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Iván Vera-Pinto Soto / Antropólogo Social, Magíster en Educación y Dramaturgo Las representaciones del adiós, la ruptura con su entorno, el destierro sobrevenido por razones... Todos Vuelven

Iván Vera-Pinto Soto / Antropólogo Social, Magíster en Educación y Dramaturgo

Las representaciones del adiós, la ruptura con su entorno, el destierro sobrevenido por razones políticas o ese accidente impensado de la vida, son temáticas inherentes al tango, el vals y el bolero. Estos trascendentales argumentos forman parte del repertorio de la llamada poesía del dolor y el abandono; expresión literaria que intenta interpretar esa dimensión tan íntima, individual e intransferible como es el desarraigo.

La vida o el destino a veces nos obliga apartarnos de la familia y de nuestra tierra, pero todos, de una u otra manera, retornamos a nuestras raíces aunque sea en pensamiento. De esa situación y  ese sentimiento nos habla el popular vals peruano «Todos Vuelven». Una melodía del compositor  César Miró que se convirtió en el siglo pasado no sólo en un himno para los inmigrantes peruanos, sino también  para muchos hombres y mujeres de diversas nacionalidades que vinieron a trabajar a la pampa salitrera de Tarapacá y Antofagasta.

La verdad que esta canción ha calado muy hondo dentro de los corazones de peruanos y antiguos pampinos; tal como lo fue en su momento para exiliados latinoamericanos el tango “Volver”, cuando  miles de familias tuvieron que marchar a extraños territorios en la década de las dictaduras militares.

Tarde o temprano, cuando estamos lejos de nuestra casa, de nuestros seres queridos, nos baja una fuerte nostalgia que nos estremece hasta lo más profundo. En ese minuto comenzamos a evocar el lugar donde aconteció nuestra infancia y juventud; volvemos a rememorar nuestras costumbres y tradiciones, pero sobre todo, a revivir aquellas imágenes que nos llenaron de energía y alegría.

«Todos vuelven a la tierra en que nacieron, / al embrujo incomparable de su sol, / todos vuelven al rincón donde vivieron, / donde acaso floreció más de un amor…». Así dice el emotivo estribillo que por primera vez fue interpretado por la cantante Jesús Vásquez el año 1941. Al parecer este vals tiene mucha razón; porque en medio del  vértigo de los días que vivimos, algunas personas, no se si para bien o para mal, nos inclinamos a refugiarnos en los recuerdos que el implacable paso de los años suele hacer desaparecer.

Al margen de nuestra voluntad, la nostalgia suele apresarnos súbitamente – más aún cuando forzadamente estamos lejos de nuestra Patria-  , introduciéndonos en las profundidades del inconsciente, transformando mágicamente lo distante en presente. De esta manera la añoranza nos hace transitar, en tiempo real o imaginario, hacia el espacio originario, casi siempre recreado e idealizado por nuestra fecunda imaginación.

Me figuro que esa misma emoción habrán sentido los cuarenta mil refugiados peruanos-tarapaqueños que desembarcaron en los años  30 del siglo XX en el puerto del Callao, cuando fueron injustamente expulsados por la Liga Patriótica chilena.

La misma huella que en estos días ha marcado a más de tres millones de peruanos que en diversos países han intentado superar los obstáculos como el visado, la persecución a los ilegales y la penosa adaptación a un medio social que desconocen. El mismo trauma que sufrieron en 1980 los pobladores de la ciudad de Huamanga, en Perú, y que quedó reflejado en dolidas canciones que revelaron la tristeza de un pueblo que sufrió con la violencia demencial de las fuerzas senderista y militares.

La vida esta preñada de memorias que generalmente afloran ante cosas tan simple como al escuchar una canción que nos habla de nuestro terruño, que tal vez no fue ni mejor ni peor, pero que constituye la recóndita sustancia de nuestro espíritu que se niega a perecer. Tal como expresó César Miró, sólo bastaría colocarnos «bajo el árbol solitario del pasado» para ponernos a divagar con los aromas del ayer, de nardo y de rosa, de luna y de miel.

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