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Milena Bravo Toro/Escritora Luego de recorrer tres comunas del llamado corazón de Bolivia y haber participado en la Conferencia Mundial sobre el Cambio Climático... Conferencia por el Cambio Climático y la Defensa de la Vida

milena bravoMilena Bravo Toro/Escritora

Luego de recorrer tres comunas del llamado corazón de Bolivia y haber participado en la Conferencia Mundial sobre el Cambio Climático y la Defensa de la Vida —un encuentro previo a las decisiones que se tomarán en la similar cumbre parisina agendada para fines de este mes—, vale dejar mi impresión de lo experimentado.

El día 9 de octubre y durante la noche, llegamos a un valle que se encuentra a más de 2.500 metros de altura. Fuimos recibidos por relámpagos. En la mañana dimos gracias a todos los dioses y por sobre todo a la Madre entre las madres: La Pachamama, nuestra mayor inspiración. Allí, en la verde Cochabamba, (de los vocablos quechuas: Lago y pampa) con sus construcciones de colores ocre y terracota; con su arquitectura colonial y moderna; con su lago y su tierra fecunda, los chilenos nos sentimos acogidos.

Demoraba dos horas el trayecto desde que salíamos de la escuela militar donde alojábamos hasta que llegábamos a la Universidad del Valle, un inmenso recinto arbolado lleno de jardines repletos de flores, donde repartían agua envasada en distintos puntos. Entonces, desde Tarata a Tiquipaya lográbamos apreciar la gran urbe de 1.300.000 habitantes. En sus amplias aulas elaboramos las propuestas junto a dirigentes indígenas y sociales, campesinos, empleados gubernamentales, de la construcción y de la minería, científicos, artistas  y ecologistas de los cinco continentes y por cinco días.

Participamos en la inauguración con fe en que aún se pueda salvar nuestro planeta. Primero aplausos y vítores para el anfitrión, el mandatario Evo Morales, luego el mismo entusiasmo con otros discursos. «No hay Plan B —repitieron los líderes— porque no hay planeta B». Conocimos al surcoreano Secretario General de Naciones Unidas; un ministro francés; un canciller cubano; al alcalde de Bogotá; al científico  indio Rajenda K. Pachauri; al ministro de Relaciones Exteriores boliviano y al argentino Premio Nobel de la Paz 1980.

Embelezados en esa aventura, trabajamos cada quien en los temas de su interés, solidarizando con el clamor popular para que se elija usar energía eólica y solar y se desechen proyectos termoeléctricos, hidroeléctricos y nucleares; para que la temperatura del planeta disminuya; para que no aumente el nivel de los océanos; para que volvamos a respirar aire puro y a tomar agua limpia. ¿Acaso es mucho pedir a todas las naciones que moderen las emisiones basura que arrojan al medio ambiente? ¿Acaso es tan difícil reciclar los materiales usados?

 Por mi parte asistí a la conferencia sobre la necesidad de crear un Tribunal Mundial para castigar a quienes destruyen el planeta dictada por el famoso juez Baltazar Garzón. Luego en una sala atiborrada de gente, un ecologista brasileño ofreció una charla sobre forestar y reforestar el mundo que me dejó más motivada que nunca.

 En la clausura, realizada en el coliseo municipal de Collapullo, donde se sumó el guayaquileño presidente Rafael Correa, coincidimos en que se nos hizo corto el tiempo, pero que había que volver cada uno a su realidad y, ojalá, después —de dimensionar en su total magnitud los problemas que se  enumeraron—, difundir los acuerdos.

Las resoluciones de la Cumbre de los pueblos por el Cambio Climático y la Defensa de la Vida, podrían sintetizarse en: tratar de vivir bien, detectando las amenazas a la existencia; luchar contra la mercantilización de la naturaleza; elaborar la Carta Universal de la Madre Tierra y, la más ambiciosa de todas, crear un Tribunal Internacional de Justicia Climática que sancione drásticamente a los países que incumplan sus compromisos.

«Pachamama o muerte», fue la consigna mil veces repetida. Y ese es el único vaticinio. Si no cuidamos nuestra casa, pereceremos. Si cuidamos nuestro hogar seguiremos avanzando como civilización.

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