Edición Cero

Esther Gómez, Centro de Estudios Tomistas En menos de 15 días hemos experimentado pena, incertidumbre y alegría. Y así, hemos vivido la sorpresa ante la... ¡Habemus Papam Franciscum!

Esther G. _ Tomás de AquinoEsther Gómez, Centro de Estudios Tomistas

En menos de 15 días hemos experimentado pena, incertidumbre y alegría. Y así, hemos vivido la sorpresa ante la renuncia de un Papa, Benedicto XVI ahora Papa emérito, un cierto sentimiento de orfandad vivido desde la oración intensa por el colegio de cardenales y el cónclave, y, por fin, la alegría y seguridad de tener un pastor y padre para la Iglesia Católica, S.S. Francisco.

Momentos históricos, pues nunca se había vivido en la Iglesia la renuncia de un Papa en estas circunstancias. Las anteriores, de las cuales la última es de inicios del siglo XV, se dieron en otras situaciones; las de un cisma en la Iglesia –había más de un Papa y uno de ellos renunciaba a favor de otro-; o porque el Obispo de Roma era exiliado de la ciudad y dejaba a otro en su lugar –en los primeros siglos-, o el caso de Celestino V –siglo XIII- que era ermitaño y dos meses después de haber sido elegido Papa, dijo no estar preparado para tal responsabilidad. Pero el caso de Benedicto XVI es distinto.

En efecto, tal como él explicó, era algo que había pensado mucho y para lo que quiso prepararnos. Así sucedió el año 2010, al responder a la pregunta del periodista alemán Peter Seewald acerca de si un Papa podía renunciar. Las palabras recogidas en Luz del mundo fueron muy claras: “cuando un Papa llega a la clara conciencia de que ya no posee la capacidad física, mental o psicológica para desarrollar la tarea que le ha sido confiada, tiene el derecho y, en algunos casos, incluso el deber de renunciar”. Esto encuentra gran paralelo con las palabras de la renuncia, que ha de ser un acto realizado sin precipitación, libremente y en plena conciencia, motivado por razones objetivamente serias –en este caso pérdida del vigor físico para asumir las responsabilidades propias del sucesor de Pedro- y de acuerdo al Derecho Canónico que rige la Iglesia.

Esta era una opción que, aunque sí estaba contemplada, la manera práctica de llevarla a cabo, en cambio, se ha conocido en estos últimos días. Benedicto XVI pasa a ser Papa emérito, lo cual indica que su ministerio de gobernar, enseñar y santificar al pueblo de Dios no lo ejerce directa sino indirectamente, a través de una vida entregada a la oración. No se baja de la cruz, como él mismo explicó en su última audiencia, sino que sigue en ella, pero de otra manera. Por amor a la Iglesia y a Dios, dio este paso; y también por ese mismo amor otros han seguido hasta el final. Ese amor y una gran fe, junto con un magisterio luminoso y un humilde y valiente servicio a la verdad al frente de la Iglesia estos ocho años, son su gran herencia.

Y ahora, con los ecos de esta noticia aún en el aire, los católicos damos gracias a Dios por habernos dado un Papa, un nuevo sucesor de Pedro y Vicario de Cristo. “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Comenta al respecto Santo Tomás de Aquino que Pedro –y cada uno de sus legítimos sucesores- ha sido constituido por Cristo como piedra sobre la que se edifica la Iglesia no por méritos propios sino por haber reconocido en Jesucristo al Hijo de Dios y Salvador del mundo. Esta autoridad vicaria o sustitutiva tiene un fundamento divino, por el que “ha permanecido siempre fiel” a lo largo de los siglos (Catena aurea, Comentario a Mateo 16).

Damos gracias porque, fuera el que fuera, es el que el Espíritu Santo, al que con fervor se invocó antes de cerrar las puertas de la Capilla Sixtina, sugirió como Papa a los Cardenales reunidos en cónclave. Pero además de gratitud, de nuevo se asoma el asombro alegre, porque ha sido elegido un pastor procedente de América del Sur, del continente con mayor número de católicos. El Cardenal Bergoglio, ahora Papa Francisco, ha guiado a la Iglesia de Buenos Aires largos años con un espíritu de profunda austeridad y sencillez, de valiente defensa de la vida ante la “cultura del descarte” –aborto y eutanasia- y realizando gestos muy elocuentes de amor a los pobres, los de cuerpo y los de alma. A sus 76 años, asume la misión de gobernar la Iglesia y de conducirla en la tarea de la nueva evangelización iniciada por Benedicto XVI para la que se pone bajo la especial protección del santo de Asís, cuyo amor a la pobreza y su predicación del Evangelio dieron un impulso a la Iglesia de su tiempo.

Timothy Dolan, Arzobispo de Nueva York, horas después de la elección del nuevo Papa, se confidenciaba: «Existe una sensación de alivio en todos nosotros porque ahora sabemos que tenemos un buen pastor, un hombre con los pies en la tierra, un hombre de confianza y aplomo, con una hermosa sinceridad y humildad».

Gratitud y compromiso de seguir acompañando con la oración y el servicio en fe y caridad a la Iglesia en su caminar en el siglo XXI, guiada a partir de ahora por S.S. Francisco.

Los comentarios están cerrados.