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Iván Vera-Pinto Soto/ Cientista social, pedagogo y escritor Es muy posible que en esta época donde dominan los discursos sobre mercado, revolución tecnológica y globalización,... Nuevas perspectivas de la artesanía regional

Iván Vera-Pinto Soto/ Cientista social, pedagogo y escritor

Es muy posible que en esta época donde dominan los discursos sobre mercado, revolución tecnológica y globalización, resulte hasta paradójico reflexionar en torno a la artesanía, ese artefacto que se elabora manualmente, y que expresa formas tradicionales de producción. No es necesario explorar demasiado, para darnos cuenta que este humilde objeto ha quedado relegado a la condición de “souvenir” vinculado a la tradición y el folklor, el que, de vez en vez, adquirimos para adornar un rincón de nuestro hogar.

En el reciente “Diálogo Artesanía e Identidad”, actividad formativa realizada para las trabajadoras y trabajadores de este sector, Jeannette Baeza Rivero, presidenta de la Corporación Joyas Nativas de Tarapacá, desde su experiencia como artesana, confirmó algo que para nadie es un misterio: la producción en serie ha sumido a la artesanía en la decadencia. Salvo algunos productos con un determinado valor artístico o a los que exigen una calidad o acabado únicamente alcanzable mediante el trabajo manual, se han salvado de este trance, porque ellos han sido absorbidos por el comercio turístico que impone sus propias formas y contenidos en su confección.

Es un hecho que los trabajos artesanales que corren peligro son muchos, pero más son los conocimientos y técnicas que desaparecerán. De allí que surge la necesidad de investigarlos, documentarlos y socializarlos, antes de que desaparezcan. Proteger y enseñar el oficio artesanal es, desde luego, lo más urgente dentro de un entorno plagado de mercancías y baratijas importadas.

Por desgracia, nuestra artesanía, reserva cultural e histórica del pueblo, se nos va de las manos. Existe insuficiente apoyo estatal para su enseñanza. Y si bien prosperan algunas iniciativas puntuales, sin embargo, ellas están restringidas a ciertos programas y proyectos carácter institucional, mayormente de carácter universitario y municipal, como también a eventos y concursos promocionados por la institucionalidad cultural, que no alcanzan a satisfacer las demandas del área, porque están sujetos a concursos y a subsidios menores. Otro aspecto que subyace en algunas de las iniciativas que se levantan es que ellas se mueven bajo una dinámica capitalista, ajena a la cultura popular a la que originalmente están destinadas las artesanías. En consecuencia, están sujetas al precio, valía y estándar que establecen las llamadas industrias culturales, como vía de acceso a la modernidad en una plataforma funcional de productividad.

La investigadora Eileen Leyton, en la Revista de Antropología Cultural (2006: p. 13) va más allá en su crítica, alega: “… se podría decir que en Chile hay una política de “artesanización”, que es producto de un proceso complejo, sin un orden claro, sin principio ni fin y con límites inciertos y que está dado por una red compleja de fuerzas entre múltiples y diversos organismos gubernamentales que tocan este tema tangencialmente en sus agendas y programas. Haciendo una revisión de los programas existentes , se podría decir, que esta política resulta del afán de resolver distintos problemas nacionales referentes, por ejemplo, a la pobreza rural, los grupos indígenas, la valoración del patrimonio, el desarrollo de la mujer, la capacitación, etc., por parte de variados organismos, los que convergen o coinciden en impulsar programas que fomentan la producción artesanal como vía de solución a tales problemas, más que tomar el asunto de la artesanía como problema o preocupación nacional en sí mismo”.

Tal como describe la investigadora, las medidas gubernamentales no han surtido mucho efecto, pues sus fines no están centrados en  la problemática artesanal en sí, sino en el cumplimiento de metas sectoriales. Mientras tanto, observamos cómo el oficio sucumbe, debido que sus productos han quedado obsoletos para el mercado o porque no tiene vías adecuadas para su comercialización. Lamentablemente, esto último es un problema histórico que no se ha revertido. Con todo, es de suponer que proteger y enseñar este oficio son tareas difíciles de sustentar, más aún dentro del modelo económico mercantilista reinante, aunque los cientistas sociales alegan que es trascendental hacer todos los esfuerzos porque de lo contrario  la «memoria cultural» se perdería.

Lo claro está que los maestros artesanos al tener pocas posibilidades laborales, se ven obligados a complementarse con otra actividad, la cual les supone la imposibilidad de alcanzar la dedicación exclusiva, reservada sólo para las clases privilegiadas. Estamos casi seguro que el momento que estos artífices idealistas se cansen, se acabará la enseñanza de las artes aplicadas, de las artes y de las artesanías. Y más tarde, cuando queramos buscar una buena pieza de cerámica,  un tejido tradicional, una buena joya nativa hecha a mano, o un tapiz con raigambre identitaria, tendremos que ir a inspeccionarlo en museo de artesanía popular.

Pese a todo, hay quienes piensan que es posible cambiar la realidad, otorgándole un diferente significado a esta expresión de la cultura popular. En esa línea, Surnai Benítez, experta en el Desarrollo de la Artesanía de la UNESCO, expone que es sustancial otorgarle una nueva perspectiva al significado de la artesanía que se abre paso en el actual escenario de la globalización. Para ello propone examinar el significado que se le atribuyen a los conceptos de Cultura y Desarrollo, como resultado de la crítica al sistema desarrollista que ha llevado a la humanidad a una situación real de riesgo, generando una crisis inédita, tanto por su alcance como por sus características, y que ha impactado todas las esferas de la vida, desde las asociadas con el medioambiente y las condiciones del hábitat, hasta las financieras, comerciales, productivas, alimentarias, de los mercados laborales, etc.

Apelando a una mirada desde la educación, nos adherimos a la tesis que la Escuela de Artesanía podría ser una de las instancias que permitirían paliar las carencias que experimenta esta labor. Está claro que nos referimos a un Centro de Estudio Artesanal formal y sólido, que tenga planes de estudios especializados, con un currículo pertinente, graduado y sistematizado, que le faculte asumir procesos de aprendizajes más extensos y profundos, donde la unión del maestro con el aprendiz sea sostenida en el tiempo, tal como los antiguos lo hicieron con sus condiscípulos. El objetivo central de esta Unidad Educativa estaría orientado a fomentar la enseñanza práctica artesanal (el maestro enseña con el ejemplo), y la instrucción moral e intelectual entre las trabajadoras y trabajadores, a fin de que alcancen el mayor grado posible de perfeccionamiento y educación en beneficio de su bienestar. En pocas palabras, conceptuamos que la educación es un medio que puede dignificar esta tarea manual.

Jeannette Baeza, artífice de la corporación cultural aludida, expresa, de manera crítica, que “no se puede seguir con la consabida dinámica de hacer ferias y otras actividades eventuales para cumplir con los planes gubernamentales, ya que estas acciones recaen en el mero activismo cultural de poco alcance en sus resultados e impactos sociales. Por el contrario, las experiencias de otras latitudes nos demuestran que el desarrollo artesanal no se logrará plenamente sino se cuenta con organizaciones estatales o autónomas que procuren fomentar el estudio, la capacitación y el perfeccionamiento artesanal.

Tampoco es posible seguir a “ojos cerrados” con las orientaciones y criterios que establecen los “expertos”, los ingenieros y otros “gurúes”, cuya mayor preocupación está centrada en las estrategias y técnicas de marketing para vender lo que supuestamente demanda el mercado nacional e internacional. Esta es una postura estrecha y sesgada, puesto que muchas veces no consideran otros factores tan relevantes como son la identidad y la memoria histórica de un pueblo”.

Sostenemos que otro aspecto específico que debiera hacerse cargo una futura entidad educacional, es el referido a la socialización de conocimientos que permitan la utilización de la materia prima en la producción artesanal. En relación con esa materia, convenimos que las políticas del área, junto con poner mayor énfasis en el aspecto formativo de los hacedores, también debiera comprometerse en inculcar el uso creativo de la materia prima, no tan sólo en la fabricación de utensilios, sino también en un examen más acabado de los recursos naturales, y en el posible en el impacto que provoca la actividad artesanal sobre los mismos.

En ese marco, Baeza, alega: “si bien en nuestra ciudad existe una diversidad de “artesanía”, no obstante, muchas de ellas no consideran como base la materia prima regional, en consecuencia, a nuestro criterio, este factor ahonda el distanciamiento cultural que existe con nuestra identidad. Sumado a lo anterior, los artesanos se encuentran sumidos en una economía mercantilista, cada vez más extendida por el embate de emprendimientos y las políticas del Estado subsidiario, que orientan la producción artesanal al mercado de consumo”.

Acorde a lo formulado, el abordar la identidad a través de la materia prima, implica orientar, guiar  en consciencia un trabajo de formación metódica. Visualizamos que esta no es una cuestión menor, pues, a nuestro juicio, ciertos productos locales, por falta de orientación y conocimientos, se distancian de una artesanía que podríamos denominar con contenido identitario.

Por lo explicitado, esta entidad se ha trazado, como parte de su plan de gestión, propender a la generación de artefactos que hagan uso de los elementos naturales, como un modo de poner en relieve el entorno donde vive el artesano. Debemos dar la razón que esta condición ha sido un sello que históricamente ha distinguido la elaboración artesanal de nuestras antiguas culturas, y que se emparenta con la calidad de la misma de los artefactos.

A nuestro entender, el cultivo de la labor artesanal se solidariza con el término “sostenible”, el cual se usa en nuestros días para expresar un tipo particular de artesanía que es portadora de una carga original. “Sostenible” sugiere vivir en unión más íntima con la naturaleza —como imaginaba Martin Heidegger; es decir establecer un equilibrio entre nosotros y los recursos de la tierra, imagen de armonía y de reconciliación.

El sociólogo Richard Sennet en su texto “El Artesano” (2009) propugna la revalorización del trabajo artesanal como una respuesta llena de autenticidad y compromiso ante las formas de trabajo y consumo deshumanizadas. Al mismo tiempo, propone un retorno al artesanado, en tanto lo tipifica a este como otra oportunidad expresiva para el “yo creativo y autónomo”, el que, según su juicio, nos podría llenar de satisfacción, facilitando la autorrealización de los creadores. Conforme a esa concepción, creemos que frente a la lógica competitiva que nos agobia a todas las personas, hay que redundar en la elaboración y consumo de lo artesanal, pues ello, sin lugar a dudas, coadyuva a hacernos más humanos.

Consecuente con los lineamientos anteriores, la flamante corporación, con la asistencia de cuerpos colegiados calificados, ha aceptado el desafío de crear proyectos educativos que estén asociados estrechamente con la memoria histórica, la identidad y el imaginario local, desde una perspectiva renovadora que sea capaz de cruzar, en una suerte de mixtura armónica, la cultura tradicional heredada con las nuevas propuestas de la artesanía contemporánea. Para lograr dicho propósito, ha convocado a artesanos (as), profesores (as), y formadores (as) a enseñar, por encima de los tiempos y circunstancias, en lo posible, con más compromiso, creatividad e imaginación. En ese sentido, este colectivo se adhiere al pensamiento que sugiere reinventar la artesanía en manos de nuevos(as) creadores(as) y diseñadores (ras), así como de maestros(as) artesanos (as), que con su vivacidad y empuje, permitan transformar este quehacer en un terreno de experiencias sensoriales, emocionales y simbólicas.

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