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Guillermo Jorquera Morales/  Profesor Primario UC “En camiones municipales nos llevaron a diferentes barrios de la ciudad, en una época febril de instalar juegos infantiles,... Tristezas de un tobogán de barrio

Guillermo Jorquera Morales/  Profesor Primario UC

En camiones municipales nos llevaron a diferentes barrios de la ciudad, en una época febril de instalar juegos infantiles, en espacios libres y que aparentemente  la comunidad necesitaba. Junto a mis acompañantes, nos tocó ocupar un sitio eriazo en el sector sur, con gran alegría propia, y parece que también del vecindario.

Sin embargo, quedé mal instalado, el sitio no fue adecuadamente preparado para mi y mis amigos. A pocos días de su inauguración el trabajo era arduo y contagiante; se aplanó un pequeño sector del sitio, se cubrió el piso con un manto especial que sería rodeado por rejas protectoras, áreas verdes, sombreaderos, bancos para los padres y adultos que acompañaran a sus retoños, receptáculos de basura, para los deshechos de las colaciones y envases de bebidas, pavimento en lugares que no fuera posible llegar con las áreas verdes.

Todo eso debía pasar, antes de la inauguración, pero el tiempo transcurrió y los trabajos no se terminaron. Igual nuestras instalaciones fueron inauguradas con bombos y platillos, se adornaron los espacios con grandes maceteros, el sector se cubrió de cenefas, celebrando nuestra llegada, se instalaron juegos inflables en el derredor, con triunfal discurso del alcalde: “La Municipalidad cumple”, haciendo entrega de este bien para el sector y con la promesa que lo que faltaba, pronto se terminaría.

Pero junto con el retiro del alcalde y sus invitados, se retiraron también los juegos inflables, las cenefas y los grandes maceteros con las plantas que sirvieron sólo de puesta en escena.

Sin embargo nada se ha terminado, han pasado meses, largos días solitarios, a excepción de pocos niños que nos visitan. Lo hacen sólo a veces, por las incomodidades que sufren sus padres o acompañantes adultos, que no tienen donde sentarse, ni receptores de basuras para los restos de colaciones y botellas de bebidas. A los adultos le es incomodo y no traen a sus niños.

Solo en los atadeceres llegan jóvenes a pololear, a conversar y a veces a jugar. Al anochecer, deben llegar otras visitas, porque amanecen botellas de licor vacías y papeles que se enredan en las plantitas que el vecindario, con tesón y voluntad, trata de mantener para mejorar el entorno, pero nuestro derredor siempre está cubierto con autos eternamente estacionados.

Con envidia miramos a nuestro vecinos, que a 100 pasos más allá están felices en el centro de una plaza y una amplia y cuidada área verde, que recibe diariamente a muchos niños, niñas, padres jóvenes, abuelos, que prefieren caminar unos pasos más, para encontrarse con ellos.

Creo que para medir la alegría de un pueblo, habría que saber leer la alegría y algarabía de los niños y sus padres en los juegos infantiles de las poblaciones.

También creo, con gran pesar, que no estoy cumpliendo con mi misión en este lugar.

Que tristes, solos y asoleados nos quedamos los toboganes de barrios, cuando nuestras instalaciones han sido sólo parte de una promesa.

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