Memoria Histórica y educación pública: El caso de la Escuela Santa María de Iquique
Opinión y Comentarios 23 julio, 2012 Edición Cero
Julio Cámara Cortés, Consejero Regional
Dicen los que saben, que la historia de Iquique está escrita a sangre y fuego por dos 21: el de mayo de 1879, y el de diciembre de 1907. El primero, ligado a la gesta de Prat y sus hombres, en el contexto del conflicto bélico que enfrentó a chilenos, peruanos y bolivianos, en la denominada Guerra del Pacífico, y el segundo, con la masacre de obreros del salitre, en la escuela Santa María . (Artículo republicado)
En apariencia, se trataría de dos sucesos ocurridos por diversas circunstancias de la historia, y en un lapso de 28 años, y por tanto, sin mucha relación entre uno y otro, salvo la coincidencia del día 21 en ambas fechas. Pero…sólo en apariencia.
Porque cuando se examinan a fondo algunas claves para entender las causas que detonaron ambos sucesos, aparece un factor que los liga trágica y dramáticamente: los ricos yacimientos de caliche en la zona.
No por casualidad algunos historiadores se refieren a la Guerra del Pacifico como la “Guerra del Salitre”, como también, que fueron las miserables condiciones laborales y de vida en la pampa, ligadas a la extracción de este mismo mineral, las que generaron la huelga de los obreros y posterior masacre en la mítica escuela.
Pero, no solo el factor mineral vincula ambos hechos, sino también a algunos de sus protagonistas. El más relevante, por cierto, es el general Roberto Silva Renard, a cargo de las tropas militares que se apostaron en torno a la plaza Manuel Montt y escuela Santa María, el funesto 21 de diciembre de 1907.
Según antecedentes aportados por el historiador Senén Durán para este artículo, el 27 de noviembre de 1879, Silva Renard, con el grado de capitán, resultó herido en la batalla de Tarapacá, siendo auxiliado por doña Pascuala Medina, vecina del pueblo de Huarasiña.
Se trataba, entonces, de un oficial que ostentaba en su carrera militar una participación activa en la Guerra del Pacífico, y quien, 28 años más tarde, con el grado de general, dio la orden de abrir fuego contra los obreros en huelga, poniendo así trágico final a un conflicto laboral que había logrado paralizar a la mayoría de los campamentos salitreros de la zona.
Asimismo, y siguiendo con los protagonistas, se sabe que entre los gremios y organizaciones de Iquique que brindaron su apoyo decidido y solidario a los huelguistas, estuvo la asociación conformada por los “veteranos del 79”, un hecho no menor si se considera que entre los obreros había también ex – combatientes de dicha guerra y, por tanto, la creencia en muchos de ellos que finalmente no serían reprimidos a balazos, tiene más de un razonable asidero.
Hasta aquí, y de manera somera, algunos datos vinculantes de ambos 21, más allá de la coincidencia de fecha.
Lo que dice la historia:
La gesta del heroico capitán Arturo Prat y sus hombres, que ofrendaron sus vidas el 21 de mayo de 1879, a bordo de la corbeta Esmeralda en la bahía de Iquique, es un suceso suficientemente valorado y reconocido por la historia, y está presente en nuestra memoria colectiva y en todos los estamentos de la sociedad, como ejemplo de heroísmo, lealtad, amor y sacrificio a la patria.
Dicha valoración y reconocimiento, que no se pone en duda, se reproduce y proyecta permanentemente hacia nuevas generaciones de chilenos, a través de múltiples expresiones a lo largo y ancho del país, reforzando los sentimientos de admiración a la figura del ilustre capitán, desde los primeros años de vida de cada ciudadano/a de este terruño.
Recientemente, incluso, y en la línea de potenciar la memoria del combate naval, la ciudad exhibe hoy una flamante réplica de la corbeta Esmeralda, financiada por una empresa minera extranjera que opera en la región, a un costo de 5 millones de dólares.
Lo que la historia no dice:
Sin embargo, respecto del otro 21, el de diciembre de 1907, referido a la masacre de obreros del salitre en la escuela Santa María, uno de los hechos represivos más impactantes de las luchas sociales de Chile, extrañamente la historia es más bien lacónica, por no decir mezquina.
Y no sólo respecto de lo ocurrido en la escuela, sino también acerca de otros hechos represivos perpetrados en la vastedad de la pampa nortina, y ligados todos a las luchas reivindicativas por mejores condiciones de vida de quienes entregaron el sudor y la sangre en la extracción del denominado “oro blanco”. (Baste señalar que la brutal represión en la ex –salitrera Coruña, de junio de 1925, no registra mención alguna en los textos de historia).
Tales diferencias de apreciación y reconocimiento histórico entre uno y otro suceso, y sin ningún ánimo de pretender “empatar” la valoración que como sociedad se pueda tener de ellos, dejan más bien en evidencia la visión de una historia construida de verdades a medias, de omisiones y ocultamientos, en definitiva, de una versión que escamotea sucesos y circunstancias que incomoden o afecten el “relato oficial” que predomina desde las esferas de poder, acerca de lo que hemos sido y somos como país, con nuestras virtudes y miserias, con nuestros héroes y mártires.
Si alguien tiene una opinión distinta, haría bien en explicarme, solamente a modo de ejemplo, lo siguiente: ¿por qué tenemos en Iquique plaza y calle “21 de mayo”, y ninguna que lleve la fecha “21 de diciembre?
Memoria Histórica y Educación Pública :
Después de ocurrida la masacre, la escuela Santa María siguió funcionando hasta marzo de 1925, fecha en que un incendio redujo a cenizas el añoso edificio de madera, borrando definitivamente el escenario original de los trágicos sucesos de 1907.
A mediados de la década de 1930, cuando la Plaza Manuel Montt había sido ya sustituida por el actual mercado Centenario, se reconstruye en hormigón un nuevo edificio para la escuela, el que estuvo operativo hasta el sismo de junio de 2005, fecha en que se decide suspender su funcionamiento derivado de los daños ocasionados por el movimiento telúrico.
Desde entonces, a la fecha, la situación y futuro de dicho establecimiento no ha estado exento de polémica pública, no solo por la deficiente calidad técnica del proyecto de nueva escuela diseñado por el municipio local –que condujo finalmente a paralizar las obras – sino también, por las voces que se levantaron desde instituciones y actores sociales que plantearon la inconveniencia de demoler el edificio existente, en razón a su valor histórico y patrimonial.
Como era de esperarse, las voces discrepantes –entre ellas las del director de la Escuela de Arquitectura de la UNAP, Bernardo Dinamarca – no fueron escuchadas por el gobierno regional y municipio, empeñadas ambas entidades en la reconstrucción a todo trance del establecimiento.
Y acorde con las pretensiones y particular visión del actual gobierno en materia de educación, para el nuevo edificio se acuñó el rimbombante título de “Liceo Bicentenario Santa María”, (por lo que creo les daría lo mismo si se denominara también “Santa Rosa”, “San Pedro” o “San Pablo”).
Pero, a la vez, tal proyecto no tiene en cuenta saldar de una vez por toda la deuda histórica con la memoria de los mártires de 1907, ya que su diseño no considera ningún espacio tendiente a honrar de manera justa y digna a los obreros víctimas de la masacre. Hay que decir, también, que el anterior edificio, demolido el 2010, tampoco fue muy elocuente en el tema.
De verdad resulta increíble aceptar, que un modestísimo monolito ubicado en una de sus esquinas, haya sido durante años el único testimonio de un suceso tan impactante y brutal en la historia de Iquique y de las luchas sociales en Chile. Tal constatación pareciera indicar a las autoridades que la manera más cómoda y conveniente de seguir eludiendo relevar la memoria histórica de este hecho represivo es, justamente, reconstruyendo un nuevo edificio para fines educacionales.
La paralización de las obras por parte de la empresa a cargo del proyecto, derivada como se dijo antes de sus falencias técnicas, una situación que hoy día se ventila en la justicia, reavivó nuevamente la polémica, la que se centró en cómo se honra alguna vez, de manera digna y justa, la memoria de los mártires de 1907, un reconocimiento que, no obstante los años transcurridos aún no se expresa con la relevancia que amerita.
En contraste con lo anterior, a la postura de reconstruir una nueva escuela, se ha sumado también, aunque por otras razones, el Colegio de Profesores, quienes de manera legítima, sostienen como gremio la necesidad de potenciar y fortalecer la educación pública, priorizando esta opción en desmedro de recuperar y relevar la memoria histórica ligada al espacio. A mi juicio, esta es una postura, si bien comprensible, injustificada por los antecedentes que se han expuesto.
Porque hay que decirlo también con fuerza: recuperar el espacio donde alguna vez estuvo la escuela de 1907, replanteando su ocupación con algún proyecto o iniciativa tendiente a hacer justicia a los que cayeron luchando por mejores de vida, no significa en modo alguno desconocer la imperiosa necesidad de fortalecer y potenciar la educación pública, que requiere no solo de infraestructura moderna y equipamiento acorde a los tiempos, sino también de recurso humano calificado y bien remunerado.
A mi juicio, atender adecuadamente tal demanda que, insisto, suscribo y apoyo rotundamente, no significa que ésta, para que tenga sentido, deba necesariamente materializarse única y exclusivamente en dicho lugar, porque aquí la disyuntiva a resolver no es que una opción sustituya a la otra, sino en cómo potenciamos ambas inquietudes por separado, porque claramente no son excluyentes, a menos que se pretenda ilusoriamente conciliar ambas en el mismo espacio.
Saldar las deudas con nuestra propia historia, y no seguir ocultando “bajo la alfombra” importantes sucesos ligados a las condiciones de vida en la pampa salitrera, implicaría, entre otras iniciativas, redestinar el espacio hoy disponible, construyendo un memorial alusivo a estos sucesos, y/o un centro cultural que fortalezca, difunda y eduque, sobre todo a las nuevas generaciones, respecto de nuestra historia como región.
Aquella historia, completa y no sesgada, que da sentido y sustento a nuestra tradición e identidad de zona minera, forjada por hombres y mujeres que no claudicaron, pese a los diversos y cruentos episodios represivos, en su lucha por obtener condiciones laborales y de vida, más justas y dignas.
Hombres y mujeres que, además, hicieron de su vida en la pampa, árida y salobre, su lugar en este mundo.
Somos una región, con una prolífica tradición de organización y lucha reivindicativa; somos cuna del movimiento obrero chileno, razones más que suficientes para sentir orgullo y respeto por nuestro pasado y orígenes como región, razones también para no vivir avergonzándonos y mirando con “anteojeras” nuestra verdadera historia.
¡Hasta cuando deshonramos a los héroes y mártires de nuestro pueblo!