Edición Cero

«Quémame los Ojos», se denomina el cuento que el autor iquiqueño y pampino, que escribe bajo el pseudónimo de Segundo Cortes, es publicado en... «Quémame los Ojos», cuento de autor iquiqueño y pampino es publicado en Portal Internacional

«Quémame los Ojos», se denomina el cuento que el autor iquiqueño y pampino, que escribe bajo el pseudónimo de Segundo Cortes, es publicado en prestigioso portal internacional www.piensachile.com lo que se suma al primer cuento que ya fuera publicado por Edición Cero «Esperando a Timo». Ambas piezas literarias, constituyen según el mismo creador, un tributo a la pampa.

Lea acá la publicación en Piensa Chile:

 

-¿Por qué me quedé aquí,  empapado de tiempo y soledad, en este inmenso océano de sal sin orillas que es la pampa nortina?…

-Sí, debo decirlo y repetirlo, una y otra vez, hasta el infinito si es necesario… ¿Por qué me quedé aquí cuando todos se fueron?..Esa y no otra es la gran pregunta… ¿Qué razones me llevaron a permanecer acá,  cuando esta salitrera, como tantas otras, paralizó a fines de los cincuenta?…

 

-Y es bueno que ustedes lo sepan, ya que han venido hasta aquí a visitar lo que queda del campamento. Vienen, es cierto, con un poco de curiosidad, y con algo de recelo también, porque la soledad y el sol parecen confundirse en uno solo y pesan demasiado en este desierto, sobre todo al mediodía…

-Les contaré de primera mano lo que aquí ocurrió (y todavía ocurre).  Les diré la verdad, sin ocultar los hechos, sin disfrazar situaciones ni alterar circunstancias, lo que pasó, pasó…

-No, no es necesario que lo digan, les adivino la incredulidad en la cara, y les entiendo bien, créanme, es natural que les parezca incomprensible… ¿Por qué me quedé aquí, en Jamberston, cuando  a todos los demás  no les quedo otra opción que marcharse?…

-Es lo que me propongo contarles, no teman, nada de otro mundo, (algunos terminan creyéndolo). A muchos otros, que también vinieron a conocer el campamento, como ustedes ahora, les he contado mi verdad de los hechos, y cuando lo he dicho casi todo, suele suceder que no falta el que se acuerda de haber oído algo, un comentario al pasar, un rumor lejano, como el monótono  sonido del viento entre las calaminas, sobre lo ocurrido en la piscina, y entonces ya no quieren seguir escuchando, y ya no quieren  saber de nada, y se alejan asustados, murmurando algo de fantasmas o de aparecidos, como si yo eludiera hablar de los hechos de la piscina, como si yo…

“Deja que tus ojos me vuelvan a mirar,

Deja que mis labios te vuelvan a besar,

Deja que tus besos ahuyenten las tristezas,

Que noche tras noche me hacen llorar…”

Dim lights

-Sí, tendría que hablarles de muchas cosas para que entendieran por qué me quedé aquí, y no sé si  alcance el tiempo para explicarles. Y me refiero al tiempo de ustedes, porque a mi tiempo es lo que me sobra… Pero, luego oscurece y se viene la camanchaca, como un preludio de la noche, helada como siempre…

– ¿Saben? con los años he aprendido que la gente se conforma con unas cuantas verdades,  no muchas tampoco, suficientes para que sus vidas tengan algún sentido, algunas orientaciones básicas para pararse en este mundo, aunque sean verdades a medias, y con eso les basta, no les interesa confrontar ni cuestionar sus creencias y convicciones…

-La gente, en su mayoría, posee  escasa capacidad para soportar las dudas y la incertidumbre, prefieren las verdades reveladas de una vez y para siempre, los sucesos simples e inevitables, algo así  como después de la noche viene el día, así ha sido y así será, lo que ha de ocurrir ocurrirá,  tarde o temprano,  no hay para qué buscarse complicaciones ni elucubrar sobre respuestas que no tenemos o no sabemos…

-Por eso, cuando alguien como yo, les habla sobre otra dimensión de la vida, (o de la muerte) y les cuenta otra versión de los hechos, porque los viví y porque siempre he estado acá, de inmediato los veo ponerse  a la defensiva, reticentes a escuchar y enterarse que otras realidades pueden ser posibles, bajo ciertas circunstancias, claro, por eso digo que tendría que hablarles de muchas cosas, espero que no tengan prisa, y yo no pretendo retenerlos más de la cuenta mientras recorren el campamento, no olviden que ahora ostenta el pomposo título de patrimonio de la humanidad……

-Es curioso, pero, nunca termino de admirar la infinita capacidad de asociaciones mentales inexplicables que nos ocurren a cada momento.   Un simple hecho, un gesto, una palabra, un aroma, una melodía, bastan para establecer conexiones con otros sucesos, deshilachados en el tiempo, con recuerdos olvidados, con otras situaciones, reales o inventadas, no interesan. No me negarán que a ustedes les habrá ocurrido también más de una vez…

-A eso quería llegar, porque a mí me ocurre mucho, sobre todo con las canciones, las que se escuchaban aquí en esos años, y que se quedaron grabadas para siempre en mi memoria, cada una asociadas a trozos de mi vida, a instantes, reales o imaginarios, a retazos de alegría, ansiedad o  pena, a momentos fugaces, únicos y  en apariencia irrepetibles…

“Lejano estoy de un gran amor,

del cual fui dueño,

Lejano estoy ¡oh corazón!

¿Por qué me apenas?…

 

-Pero, ustedes saben  bien como yo, que no es así; ustedes saben bien  que con una simple canción o melodía  podemos volver siempre a recrear algo de lo vivido, una y otra vez, solo basta con evocarlas,   o tararear alguna de ellas, y nuestra memoria se activa, y se llena de imágenes, como si fuera la pantalla de un cine…

-Así me pasa, y me seguirá pasando, inevitablemente, con el “Corazón de Melón”, por nombrar alguna, que cada vez que me parece escucharla entremedio del viento de la tarde o la soledad de la noche, me veo regresando al cuarto de soltero de mi amigo Rolando, y a la Marilincita, que me sonríe con esos ojitos soñadores desde la portada de la revista “Ecran”, pegada en la pared de ese modesto cuarto de  paredes de cal y piso de tierra,  endurecida por el trajín acumulado de innumerables ocupantes…

-La sigo y la seguiré viendo siempre, con esos inmensos y acariciantes ojos, y esa sonrisa imposible de replicar y que era como un regalo a la vida en la aridez de estas pampas. La veo y  la imagino que baila para mí el Corazón de Melón, “Sin ella, sin ella”, dice el estribillo, pegajoso como chicle. Ustedes de seguro no la recuerdan, es una de las tantas   canciones  de esa época, ya lejana, pero, a mi me basta tararearla o sentir que la escucho, para ver nuevamente clarito a la Marilincita, como la primera vez que la vi, con esas medias negras con hoyitos, y su cabecita un poquito ladeada, con las manos tomándose las rodillas,  y su  hermoso y dorado pelo cayendo sobre sus hombros desnudos…

-Y si escucho algo de la Huambaly, de inmediato me ocurre que me veo  regresando nuevamente a la piscina, junto a una tropa de chiquillos, gozando del agua fresca, del aroma agridulce de los algarrobos, y de la voz de Humberto Lozán que viene del bar y quémame los ojos si es preciso vida,  inundando todo el recinto, incluida la galería de madera, donde los obreros y las mujeres se sientan a mirar a los bañista, niños y adultos, que alborotan y chapotean en el  agua, sin apuro, como si tuvieran todo el tiempo del mundo…

-Sí, recuerdo siempre el bullicio de la piscina rompiendo la modorra del campamento, agobiado por el inclemente sol de cualquier tarde de domingo… La piscina, sí, la piscina, no teman, no eludiré hablar de ello, porque ya no sé si ahí terminó todo o empezó todo lo que  ocurrió después…

-Pero, no nos adelantemos, vayamos con calma, ya les dije, tiempo es lo que me sobra; vean, aquí está la plaza, que era como el corazón del campamento, aún conserva los algarrobos que en el día daban sombra fresquita cuando el sol pegaba fuerte, y al atardecer o en la noche, lugar para juntarse a conversar, a compartir,  o hacer tiempo antes de entrar al teatro, que ustedes ven al frente,  pintado siempre de amarillo, hasta el día de hoy, y donde íbamos semana a semana a sufrir con las peripecias de Dick Tracy y su lucha con el hombre invisible, con las aventuras de Tarzan, lidiando con fieras terribles, y los infaltables y heroicos vaqueros eliminando siempre indios malvados, mientras los mayores hacían fila para sufrir también, con los ojazos negros de la María Félix, con Pedro Infante, y la Elsa Aguirre, o Pedro Armendáriz, o disfrutábamos todos, en familia, grandes y chicos, con Cantinflas, Tin Tan y las contorsiones de Resortes…

-Pueden ver también en torno a la plaza la pulpería, que pertenecía a la Compañía y vendía de todo, desde los remedios hasta los licores, y donde se compraba con vales,  y decían, con los precios recargados. Por eso, cuando se disponía de algunos pesitos extras, las mujeres se iban a comprar a Pozo Almonte, que está cerquita de aquí, o bajaban a Iquique, y así, les sacaban más provecho a la platita, siempre esquiva en el bolsillo del pampino…

-Y qué decir de la iglesia, donde muchos hicimos la primera comunión, motivados por las enseñanzas de los curas oblatos, que habían venido desde Canadá a fortalecernos en la fe, y así, facilitarnos el camino al cielo, decían ellos, mientras estudiábamos con devoción el libro de catecismo, y cantábamos inspirados aquello de “Mi buen Jesús, yo creo firmemente, de recibir la santa comunión”,contemplando, entre temerosos y admirados, las imágenes en serie de la pasión de Cristo, sintiéndonos más empequeñecidos de lo que éramos entre los pilares de pino oregón, aspirando el aroma dulzón de  la madera que lo impregnaba todo…

-Es justo decir, que a los oblatos, la tarea  evangelizadora nunca les demandó gran trabajo, porque aquí  todos éramos muy creyentes.    Por eso creo que la inmensa fe que albergaban  sus corazones, y su convicción en la buena nueva que ellos predicaban, inmune a toda duda, fue la que les impidió vislumbrar que en este mundo, donde las contradicciones abundan tanto como las piedras en este desierto, hasta Dios suele confundirse, y se equivoca a veces, lo digo también por lo que ocurrió después…

“Cuartito azul, de mi primera pasión,

Vos guardarás todo mi corazón”…

“Si alguna vez volviera la que amé,

vos le dirás que nunca la olvidé”…

Dim lights

-Pero, también me acuerdo, clarito, que fue en el teatro donde hablaron Jorge Alessandri y Eduardo Frei, para la campaña presidencial del 58. Pasaron uno tras otro, en su recorrido por los polvorientos caminos de la pampa, captando votos por las salitreras que aún laboraban en este desmedido desierto que es el norte de Chile.  Vinieron con sus  comitivas, unas más bulliciosas que otras, y nos dejaron atrapados entre la ilusión y la esperanza; fue como un encantamiento colectivo, donde las palabras trabajo, dignidad y justicia, afloraron repetidamente en la vehemencia de los discursos.

-Y cuando llegó Allende, que pasó al final, y era al que más nombraban los pampinos, porque decían que esa vez sí ganaría las elecciones, las cosas fueron muy distintas, porque él no habló en el teatro, no, él prefirió hacerlo en la plaza, al aire libre.

-Ese día hubo desde temprano un ambiente como de fiesta en el campamento,  la plaza engalanada con papeles de colores colgando de los algarrobos, y hubo música, hubo discursos, hubo alegría y esperanzas, y vi a muchas  mujeres ponerse la  ropa de los domingos, y vi también a los obreros que  vinieron directamente de las calicheras y de las diversas secciones de la planta procesadora, para escuchar la palabra firme y decidida de ese hombre de gruesos anteojos que se había ganado la simpatía y la confianza de la mayoría de los pampinos, y que muchos aseguraban ya estaba con un pié dentro del palacio donde dicen se gobierna…

-No hubo pampino en esos meses previos a las elecciones, a quien no se le sonriera la máscara. Después de todo, no dejaba de ser reconfortante que aquellos importantes hombres que aspiraban a dirigir el país, también se acordaran de ellos, de los pampinos, en el febril ajetreo de sus campañas electorales.

-Sí, fue hermoso soñar, entonces, en que las pocas salitreras que se mantenían en actividad no paralizarían, y así, nadie se vería obligado a abandonar la pampa. Habían paralizado tantas en esos años, que muchos pensaban y creían firmemente que las dos o tres que quedaban lograrían salvarse del cierre definitivo, porque, hay que decirlo, salitre había y hay todavía…

-Pero, los sueños, mientras más hermosos, más frágiles, como pompas de jabón, porque lueguito vino el desencanto, la desilusión, al final triunfó Alessandri, por escasa ventaja sobre Allende, dijeron, y ese hecho fue como una mala señal para los pampinos, porque al año siguiente, las últimas salitreras, incluida Jamberston, paralizaron definitivamente sus actividades.

-El fantasma que durante esos años había rondado la zona, se materializaba al fin, mostrando su rostro burlón a los hombres y mujeres de la pampa…

-Los menos se resignaron, pero, la mayoría se resistía a aceptar una verdad tan dura, tan desoladora… ¿marcharse?, ¿irse a otra parte?, ¿Así de simple?… En la incertidumbre de los días que precedieron a la paralización, los pampinos, reunidos en improvisados grupos en la plaza, en la piscina, y en el local del sindicato, las mujeres en la pulpería o en el mercado, barajaron infinitas razones para hallar respuestas que proporcionaran, al menos, algo de conformidad frente a lo irremediable… Y no faltaron los que sostuvieron, convencidos, que la causa principal estaba en la derrota de Allende.

-Pero, en el fondo, todos sabían de antemano las verdaderas razones del término definitivo de las faenas, y la búsqueda de razones no era más que un ejercicio piadoso para hacer más digerible una realidad dura y cruel. Y esta era pura y simple: para los dueños de las compañías, y

sus accionistas, ya no era rentable continuar la producción, porque ningún país, decían, quería salitre con esos precios, y preferían comprar un sustituto, más barato, porque era sintético, y servía lo mismo que el nuestro, que se extraía de la misma tierra.

-Y demás está decir, que las consecuencias que trajo consigo la paralización,  fueron muy distintas para unos y otros. Para las Compañías, dueñas de los yacimientos, entidades que operaban y dirigían desde la distancia,  sin rostros reconocibles, casi sin nombres y apellidos, para ellas no era más que el fin de un negocio, como cualquier otro, que ya no generaba ganancias, un hecho simplemente circunstancial, que no tenía porqué significar algún tipo de drama, menos cuando se ha amasado suficiente capital proveniente de un mineral  que ha dejado de ser ventajoso en el juego de la oferta y la demanda… Así de simple… Para ellos…

-Pero, para  los pampinos… Para los pampinos era el fin de algo mucho más profundo, más vital, que iba mucho más allá de la mera pérdida de una fuente laboral. Si ya no se podía producir  salitre, no quedaba otro camino que marcharse, abandonar la pampa, dejar una tierra que, aunque dura, los había acogido, a sus padres, y a los hijos de sus hijos.

-Fue aquí, en estas pampas, donde muchos construyeron su espacio en este mundo ingrato, fue aquí donde decidieron hacer sus vidas, dejando desgranar los años, el tiempo para las alegrías y las penas, y donde muchos terminaron dejando sus huesos en el cementerio de Pozo Almonte.

-Fue aquí donde a pesar de las vicisitudes y las siempre limitadas condiciones económicas, hubo también el tiempo para tejer sueños y esperanzas en días mejores, y fue aquí, también, donde muchos pampinos alimentaron año tras año su ilusión más preciada, enviar, aunque fuera a uno solo de sus hijos, a educarse al puerto, o hacia el sur, a la normal de Antofagasta, o a la escuela de minas, de Copiapó…

-Ilusiones, puras ilusiones al fin y al cabo, porque la realidad era muy distinta, más implacable y rotunda, porque los hijos asumían con frecuencia el puesto que los padres dejaban, vencidos muchos por la silicosis, una enemiga de los pampinos que no sabía de perdones.

-Es que el salitre era así, exigente. Parece que sabía que era él quien hacía posible la vida en estos peladeros estériles, donde es inconcebible imaginar siquiera llegar a tener un pedazo de campito con siembras, como allá en el sur que, dicen, se ve puro verde por donde se mire.

“Deja que mis sueños se aferren a tu pecho,

Para que te cuenten cuán grande es mi dolor,

Déjame estrujarte con este loco amor,

Que me tiene al borde de la desolación…”

Sí, cómo no me voy a acordar de todo clarito, si fue una de las tardes de ese verano, más caluroso que de costumbre que ocurrió lo de la piscina… ¿Lo ven?, se los dije, que no iba a eludir hablar sobre ello, si aquí fue un suceso muy comentado, que generó críticas y reclamos a la Compañía por esa imperdonable negligencia de tender cables eléctricos por entremedio del entarimado que usábamos para lanzarnos al agua…

-Yo lo último que recuerdo, antes de retroceder de espaldas para tener más espacio y así correr luego por el tablón y volar en el aire con alguna pirueta y lucirme ante el público que no faltaba en las graderías, fueron las afinadas voces de los Embajadores Criollos que llegaban nítidas desde los parlantes del bar…

-¿Qué ocurrió después?…La verdad no lo recuerdo bien, ustedes entenderán que no es ninguna travesura recibir un golpe de corriente eléctrica, y más encima mojado como estaba. Recuerdo algo como que me sentí cayendo interminablemente como a un pozo sin fondo, y creí sentir también, como viniendo de muy lejos, algunas voces que me llamaban y luego que lloraban con infinita e inconsolable pena…

-No sé cuánto tiempo pasó, pero, después me vi a mi mismo regresando, como desde otro tiempo, y sentí que volvía recuperado, sin dolores ni cicatrices en el cuerpo ni en el alma,  aunque nadie lo creyó y aceptó nunca, me di cuenta porque después de un tiempo dejaron de verme, pero, no me importó porque me bastaba con saber que yo seguía rondando por todo el campamento, muy cerquita de todos ellos…

-Sí, para lo que sepan de una vez, yo fui quien se asomó al abismo insondable de la muerte, y pudo regresar para contarlo, aunque muchos dijeran que a la muerte no se la desaira nunca así, como yo lo hice, y no faltaron los fatalistas que atribuyeron al accidente  de la piscina el preludio de otras muertes, también inevitables, el de las propias salitreras que se mantenían aún laborando…

-Y éstas otras muertes, con implicancias colectivas, porque eran como mil muertes, todas juntas cayeron como una lluvia de desgracias sobre los hombros de los pampinos, y no hubo ningún lugar seguro donde guarecerse, y muchos sintieron entonces por primera vez el desamparo en sus vidas, y la dolorosa sensación de sentirse ajenos en su propia tierra, y como al garete, a merced del viento terroso de las tardes, que viene desde el mar y que se pierde en dirección de la cordillera.

-La chimenea de Jamberston, cuya  altura se destacaba imponente a la distancia y podía verse desde los campamentos cercanos, como un faro que anuncia con el humo que se eleva a los cielos que en este desierto la vida se movía  incesante, día tras día, se apagó definitivamente… Y así se quedó, como la pueden ver hasta hoy, sigue en pié, imponente  todavía, pero sin vida, y carcomida silenciosa y lentamente por el oxido y el olvido…

-El gobierno de entonces, que se sepa, no dijo ni hizo nada ante la paralización, porque la explotación de los yacimientos estuvo siempre en manos de capitales privados, nacionales y extranjeros.

-Y claro, quien invierte, lo hace para ganar, dicen, porque la economía tiene  sus propias leyes, inmodificables, que si se alteran, puede sobrevenir el caos, algo así como el fin del mundo,  para ellos, claro, para las Compañías, que saben siempre aprovechar bien todas las posibilidades de un negocio…

-Por eso sería, pienso yo, que cuando paró definitivamente la producción, la compañía desmanteló rápidamente las instalaciones de la planta procesadora, y se llevó o vendió todo lo que tuviera algún valor comercial. Se invierte para ganar, dicen, y siempre están repitiendo la cantinela de que un país progresa solamente cuando todos trabajan y se esfuerzan…

-Y así debería ser, digo yo, a pesar que aquí los pampinos siempre le pusieron el hombro al trabajo, le pusieron sudor y más de una lágrima, y a veces hasta su propia sangre, sin embargo, ¿progreso?… Hasta por ahí no más…

-Muchas veces, para mejorar sus condiciones de vida, no tuvieron otra opción que recurrir a la huelga, porque los pampinos siempre fueron gente bien organizada, gente que tenía muy en alto la conciencia y la convicción de que la unión hace la fuerza, y tenían sus sindicatos, y hacían frente al conflicto, y las mujeres se sumaban también, codo a codo con ellos, y formaban comisiones que bajaban a Iquique, en busca de un acuerdo, alguna solución, alguna mejoría en sus vidas, acuerdo que siempre resultaba trabajoso con los representantes de la compañía, y es muy justo decir que en Iquique nunca faltó quien solidarizara con sus demandas.

-Pero, también ocurría que a veces la huelga crecía al extenderse el conflicto a las salitreras vecinas, y la solución se tornaba complicada. Entonces era cuando las autoridades de turno, recurrían a los militares, que subían desde Iquique a hacerse cargo de la situación. Y llegaban siempre decididos a restablecer el orden y la tranquilidad que los pampinos, decían, alteraban con su modo colectivo de presionar, y más de una vez, buscaron a los dirigentes y se los llevaron… Algunos, con suerte, regresaban, otros simplemente se “perdían” en la vastedad de la pampa…

-Y siempre decían que era necesario reanudar las actividades laborales, que la gente debía volver al trabajo, porque solamente los revoltosos quieren el desorden y la ruina de la patria, un discurso muy parecido, decían los pampinos más viejos, al que les endilgaron a los huelguistas que bajaron a Iquique, a la escuela Santa María, previo a la masacre que después ocurrió allí, hace ya muchos años atrás…

-Y es bueno precisar, para que las cosas queden clarito, como el agua, que los pampinos sí que fueron gente patriota, y nadie perdía ni un gramo de chilenidad,  cuando en las heladas noches, algunos  sintonizaban en sus aparatos Philco o Telefunquen, los programas de la radio América, de Lima, la voz del nuevo mundo, como rezaba su slogan, o los sentimentales radioteatros de la radio continental de Arequipa…

-Sí, aquí se hacía patria todos los días, pero, no de esa manera aparatosa, que les gusta tanto a algunos, ni con encendidas arengas que exaltan virtudes, donde a uno, que es de carne y hueso, le cuesta a veces reconocerse; no, aquí se hacía patria, con esa disposición, pura y sencilla, de querer vivir y morir en este desierto árido, ligado a la sal de la tierra, y a este sol implacable que oscurece, curte y reseca la piel, pero, nunca el corazón…

-No, no es cierto que los pampinos no fueran patriotas, como decían, cuando habían huelgas, ustedes deberían haber visto cómo se conmemoraba aquí el 21 de mayo. Era bonito ver, entonces, todo el campamento embanderado, y la plaza y las calles adyacentes se engalanaban con guirnaldas de papel con los colores patrios, y  nuestros padres se encalillaban para que en el desfile del mediodía pudiéramos estrenar zapatos nuevos.

-Y con mayor razón para las fiesta dieciocheras, porque duraban un par de días, también con desfiles y actividades alusivas y recreativas. Eran los días para disfrutar, escuchando y bailando con las canciones cuyas letras, sencillas como ellos, hablaban de asuntos cotidianos, de sentimientos, de amores, de ilusiones, de alegrías y de penas, y por eso  sentían tan cercanas las voces de la Huambaly, de Julio Jaramillo, Los Panchos, o Argentino Ledezma.

-O temas más alegres, más movidos, que insinuaban situaciones de vidas despreocupadas, lejanas al drama cotidiano de la subsistencia,  con Perez Prado, la Sonora Matancera, o Los Cinco Latinos, que recién estaba apareciendo y ya hacían furor a fines de los cincuenta.

 

-Sí, los pampinos también sabían ser alegres cuando la ocasión lo requería, entonces sacaban afuera la dicha de estar vivos, con salud, y un trabajo, aunque duro y no siempre bien compensado, les permitía subsistir y pasar por este mundo sin ninguna otra pretensión de trascender, más allá de formar una familia, siempre numerosa, y luchar

toda la vida para no morirse sin ver a algunos de sus hijos con un cartón bajo el brazo…

“No puedo verte triste porque me mata,

Tu carita de pena mi dulce amor,

Me duele tanto el llanto que tú derramas,

Que se llena de angustia mi corazón”…

Dim lights

-Por eso, les insisto, nadie pensó nunca en serio, que algún día tendrían que abandonar estas pampas, por la simple y mundana razón que lo que producían con tanto esfuerzo, ya no era rentable, ya no generaba ganancias, para otros, porque para los pampinos el salitre nunca fue un gran negocio; no, fue algo mucho más preciado y significativo que una inversión jugosa, una mansión en Iquique o en Santiago, o un viaje de placer a Europa. No, el salitre era la vida en el desierto…Sus propias vidas…

-Yo les explico todo esto, porque siempre he vivido acá, y se lo escuché decir a los pampinos más instruidos innumerables veces. Cuando se reunían a conversar, yo me acercaba a ellos, en la plaza, en la piscina, en el estadio o en el local del sindicato.

-Por eso, cuando vino la paralización y empezaron a embalar sus pertenencias, que a muchos les cabían todas en un camión, fue que les escuché decir que algún día regresarían, porque es imposible, dijeron, abandonar para siempre una tierra donde la mayoría dejó un muerto para llorar y recordar…

-Entonces fue también que decidí quedarme aquí, sólo en estas pampas…

-Sí, como lo oyen, me quedé a esperar ese retorno definitivo, porque era necesario que alguien se quedara y mantuviera fresca la nostalgia de los que se iban, y ahuyentara día tras día el olvido, para que ni la ruina ni  el abandono se aposentaran en estas casas y en estas calles, que eran nuestras, aunque nunca nos pertenecieron…

“Has de volver a esos lares tan queridos,

Donde mi amor puro y santo te ofrecí,

Lejano amor eres mi bien, mi adoración,

Mi inspiración, tuya es mi vida y todo mi querer”

Dim lights

-Cuando se inició el éxodo, la tristeza y la pena de los que se iban se sentía en el aire, si hasta los algarrobos de la plaza parecieron perder su lozanía de siempre, porque parecían saber  que ya no habría más

chiquillería honda en mano bajando a pedradas el fruto semi amarillento de entremedio de sus hojas…

-La piscina, lugar favorito de chicos y grandes, mi espacio donde gocé del agua y disfruté a plenitud, y donde me enfrenté tempranamente a la muerte, comenzó a secarse, mostrando sus paredes de fierro recubiertas de un musgo oscuro…

-Muchos emprendieron viaje a Iquique, a intentar rehacer sus vidas cerca del mar, en el viejo “puerto grande”, otros lo hicieron hacia Arica, como mi amigo Rolando, que vivió en uno de esos cuartos para solteros,

en pasajes tipo conventillo y que ustedes pueden ver cerca de la plaza, y donde descubrí a la Marilincita por primera vez, entremedio de otras mujeres recortadas de El Pingüino…

-Mi amigo Rolando siempre tuvo cierta inclinación para el comercio, y Arica era en ese entonces puerto libre, la ciudad del nylon, decían, y hubo algunos a quienes la compañía trasladó hacia los campamentos de Victoria y Alianza, al sur de Pozo Almonte, y que fueron los únicos que se salvaron, aunque años después igual también paralizaron…

-¿Y qué hice yo me preguntan?…Yo me interné  por un tiempo en las entrañas de la pampa. Me fui a lo más profundo de las calicheras abandonadas y silenciosas, y cerré mis oídos y mi corazón,  para no escuchar ni sentir la partida, e intentar así,  mitigar el dolor de la separación de mi gente que se iba, y supe, entonces, que a la muerte no se la desaira ni siquiera una sola vez, porque desde mucho antes que comenzara el despoblamiento de la pampa, la muerte se había reconciliado conmigo, desde esa tarde en la piscina, porque ambos sabíamos que yo no podría irme jamás a ninguna parte, porque si bien ella no pudo con mi tenacidad y porfía de continuar aquí, alterando el destino de una partida prematura, tampoco podría irme nunca de Jamberston, y sabía que debía quedarme  a esperar que todos los que se iban comenzaran algún día a regresar…

-Y lo harían, tarde o temprano, de eso estaba seguro. Regresarían cuando la nostalgia se les hiciera tan dolorosa que les impidiera seguir viviendo, y cuando el salitre, que todavía está vivo y palpita en las soledad de la tierra reseca, los llamara con su voz imperiosa desde las calicheras abandonadas…

-Por eso, les decía, tendría que explicar muchas cosas para que me entendieran… ¿Por qué me quedé aquí cuando todos se fueron?… Y para que ustedes sepan, al recorrer ahora estas calles silenciosas, porqué   todo se conserva como antes, como si el tiempo se hubiera detenido, para que vean y entiendan porqué el campamento parece no haberse rendido a la ruina y al olvido…

-Les diré que al comienzo fue la intensidad de los recuerdos que hombres, mujeres y niños, dejaron esparcidos en cada casa, en los algarrobos de la plaza, en las salas y bancos de madera de la escuela 35, o en las columnas del interior de la iglesia, los que impidieron que este campamento sucumbiera al abandono definitivo…

-Después fui yo, cuando regresé tiempo después de las calicheras, que me dediqué con inagotable paciencia a alimentar la nostalgia de los ausentes, cerrando puertas y ventanas, para que los recuerdos más íntimos y obstinados, no se debilitaran y se esfumaran con los años, y así todo se conservara como antes de la paralización…

-Así, aprendí que los recuerdos más persistentes, son la risa desordenada y sin tapujos de los niños cuando juegan, y las penas de amores frustrados, de los afectos que nunca fueron correspondidos…

-Aprendí también a reconocer y a responder a modo de consuelo, para infundir algo de esperanza quien sabe a quién, “regresarán, regresarán”, a las voces que hacían siempre las mismas apremiantes preguntas, “¿dime dónde estás?” “¿Volverás alguna vez?”, voces que quedaron en el aire, y que solía escuchar en la soledad de las noches estrelladas…

“Hemos jurado amarnos hasta la muerte,

Y si los muertos aman,

Después de muertos, amarnos más”…

-Pero, después de un tiempo, no puedo decir cuánto, son los propios pampinos, los que comenzaron a regresar, como siempre supe que lo harían, los que ya no dejaran que Jamberston nunca muera…

-Sí, como lo oyen, vi llegar a los primeros  una noche cualquiera. Los vi que venían silenciosos, hombres y mujeres, con una expresión de infinita serenidad en sus ojos, y curados definitivamente de todo desencanto y desilusión terrenal, y reconocieron y tomaron posesión de las viviendas que habitaron…

-Ahora ustedes no los verán, porque aparecen al oscurecer y se van apenas amanece, pero, en la noche nos reunimos en la plaza, y sin decirnos nada, porque ya no hay nada que decir, todos juntos elevamos nuestras miradas al cielo y esperamos el paso de una estrella errante, la misma que, dicen, vieron en Belén hace dos mil años, para pedir siempre el mismo y único deseo: que todos los pampinos del mundo tengan una segunda oportunidad en su tierra…nada más pedimos…

-Pero, de seguro que esta historia ya no la creerán, lo sé, porque a ustedes les contaron otra muy distinta, y no aceptarán otra versión de lo que aquí ocurrió… ¿Porqué me quedé cuando todos se fueron?… Y sin duda, no faltará el que tenga alguna referencia del accidente de la piscina, y quizá ahora se vayan asustados, como si fuera un fantasma quien les habla, pero, ya no me importa, pueden irse por donde vinieron…

“Deja que mis manos no sientan el frio

El frio terrible de la soledad.

Quémame los ojos si es preciso vida

Pero, nunca digas que no volverás”…

-Yo los veo siempre, vienen a diario por aquí, de pasadita, los veo que recorren el campamento y miran todo, y muchos lo hacen, con una curiosidad desprovista del más mínimo sentimiento, y eso es, porque apenas ven la superficie de las cosas, y no alcanzan a percibir la vida que palpitó intensamente aquí, y cuyos rescoldos aún tibios están diseminados por todas partes…

-Pero, como les dije, ya no me importa, yo los entiendo, porque ustedes no tienen nada que los ate a nuestro pasado, ni siquiera una simple canción, como el Cuartito Azul, o Nuestro Juramento, que al evocarla escarbe en sus memorias  y encuentre tan solo un recuerdo extraviado en el tiempo…

-Ya no me importa, les repito, porque mantengo la esperanza que los años nunca pasarán en vano por la conciencia y el corazón de los hombres, y algún día… Algún día aprenderán que la verdadera felicidad no es imposible en la tierra, ni siquiera en estas pampas castigadas al abandono y al silencio…

-Por eso, yo seguiré siempre aquí, y seguiré evocando las canciones que me recuerden algo de lo vivido, para saber que sí, que todo fue cierto, y

seguiré regresando, una y otra vez, al cuarto solitario de mi amigo Rolando, y cada vez que lo haga, y tararee el Corazón de Melón, veré todavía en la pared, ahora desnuda y polvorienta, la figura de una hermosa mujer rubia que baila, y baila para mí…sin ella… sin ella… nunca jamás sin ella…solamente para mí…

F I N

Lerr cuento desde Piensa Chile

Iquique, noviembre de 2012.

– Las fotos aquí publicadas fueron tomadas del sitio sauval.com a quien agradecemos por el préstamo para realizar este homenaje a la Pampa y Humberstone.

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