Iván Vera-Pinto Soto / Magíster en Educación y Dramaturgo
A comienzo del siglo XX, Luis Emilio Recabarren, fue el líder obrero que incubó en la masa trabajadora el gusto por la literatura y el arte. Precisamente, en 1912, en el diario “El Despertar de los Trabajadores”, opinaba: «La libertad de pensar es un tesoro que sólo se conserva gastándolo. La palabra escrita es la expresión del pensamiento. Así como el cuerpo humano necesita alimentarse para conservar la existencia; así como las plantas necesitan riego para vivir; así como también la inteligencia del ser humano necesita alimentos para vivir y progresar. El alimento único de la inteligencia es la lectura. ¡Leed trabajadores y seréis inteligentes y por la inteligencia libres!». De esta propuesta se fundaron, entre otros grupos, Arte y Libertad y Arte y Revolución.
Al respecto, Piga y Rodríguez (Teatro Chileno Siglo XX) nos relatan que: Recabarren en agosto de 1922 le envía una carta a Juan Zapata, ubicado en Osorno que dice: “Estamos preparando una gira artística – educacional por el “Conjunto Artístico Obrero” que proyecta realizar un viaje a través de las principales ciudades entre Santiago y Puerto Montt. El objeto de esta gira artística es despertar la conciencia proletariada por medio de la representación teatral, del canto y la conferencia. Aprovechando la atracción que despierta el teatro para realizar aquella propaganda que necesita la clase obrera para afirmar su organización”
Sin duda, Recabarren fue el más grande educador de los trabajadores en la historia de Chile. Para que tomaran conciencia de la realidad social que vivían los obreros, hizo uso de la prensa, creación de compañías teatrales, charlas, discursos, folletos, libros, diálogo cara a cara, para educar, unir y organizar a la clase obrera.
Paralelamente, en la capital, tenemos como continuadores de este teatro social a Nicolás Aguirre Bretón, Rufino Rosas y José Segundo Castro; quienes igualmente tomaron partido por los obreros y los campesinos. A esta altura, ya es posible hablar de un teatro que cuestionaba no sólo la explotación del hombre por hombre, sino también la propia inmadurez política de la clase trabajadora, que le impedía tomar el liderazgo en el anhelado cambio social. De esta manera, todos estos creadores tomaron el tema de la crisis social como el principal núcleo dramático, teniendo en cuenta el sentido ético y la estética realista que ellos mismos recrean.
Los conjuntos se multiplicaron, exhibiendo obras escritas por asalariados o de repertorio social español. En Santiago, en 1913, un colectivo de escritores anarquistas crean la “Compañía Dramática Nacional” bajo la dirección de Adolfo Arzúa Rosas, secundado por Manuel Rojas, José Santos González Vera, Antonio Acevedo Hernández, el poeta José Domingo Gómez Rojas.
Por otra parte, con la asunción al poder de Arturo Alessandri (1920), quien en su discurso político postulaba a la creación de una nueva sociedad, el teatro chileno se sintió interpretado y comenzaron a florecer una producción dramática social que iba en esa dirección ideológica. En ese escenario aparecieron ilustres figuras de la escena nacional, tales como: Germán Luco Cruchaga, autor de “La viuda de Apablaza” (1928) y Antonio Acevedo Hernández, autor de “Chañarcillo” (1936). Ambos con una producción básicamente de obras de caracteres realistas y costumbristas.
Con la caída de la industria del salitre y de los espacios propiciados por las filarmónicas, se revirtió la escena, ya que muchos conjuntos teatrales se desvincularon de las organizaciones sindicales, dando paso a un teatro aficionado más independiente. En algunos casos actores y dirigentes obreros vinculados a sectores políticos coincidían en la misma persona lo que hizo más difícil esta desvinculación ideológica. En otros, en cambio, el teatro funcionó independiente y de manera auto gestionada.
Este movimiento popular creció rápidamente en el norte y centro del país; pero, lamentablemente, bajo el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo (1927), fue perseguido y muchos de sus cultores terminaron exilados y asesinados, trayendo consigo la destrucción del teatro obrero.
En 1932, con el presidente Arturo Alessandri Palma, se reinició la normalidad institucional y se asimiló la lección de la movilización cultural de los trabajadores; por ello se incentivó una actividad teatral controlada y orientada por el régimen imperante.
Posteriormente, en los años 40, aparecieron los teatros universitarios, tanto de la Casa de Bello como de la Universidad Católica; grupos no-profesionales que asumieron el desafío de hacer resurgir el teatro en Santiago y en provincias. A partir del año 1955 el Teatro de la Universidad de Chile, condujo anualmente festivales de teatro aficionados, tratando de revalorar el espíritu del teatro social.
Estas actividades se llevaron a cabo hasta 1968, luego los mismos conjuntos derivaron en agrupaciones profesionales. Por el mismo año el Teatro de la Universidad Católica organizó el primer festival de estudiantes y trabajadores. De este evento surgió la necesidad de organizar una convención del teatro no-profesional y para el año 1969 se creó la Asociación Nacional de Teatro Aficionado de Chile (ANTACH).
En 1970, ANTACH organizó el Primer Festival Regional de Teatro Popular en algunas comunas de Santiago. En ese mismo período se dio origen a varios festivales regionales: Coquimbo, La Serena, Antofagasta y otras ciudades. A fines de 1970, ANTACH llevó adelante el II Festival Nacional de trabajadores y universitarios. En 1972 esta organización se extendió a nivel nacional y se realizaron actividades coordinadas en las principales ciudades nacionales.
Todo este trabajo de proyección teatral, fue acompañado de reflexivas jornadas, donde se capacitaron a monitores, distribuyeron textos teatrales, se efectuaron análisis crítico de la realidad chilena y se confeccionaron programas de apoyo para todos los grupos aficionados del país. Paralelamente, se hicieron concursos de dramaturgia en los sindicatos de las empresas, lo cual produjo una rica y variada producción dramática escrita por la pluma de los obreros.
Finalizado el año 1972, ANTACH, contaba con 350 grupos afiliados, sin considerar los grupos de teatros de los alumnos secundarios quienes tenían sus propias dinámicas y canalizaban sus inquietudes artísticas a través del Departamento Extraescolar del Ministerio de Educación. Cabe subrayar que todos los dirigentes de ANTACH trabajaron “por amor al arte”; no eran funcionarios de gobierno ni recibían sueldo alguno. Toda la inmensa labor que se hizo, con el apoyo de los estudiantes, trabajadores y artistas, fue ejecutada con mucha mística y compromiso social.
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