad e independencia de Chile y de los pueblos que fueron colonias del imperio español.

Por muchos discursos que haya de por medio, este homenaje, si es realmente serio, consciente y sincero, no puede ser rendido por quienes han sido enemigos jurados de la verdadera independencia económica de Chile, como asimismo de la unidad corporativa de las naciones latinoamericanas, único expediente con posibilidad de éxito ante la dominación continental del imperio de hoy, el estadounidense, cual fue la explícita propuesta del patriota venezolano Simón Bolívar, a la que sin ambages se sumó O’Higgins. Tampoco puede ser sincero cualquier homenaje a Bernardo O’Higgins que provenga de quienes no reconocen los derechos de nuestro primer pueblo originario, los mapuches, por quienes el Libertador sentía profundo cariño y respeto. En este 20 de agosto, sólo recordaré dos situaciones con respecto al Padre de la Patria, casi olvidadas o ignoradas en nuestros días:

1. La bochornosa insolencia del pinochetismo de comparar a don Bernardo O’Higgins con su ídolo:

Cuando el 16 de octubre de 1998 el ex – dictador Augusto Pinochet cayó en Londres en las manos de la justicia internacional, sobre cargos de graves crímenes de lesa humanidad, los admiradores del tirano igualaron ese incidente con el exilio de O’Higgins en Perú. Tal paralelo es tan ridículo como imposible. O’Higgins fue expulsado del país y condenado al exilio por sus enemigos políticos, la traicionera aristocracia criolla, la misma que en 1823 posaba de chilena mientras que en 1810 se declaraba española. El Patriota, además, no queriendo que se derramara una gota más de sangre en Chile, luego de tantos años de sangrienta guerra, abdicó al mando sin recibir ningún beneficio pecuniario.

¿Puede compararse ese anhelo de paz para Chile con el gobierno del sanguinario dictador? Además, a diferencia del exiliado O’Higgins, Pinochet, desconfiando de nuestros médicos chilenos, no partió a ningún exilio, sino viajó por su cuenta a Inglaterra a operarse de la columna, y allá lo capturó el juez español Baltasar Garzón. ¡Cómo comparar a O’Higgins con Pinochet! Más todavía: el Libertador era un valiente. Cercado por las balas y las bayonetas realistas, a su grito en Chacabuco “¡O vivir con honor o morir con gloria!”, se opone la pregunta: “Gustavo, ¿y si nos matan?”, revelada por el general Gustavo Leigh a la prensa en los años 80, cuando invitó al entonces vacilante Pinochet a sumarse al golpe de estado que derrocó al Presidente Constitucional de Chile Salvador Allende en 1973. Finalmente, el Padre de la Patria murió sin bienes materiales.

Los pocos que tenía los repartió entre los inquilinos de la pequeña hacienda Montalván, que el gobierno peruano, agradecido, le regaló en el exilio, puesto que la última etapa de la guerra por la independencia del Perú fue enteramente financiada por el gobierno de Chile, a cuya cabeza estaba el Director Supremo Bernardo O’Higgins. El Libertador murió pobre; tanto así, que en su lecho de muerte quiso dar fe de ello pidiendo ser enterrado vestido con un hábito franciscano, como símbolo de su pobreza al dejar este mundo. El dictador Pinochet, en cambio, se enriqueció hasta lo indecible en el poder, enriqueciéndose él y su familia hasta más allá del hartazgo.

2. La relación de O’Higgins con el pueblo mapuche.

También llamo en este día la atención sobre el pensamiento indigenista de Bernardo O’Higgins. El Primer Padre de la Patria, que fuera en su infancia un niño bastardo llamado Bernardo Riquelme, fue matriculado por su joven madre doña Isabel en la escuela-internado “Colegio de Naturales de Chillán,” construido por los jesuitas en 1697, y regido por los padres franciscanos desde 1786. A este colegio sólo asistían los hijos de los caciques mapuches de Chillán, Los Ángeles y Concepción, de modo que doña Isabel debió conseguir un cupo especial en ese colegio, en el que su hijo estudiara en secreto. La razón del secreto era muy simple: no debía conocerse públicamente la identidad del pequeño Bernardo, hijo registrado en bautizo como ilegítimo; vale decir, no reconocido por su padre. Su progenitor era un irlandés, súbdito de la corona española, el ex – gobernador de Concepción y luego Virrey del Perú Ambrosio O’Higgins.

La infancia de Bernardo fue feliz. El pelirrojo niño de muy blanca tez y ojos azules se distinguía de lejos entre sus compañeros de escuela, los morenitos hijos de los lonkos, con quienes estudió, durmió, comió y jugó en su niñez. Aprendió allí a la perfección la lengua mapuche, como también las historias de los héroes de sus amigos, Lautaro, Caupolicán y Galvarino. No es raro, entonces, que la admiración, cariño y comprensión de los derechos de los mapuches que sentía el Libertador por nuestra primera etnia originaria, tuvieran inicio en su infancia. A diferencia de la derecha aristocrática de ayer y a la neo-liberal de hoy, tanto civil como militar, O’Higgins consideraba a los mapuches como chilenos, aunque un pueblo de identidad propia y como tal con derecho a un territorio propio. Es decir, don Bernardo veía a Chile como una nación pluricultural y sólidamente unida en el respeto a la diversidad étnica. Oigamos la voz del propio Padre de la Patria, a través de la carta fechada en marzo de 1819, dirigida al Consejo de Lonkos de Concepción, que transcribo en sus partes esenciales:

«El Supremo Director del Estado a nuestros hermanos los habitantes de la frontera del Sud.

Chile acaba de arrojar de su territorio a sus enemigos después de nueve años de una guerra obstinada y sangrienta. Sus fuerzas marítimas y terrestres, sus recursos y el orden regular que sigue la causa americana en todo el continente, forman un magnífico cuadro, en que mira afianzada su Independencia. Las valientes tribus de Arauco, y demás indígenas de la parte meridional, prodigaron su sangre por más de tres centurias defendiendo su libertad contra el mismo enemigo que hoy es nuestro. ¿Quién no creería que estos pueblos fuesen nuestros aliados en la lid a que nos obligó el enemigo común? (…) Siendo idéntica nuestra causa, no conocemos en la tierra otro enemigo de ella que el español.

No hay ni puede haber una razón que nos haga enemigos, cuando sobre estos principios incontestables de mutua conveniencia política, descendemos todos de unos mismos Padres y habitamos bajo el mismo clima; y las producciones de nuestro territorio, nuestros hábitos y nuestras necesidades respectivas nos invitan a vivir en la más inalterable buena armonía y fraternidad (…).Yo os ofrezco como Supremo magistrado del pueblo chileno que de acuerdo con vosotros se formarán los pactos de nuestra alianza, de modo que sean indisolubles nuestra amistad y relaciones sociales (…) Araucanos, cunchos, huilliches y todas las tribus indígenas australes: ya no os habla un Presidente que siendo sólo un siervo del rey de España afectaba sobre vosotros una superioridad ilimitada; os habla el jefe de un pueblo libre y soberano, que reconoce vuestra independencia, y está a punto de ratificar este reconocimiento por un acto público y solemne, firmando al mismo tiempo la gran Carta de nuestra alianza para presentarla al mundo como el muro inexpugnable de la libertad de nuestros Estados.”

¿Tienen algo en común las ideas del Primer Padre de la Patria sobre el pueblo mapuche con quienes lo han masacrado, despojado de sus tierras de habitación y labranza por siglos, además de no respetar su cultura y sus tradiciones? No, claro que no. Ante la permanente y brutal represión militar de Estado contra los mapuches, que se ha agudizado en las últimas décadas, la resistencia armada de ese pueblo ha sido sólo una consecuencia natural, lamentable hecho que no fue provocado por los hijos de Caupolicán y Lautaro. Que se reconozcan sus derechos, adquiridos legalmente hasta el pasado reciente, y habrá en la Araucanía la paz y la armonía con la que soñaba el Libertador.

Homenajear de verdad a Bernardo O’Higgins es creer sinceramente en su legado ideológico de independencia económica, unidad latinoamericana, justicia, paz y felicidad para todos los que vivimos en Chile, sin exclusión alguna.

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